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San Mateo Alonso Liciniana

Biografía

Alonso Liciniana, Mateo. San Mateo Alonso Liciniana. Nava del Rey (Valladolid), 27.XI.1702 – Ketcho, Tung-kin (Vietnam), 22.I.1745. Mártir, santo y misionero dominico (OP).

Después de cursar los estudios primarios en su pueblo natal, ingresó en la Orden de Santo Domingo, en el convento de Santa Cruz de Segovia. Ejerció el ministerio de la predicación por corto tiempo en España, pues se alistó a la misión que partió de Cádiz a mediados del 1729, y después de atravesar el Atlántico, México y el Pacífico, llegó a Manila a principios de noviembre de 1730. Asignado a la Universidad de Santo Tomás, pidió ser enviado a la misión de Tonkín. Tras aprobarse su petición, salió de Manila el 13 de febrero de 1731 y no llegó a su destino hasta el 19 de diciembre de 1731, después de haber pasado muchos y grandes trabajos, peligros y calamidades.

Hizo su entrada en Trung-ling, residencia del superior religioso de la misión, el 18 de enero de 1732.

Este joven misionero se aplicó con tal empeño al estudio de la lengua del país, que a finales de ese mismo año se hizo cargo de un distrito. “Religioso fervoroso, aun estando enfermo, no perdonaba trabajo ni molestia para acudir a las necesidades de sus prójimos”, anota el padre Ocio. Y añade el padre Gisper en su Historia de las Misiones de Tonkin: “diez años continuos trabajó el santo misionero, siempre con el mismo celo y diligencia, a pesar de la poca salud de que gozaba, escapando muchas veces milagrosamente de manos de los perseguidores; otras, apelando a la fuga, tan a tiempo, que una vez ni aguardó a quitarse las vestiduras sagradas; otras, en fin, defendido por sus cristianos que le veneraban”.

Mas al fin vino a caer en manos de sus perseguidores, debido a la traición de un cristiano apóstata. En efecto, cierto día, a finales de noviembre de 1743, cuando Mateo estaba celebrando el Santo Sacrificio, llegaron unos soldados en su busca. Los cristianos, asustados, huyeron, y el padre, aturdido, también escapó llevándose la Sagrada Forma, que sumió al tiempo que se quitaba las vestiduras. Su diligencia se vio frustrada al ser alcanzado cuando se disponía a entrar en una cueva preparada de antemano. Le arrastraron hasta la Casa Misión, y allí unos le arrancaban los cabellos; otros le mesaban la barba, y uno de ellos le clavó la lanza en el costado. Herido como estaba, lo llevaron a una barca, y después de varios días, lo condujeron a Nam-dinh capital, junto con otros tres catequistas que también habían sido hechos prisioneros. Los cristianos quisieron rescatarle y, para ello, pagaron la cantidad convenida; pero el gobernador no sólo no le concedió la libertad, sino que él mismo lo llevó a la Corte de Hanoi, donde, cargado de gruesas cadenas, fue encerrado en la cárcel. Allí lo tuvieron cuatro días en el cepo, donde, como cátedra de predicación, el santo misionero exhortaba a todos: a unos, a convertirse a la verdadera religión, y a otros, animándolos y confortándolos para que permaneciesen firmes en la fe.

Muchas veces compareció ante los tribunales, saliendo siempre victorioso de todos sus ataques. “He venido a Tonkin —les decía— para enseñar a los hombres a amar y venerar a Dios representado en la cruz, ¿cómo, pues, voy a cometer el crimen de pisarla? Es el signo de la Redención obrada por Jesucristo, nuestro Dios y nuestro Padre, a quien debemos amar sobre todas las cosas.” Fue condenado al degüello; luego esta pena, por mediación de un mandarín afecto a los cristianos, le fue conmutada por la cárcel perpetua. Allí tuvo lugar el encuentro con su hermano de hábito el padre Francisco Gil de Frederich. A partir de este instante ambos apóstoles corrieron la misma suerte. “A este calabozo —escribió el padre Mateo— lo guardan cincuenta soldados, y éstos porque les alargamos bastante plata, nos permiten salir a casa de una cristiana, y aquí podemos celebrar el Santo Sacrificio todos los días y administrar todos los sacramentos a los cristianos de esta Corte, que eran más de doce mil.” Cuando el padre Mateo supo que su compañero sería ajusticiado el día 22 de enero de 1745, sollozando decía: “Yo soy pecador y no merezco gracia tan singular de morir por la fe como mi buen hermano.

Cuando éste salga para el lugar del suplicio, pediré acompañarle, y en presencia de los jueces diré a los mandarines: ¿por qué degolláis a mi hermano y a mi me perdonáis siendo así que yo también soy maestro de la Religión cristiana como él? Por tanto, o debéis hacernos a los dos sufrir la misma pena o hacernos gracia del mismo indulto”.

Al fin, el santo religioso logró lo que tanto deseaba, porque “perdonada antes la primera pena al extranjero Mateo —decía la última sentencia—, fue sentenciado a cárcel perpetua; mas ahora aquel fallo ha sido revocado por todos los votos, dándose otra vez contra él sentencia de degüello, cuyo último fallo ha sido confirmado por el Rey”. Cuando comunicaron la nueva sentencia condenatoria al padre Mateo, éste exclamó: “Gustoso y resignado me someto a la voluntad de Dios”, e inmediatamente fue a juntarse con su compañero. Se abrazaron los dos con la más tierna efusión, felicitándose mutuamente por la nueva sentencia.

Ambos caminaron juntos, alegres, vestidos con el hábito de su Orden; tuvieron palabras de perdón para sus esbirros; recitaron el Símbolo de la Fe; fueron arrastrados y amarrados a sus respectivas estacas y juntos volaron al cielo para recibir la corona de los vencedores el 22 de enero de 1745. Los cristianos recogieron los cadáveres y los sepultaron en la iglesia de Lucthuy-ha. Fue beatificado por san Pío X, el 20 de mayo de 1906 y canonizado por Juan Pablo II, el 19 de junio de 1988.

 

Bibl.: P. Álvarez, Santos, Bienaventurados, Venerables de la Orden de Predicadores, vol. II, Vergara, Tipografía de El Santísimo Rosario, 1921, págs. 436-443; M. Gisper, OP, Historia de las Misiones Dominicanas en Tungkin, Ávila, Imprenta Católica y Encuadernación de Sigirano Díaz, 1928, págs. 220- 236; J. M. González, “Alonso Liciniana, Mateo”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 46; F. Zurdo, Sangre en Vietnam. Los 60 Mártires de las Misiones Dominicanas, Hong Kong, 1988 (separata de Testigos de la Fe en Oriente, Hong Kong, Secretariado Provincial de Misiones, Provincia Dominicana de Nuestra Señora del Rosario, 1987); H. Ocio y E. Neira, Misioneros dominicos en el Extremo Oriente, 1587-1835, vol. 1, Manila, Life Today Editions, 2000, págs. 311-312.

 

Maximiliano Rebollo, OP