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Juan de la Cruz Cano y Olmedilla

Biografía

Cruz Cano y Olmedilla, Juan de la. Madrid, 6.V.1734 – 13.II.1790. Cartógrafo y grabador.

No se han hallado datos abundantes sobre Juan de la Cruz que, por lo demás, tampoco se han buscado con perseverancia. Se conocen los fundamentales merced a estudios genealógicos realizados sobre su famoso hermano, Don Ramón de la Cruz.

Juan de la Cruz fue hijo de Raimundo de la Cruz Ruesta y de su segunda esposa, María Rosa Cano de Olmedilla y Vela. Nació en Madrid, el 6 de mayo de 1734; fue bautizado (día 14) en la parroquia de San Sebastián y residió, con la familia, en la calle del Prado. Se casó (1767) con María de la Cruz Fernández Salinas y tuvieron ocho hijos, de los cuales cinco llegaron a ser oficiales del Ejército: Juan María, Juan Manuel, Juan Pío, Joaquín Paulo y Ramón. De los demás, escasea la documentación o murieron jóvenes (Narciso, María de la Concepción Donata y Gertrudis Benita de la Cruz Cano y Olmedilla Fernández).

Cuando falleció Juan de la Cruz, después de haber hecho testamento (3 de julio de 1786), fue enterrado en la misma parroquia en que recibió el bautismo.

Su biografía se halla unida a la de otro ilustre cartógrafo, Tomás López. Ambos fueron enviados a París como pensionistas reales “para perfeccionarse en el grabado de mapas”. La preparación básica que los hizo merecedores de la sustanciosa pensión real les permitió —hallándose aún en la capital francesa— publicar sus primeros trabajos cartográficos que pusieron de manifiesto sus conocimientos y habilidades y los que fueron adquiriendo en París a lo largo de casi una década (1752-1760). Después, por lo que respecta a la cartografía americana, realizaron aportaciones importantes y bien valoradas, algunas firmadas conjuntamente (Golfo de México, 1755). Finalmente, como consecuencia de un trabajo sobre el mapa de Milhaud, la relación entre ellos se deterioró tanto más cuanto el reconocimiento público favoreció a López en tanto que Juan de la Cruz se halló camino de la ruina, aunque fuera elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes. En 1771 fue nombrado geógrafo del Rey, título que él mismo había solicitado también para Tomás López.

Su obra cumbre es el Mapa de América Meridional (1775), fruto de una intensa actividad. Además de estudiar la abundante cartografía recopilada, consultó una copiosa documentación y efectuó numerosas entrevistas a marinos que habían cruzado el océano o viajeros que regresaban de América. Un compromiso laborioso en extremo que fue dilatándose en el tiempo. Trabajaba él solo y no podía avanzar mucho aunque leía y sacaba fichas sin descanso, incluso por las noches. Se dedicaba a ello con perseverancia y ahínco, en una actividad de compilación, reducciones y síntesis que en ocasiones era tediosa hasta que, por fin, progresó suficientemente y pudo presentar algunos resultados: “el primer cobre está acabado por mí, el segundo lo estoy finalizando y los seis restantes están barnizados y grabada la proyección sobre ellos con el borrador construido”, decía en mayo de 1770.

Casi a mediados del siglo xviii había una opinión muy generalizada entre los círculos científicos de que el trabajo y hasta el entusiasmo de los grabadores había agostado el progreso de la cartografía. Estos artesanos se limitaban a copiarse de continuo y cuando cualquiera de ellos disponía de alguna novedad, procuraba ocultársela sigilosamente a los demás; los errores pervivían sobre las planchas. Esta crítica expresada por John Green (1738) vino a significar un punto de inflexión hacia una toma de conciencia sobre aquel estado de cosas. Los avances de la astronomía y las matemáticas fueron determinantes. La fabricación del cronómetro, el perfeccionamiento de instrumentos náuticos y topográficos, la solución del problema de la longitud dieron al siglo xviii un valor especial.

Unas utilidades que, tras su aplicación a la cartografía europea, tuvieron importantes repercusiones en la cartografía americana de forma particular. No solamente tuvo repercusión la evolución de la cartografía náutica, sino también la aportación de sabios franceses e ingleses que gozaban de la mayor influencia en el ámbito del grabado y la difusión de mapas, tanto de Europa como de América septentrional, tales como D’Anville, “el dios de la Geografía”.

