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Fernando de Acebedo Muñoz

Biografía

Acebedo Muñoz, Fernando de. Hoznayo (Cantabria), 1573 – Burgos, 2.II.1630. Arzobispo, presidente del Consejo de Castilla.

Procedía de una familia de humildes hidalgos oriunda de la comarca de Trasmiera. Sus padres eran Juan González de Acebedo, natural de Hoz, y Sancha González Muñoz, de Término. Tuvieron once hijos, de los que siete murieron siendo niños. Juan Bautista era el primogénito, inquisidor general y presidente del Consejo de Castilla; le seguía Francisco, casado con María Martínez de Bracamonte y merino mayor de Trasmiera; Juan, caballero de la Orden de Santiago, alguacil mayor de la Inquisición, capitán general del principado de Asturias y alcalde perpetuo de la fortaleza de Ampudia, y Fernando, que estudiaría las primeras letras en el colegio de los jesuitas y para poder continuar los estudios de Artes en la Universidad de Alcalá estuvo empleado de criado del maestro Pedro Arias en el Colegio del Rey. Canónigo de San Marcos de León, de la Orden militar de Santiago (1592).

En 1599 es designado por Felipe III capellán real y accede a una canongía de León. Dos años más tarde, su hermano Juan Bautista, al ser promovido al obispado de Valladolid, deja vacante una canongía en Toledo que él ocupará. En esta ciudad se licenciará en Cánones y Leyes.

Su hermano el inquisidor general le concedería una plaza de inquisidor en el Tribunal sevillano (1603) y más tarde la fiscalía del Consejo de la Suprema.

Como fiscal se encarga de averiguar los delitos que el codicioso Pedro Franqueza, conde de Villalonga, había cometido cuando desempeñó la plaza de secretario del Consejo de la Inquisición. Felipe III le nombraría consejero de la Suprema.

En 1610 es elegido obispo de Osma, cuya mitra está vacante por traslado de fray Enrique Enríquez a la de Plasencia. Consagrado a mediados de ese año en la parroquia de San Martín de Madrid por Bernardo de Rojas, arzobispo de Toledo e inquisidor general. Poco tiempo después de llegar al obispado escribiría a todos los arciprestes para que informaran cuántos clérigos y estudiantes había en su distrito, qué órdenes tenían, los que se encontraban presentes o estaban ausentes, la edad, formación, vida y costumbres de cada uno, así como el número de ermitas, hospitales, obras pías y vecinos en cada lugar. Con las respuestas elaboraría una guía denominada Becerro que utilizaría en sus frecuentes desplazamientos por la diócesis. En ésta, cumpliendo con el Concilio de Trento, edificaría un seminario y una casa que serviría de hospedaje a los mozos del coro. Además construyó en su lugar de nacimiento la iglesia de San Juan Bautista, a la que dotaría de algunas capellanías. También presentaría en la catedral cuarenta capítulos relativos a la puntualidad en la asistencia a la iglesia, la forma de cantar el coro, las ceremonias que se observarían en la misa y coro, el modo cómo debía asistir el cabildo a los sermones, la forma de llevar las capas, el orden de ir a la ofrenda y las fiestas principales.

Será promovido al arzobispado de Burgos, cuyo titular, Alonso Manrique, había fallecido en 1613.

El 18 de octubre de 1615 celebraría en la iglesia metropolitana de Burgos las bodas por poderes de las infantas Isabel de Borbón, hermana del rey de Francia y Ana, hija de Felipe III, con el príncipe Felipe —futuro Felipe IV— y el rey de Francia Luis XIII, respectivamente.