Durante los reinados de Carlos III y Carlos IV tuvieron lugar o se iniciaron importantes expediciones por América del Sur para tratar asuntos de límites o de reconocimiento del territorio en busca de nuevas especies de la Naturaleza, a la par que se verificaba la gobernación de América. En los mares se hacía lo propio para mejorar la seguridad y defensa, el conocimiento del litoral, la navegación, la comunicación y el transporte.

La década 1765-1775 fue la de la confección del Mapa de América Meridional, iniciada por Tomás López y Juan de la Cruz y, enseguida, llevada a cabo por Juan de la Cruz como único artífice. Fueron diez años de trabajo exhaustivo recopilando datos, cartas, informes, recogiendo además noticias de los retornados de Indias. Los gastos eran grandes y las aportaciones económicas de la Corona no acababan de llegar y nunca sobrepasaron el tercio de lo estipulado y gastado, como demostró Smith. Además solicitaban nuevos materiales, otras fuentes históricas, toda la cartografía de América del Sur existente en centros oficiales y privados, fueran cartas manuscritas o grabadas, bien realizadas en España, bien adquiridas en el extranjero (parece que los diplomáticos no estuvieron especialmente diligentes con la petición y que los archiveros tampoco colaboraron con entusiasmo); por si todo ello fuera poco sucedió, además —como se ha indicado— que Tomás López había abandonado el trabajo acuciado por otros intereses. En verdad parece que habían surgido diferencias notables y hasta discordias irreconciliables entre los dos cartógrafos hasta tal punto que Juan de la Cruz quedó él solo ante el Mapa de América Meridional, del que se hizo único responsable.

La gran calidad de la carta de 1775 solamente podía provenir de la utilización de fuentes idóneas. Fueron éstas las que pidió al secretario de Estado, Grimaldi, “no queriéndome limitar solamente a corregir otro mapa (de Francisco Milhau y Maraval)”. Por ese motivo, se vio precisado a construir un mapa nuevo de diferente proyección (bien que del mismo tamaño a causa de la medida de los cobres) con todos los preciosos planos que para este fin se sacaron de la Secretaría de Indias; eran sesenta y dos y no le parecieron suficientes, por lo que pidió que M. J. de Ayala, archivero de la Secretaría, que le facilitara los “que tienen propios” así como los manuscritos de que los acompañan; los de los trabajos de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, el mapa del padre Juan Ignacio Molina, un manuscrito de “Poncho Chileno” y un mapa de Amat, numerosos mapas y relaciones del Río de la Plata, de Lázaro Angulo, mapas de Paraguay y otro mapa remitido por el marqués de Valdelirios, mapa de la isla Trinidad de José Solano y mapas holandeses y franceses consultados durante su estancia en París, así como los de D’Anville, Delisle y otros, de Guayanas, cartografía del Nuevo Reino de Granada y mapas sobre Brasil, así como otros procedentes de diversas nacionalidades (españoles, portugueses, holandeses), documentación misional, de los capuchinos y franciscanos, de la fachada Norte y la Orinoquia, de los jesuitas y franciscanos de la región andina hacia la montaña, la Amazonia y el Sur, así como de la región rioplantense septentrional y hacia el Sur hasta el Estrecho; procedentes de los archivos del Consejo de Indias, del General de Simancas, del Ministerio de Ultramar y particulares. También tuvo que determinar la posición de lugares por conjeturas y medidas a partir de observaciones inseguras, por ejemplo en 1769 al hacer el mapa del estrecho del Magallanes para ilustrar el viaje de Byron.

A la conclusión del mapa (en él se recogen las rutas estratégicas indígenas, ancestrales —que con el añadido imprescindible de las hispánicas constituían las arterias de conexión con la comunicación marítimoportuaria, donde confluían las terminales de todas las rutas de colonización, transporte, comercio y dominio— y también una rica y exacta localización de la toponimia) aparecía como una obra magnífica que admiró al Rey y a la Corte. Lamentablemente, de inmediato se vio también inmersa en las vicisitudes políticas del momento que vinieron a dar al traste con tan estimable trabajo. En el mes de noviembre de 1775, tras ese largo decenio de actividad, pudo apreciarse el Mapa de América Meridional, calificado de grandioso, en ocho grandes hojas. Se ordenó su impresión y una distribución selectiva. Pero las tensiones entre España y Portugal continuaban en su secular contencioso sobre el trazado de fronteras en América del Sur y el mapa de Juan de la Cruz parecía dar argumentos a Portugal. La consecuencia no pudo ser peor para el cartógrafo; cuando solamente había cobrado una tercera parte de los costos de su realización, no sólo no se le pagó el resto sino que además se procedió a desacreditar el mapa por necesidades de política internacional; se prohibió el grabado de nuevos ejemplares y se pretendió recuperar todos los que se habían distribuido, sin levantar sospechas. Tanto esfuerzo había servido únicamente para conducir a Juan de la Cruz Cano y Olmedilla al descrédito. Hasta su muerte lo último que cobró fue una limosna de 750 reales, dos años antes. Tal era su pobreza que se vio obligado a realizar otros trabajos para la supervivencia de su familia.