Cuando falleció Juan de Acuña, el duque de Lerma pretendió que fuera presidente del Consejo de Castilla Gaspar Paniagua, miembro del mismo y recomendado por Rodrigo Calderón. No obstante, contra la voluntad de su valido, Felipe III eligió como presidente al arzobispo de Burgos. Es la primera vez que este Monarca nombra al presidente sin tener en cuenta la opinión de su valido. El duque de Lerma le comunicaría que el Rey quería que ocupara ese puesto, a lo que respondió que eligiera a otra persona más competente. Acebedo, antes de aceptar la presidencia, recabó el parecer de Tomás Ramírez, prior de San Pablo, Gil de Alfaro, magistral de la misma iglesia y de Juan de San Alberto, de la Orden del Carmen. A pesar de que siempre se opuso a desempeñar este importante oficio, el Rey le nombraría el 14 de febrero de 1616. A las cuatro de la tarde de ese día se desplazó a Palacio a besar la mano del Rey, Príncipe y Altezas. Le habían recogido de su posada —casa de los Salvajes, junto a San Miguel— los duques de Lerma, Uceda, Sesa, Alba, Maqueda, Peñaranda y otros grandes y títulos. El día siguiente era lunes, tomaría posesión del empleo donde manifestaría su incapacidad para el oficio y la desgana con que lo iba a servir; por la tarde juntaría en su posada al Consejo de la Cámara. Cinco días más tarde celebraría a solas con el Rey la denominada consulta del viernes. Ahí expondría que servía el puesto en contra de su voluntad, quejándose al propio tiempo de que la nobleza y las letras estaban olvidadas, las plazas ocupadas por personas negociantes en dádivas, unas casadas con criadas de validos y otras con hijas de médicos, los jueces que impartían justicia rectamente abatidos, expresando, finalmente, su deseo de volver a su diócesis. El papa Paulo V expediría un breve el 5 de julio autorizando que se ausentara de su iglesia.

Ligado primeramente al régimen de Lerma y posteriormente al de su sucesor Uceda, en la provisión de plazas no se doblegó a las peticiones de aquél y de su favorito Rodrigo Calderón, lo que le granjeó su enemistad. Los últimos años del agónico valimiento de Lerma conllevarán su pérdida del control sobre los nombramientos que eran competencia del Consejo de la Cámara, que presidía Acebedo. Éste conseguiría que el Monarca nombrase a algunos magistrados no afines al valido, como el consejero de Castilla, Alonso de Cabrera, o el de Órdenes, Pedro de Guzmán. Sin embargo, el duque de Uceda sí que controlará esos nombramientos, situando a algún candidato suyo en el Consejo de la Cámara en contra del dictamen del arzobispo, caso de Melchor de Molina. El consejero Juan de Chaves procuraría entrar en la Cámara por mediación de Juan de Ciriza, confidente del duque de Uceda, sin que tuviera noticia de ello Acebedo.

Éste también intentaría que ingresara en la Cámara Jerónimo de Medinilla, cosa que no logró.

Cuando Felipe III se encontraba en el lecho de la muerte, Acebedo fue a su aposento y le solicitó licencia para escribir a los marqueses de Villafranca, Velada, Villamediana y al padre Pedrosa, a los que el Rey había perdonado su destierro y para publicar el nombre del obispo de Tuy, Juan de Peralta, prior de San Lorenzo el Real, que hacía ocho meses que estaba detenida su provisión. A los pocos días de acceder al trono Felipe IV, éste le encarga que lea al valido duque de Uceda un decreto imponiendo su destierro.

La primera medida dictada por el nuevo Rey, después de la lectura del testamento de su padre y a petición de Baltasar de Zúñiga, consistió en jubilar a consejeros de Castilla. Acebedo publicaría el decreto de jubilación de mala gana. El 8 de abril de 1621 se crea la Junta de Reformación para restaurar la moralidad, de la que forman parte además de él otros nueve, entre ellos Francisco de Contreras, su sucesor en la presidencia del Consejo de Castilla. Acebedo caerá en desgracia por negarse a firmar una pragmática sobre la moneda de vellón, enfrentándose con ello a Baltasar de Zúñiga. Felipe IV, alegando que convenía que residiera en su arzobispado —ordenóle se fuese a guardar ovejas, dirá Quevedo—, le cesaría concediéndole una plaza de consejero de Estado. El 8 de septiembre de aquel año el obispo de Tuy le comunica esta merced, que jura el día siguiente.

Acebedo fue un presidente celoso y cumplidor de su trabajo. En los seis años que se mantuvo al frente del Consejo de Castilla, únicamente faltaría en seis ocasiones a causa de unos corrimientos que padecía.

Estando enfermo, atendía a las audiencias desde la cama. Hizo seis leyes, derogó la tasa del pan cocido e intentó suprimir los prostíbulos, frente a la opinión mayoritaria de los miembros del Consejo. Reedificaría la plaza de Madrid, construiría el puente de Leganitos, se celebraron dos Cortes para pedir el servicio ordinario y extraordinario y consagraría a quince prelados, trece de los cuales propuso él. Además lograría en 1617 una fiscalía del Consejo de Órdenes para su sobrino Fernando de Acebedo. Durante el tiempo que permaneció en la presidencia no descuidaría su diócesis, donde mandó duplicar las limosnas y a requerimiento suyo el Rey concedió a Burgos un mercado semanal. Francisco de Quevedo acusará al montañés de ingratitud hacia el duque de Lerma y su hijo, el duque de Uceda, a quienes debía su ascenso.

En 1626 rechazaría el arzobispado de Santiago y también el gobierno del de Toledo. Para que sucediera a Francisco de Contreras en la presidencia de Castilla, Olivares quería al arzobispo. Incluso el valido llevaría este asunto a votación en los Consejos de Estado y de Castilla, obteniendo Acebedo la mayoría de los votos. Pero éste rechazó volver al Consejo de Castilla.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Quitaciones de Corte, leg. 14; Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 6379.

G. González Dávila, Teatro de las grandezas de la villa de Madrid, corte de los reyes católicos de España, Madrid, por Thomas Iunti, 1623; Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los reinos de las dos Castillas. Vidas de sus arzobispos, y obispos, y cosas memorables de sus sedes, Madrid, En la Imprenta de Francisco Martínez, Pedro de Horma y Villanueva, Diego Díaz de la Carrera, 1645-1700; F. X. de Garma y Durán, Theatro universal de España. Descripción eclesiástica y secular de todos sus reynos y provincias, en general y particular, t. IV, Madrid, 1751; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España, desde el año 1600 en adelante, Madrid, Imprenta de J. Martín Alegría, 1857; M. de Novoa, Historia de Felipe III, rey de España, t. 61, Madrid, Imprenta de Miguel Ginesta, 1875 (Colección de documentos inéditos para la historia de España); E. Ortiz de la Torre, “Los Acebedos”, en Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo (BBMP), 3 (1921), págs. 3-16; M. Escagedo y Salmón, “Los Acebedos”, en BBMP, 5 (1923), págs. 142-157, 270- 278, 361-366; 6 (1924), págs. 108-124, 224-241; 7 (1925), págs. 50-64, 181-188, 211-224; 8 (1926), págs. 15-29, 156- 162, 243-263, 333-342; 9 (1927), págs. 72-80 y 144-192; F. de Quevedo, Obras completas, ed. de F. Buendía, Madrid, Aguilar, 1960, 2 vols.; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía Española, 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984; J. H. Elliott, El conde duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 1990; E. Campuzano, Casonas y Palacios de Cantabria, Santander, Caja Cantabria, Obras Social y Cultural, 1991; V. Guitarte Izquierdo, Episcopologio Español (1500- 1699), Roma, Publicaciones del Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1994; B. J. García García, La pax hispánica. Política exterior del duque de Lerma, Leuven, Leuven University Press, 1996; P. Jauralde Pou, Francisco de Quevedo (1580-1645), Madrid, Editorial Castalia, 1998; A. Feros, El Duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons, 2002; R. Gómez Rivero, “Lerma y el control de cargos”, Anuario de Historia del Derecho Español, t. LXXIII (2003), págs. 193-230.

 

Ricardo Gómez Rivero