Hizo mapas para ilustrar libros de historia de las expediciones o de conflictos en América o de la época clásica y también trabajos de índole puramente artística y costumbrista, como la excelente Colección de trajes de España que concluyó en 1778.

Su reconocimiento póstumo ha sido total y sin reservas.

Incluso Tomás López (1797) informaba muy positivamente. Aún a principios del siglo xix los ingleses seguían considerándolo del mismo modo, y en España (1802) Francisco de Requena encomiaba su mapa.

La carta está orlada por una alegoría de Carlos III como Sol que ilumina ambos hemisferios flanqueada por planos del Nuevo Mundo: El Callao, Angostura (cuartel general del Río Orinoco), Cuzco, Darién, Cartagena, Venezuela, Panamá, Bogotá, Quito, Popayán, Tunja, San Sebastián de Mariquita, San Cristóbal de los Llanos, San Miguel de Piura, Brasil, Charcas, Santiago de Chile, Trujillo, Arequipa, La Concepción de Chile, La Paz, el Consulado de Lima y otros adornos en forma de guirnalda que concluye en una efigie del descubridor sobre un pedestal con la leyenda “A Castilla y a León nuevo Mundo dio Colón”; bajo todo ello una alegoría de España y las Indias.

En la parte inferior, una cartela describe las “Advertencias para la inteligencia de este mapa”. El mapa fue exhibido como testimonio probatorio, tras la independencia de Iberoamérica, en las disputas de límites entre estados: Portugal y España, en 1893; Guayana francesa y Brasil, en 1899; Venezuela y Guayana Británica, en 1897; Guayana Británica y Brasil, en 1903; Perú y Bolivia, en 1906, y Chile y Argentina, en 1896 y 1971. Humboldt quedó impresionado por él y Jefferson dijo que incluso “sería útil para dirigir operaciones militares”.

 

Obras de ~: Mapa geográfico de América Meridional. Dispuesto y grabado por ~, Geógrafo Pensionado de S. M., individuo de la Real Academia de San Fernando, y de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País, teniendo presentes varios Mapas y noticias originales con arreglo á Observaciones astronómicas, impresa y grabada la letra, por Hipolito Ricarte año 1771, Madrid, 1775 (ampl. por el Instituto Geográfico y Estadístico [Madrid], Instituto Geográfico y Estadístico, 1884); Colección de trajes de España, tanto antiguos como modernos, que comprehende todos los de sus Dominios, dispuesta y grabada por ~, Madrid, M. Copin, 1777 (pról. de V. Bozal, Madrid, Turner, 1988).

 

Bibl.: C. Fernández Duro, Armada española. Desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, vol. VII, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1895-1903, págs. 398-415; D. Ramos Pérez, El tratado de Límites de 1750 y la expedición de Iturriaga al Orinoco, pról. de A. Melón y Ruiz de Gordejuela, Madrid, Gráficas Versal, 1946; R. Pidal y Bernaldo de Quirós, Estampas y estamperos. Juan de la Cruz. Bosquejo biográfico artístico, Madrid, 1950; J. Torres Revello, “Francisco Milhau y Maraval, geógrafo y cartógrafo que actuó en el Río de la Plata”, en Anales de la Academia Argentina de Geografía (Buenos Aires), V (1960); R. Donoso, “El mapa de América Meridional de don Juan de la Cruz Cano y Olmedilla”, en Revista Chilena de Historia y Geografía (Santiago de Chile), 131 (1963); T. R. Smith, “Cruz Cano’s Map of South America, Madrid 1775: its creation, adversities and rehabilitation”, en Imago Mundi (Amsterdam), vol. XX (1966), págs. 49-78; J. Carrete Parrondo, El grabado calcográfico en la España ilustrada: Aproximación Histórica: Estampas de Manuel Salvador Carmona: Repertorio de grabadores españoles del siglo xviii (exposición celebrada en el Club Urbis en noviembre de 1978), Madrid, Club Urbis, 1978; A. Herrera Vaillant, “Don Ramón de la Cruz, hidalgo y poeta de Madrid, y su familia”, en Hidalguía (Madrid), XXXI, 178-179 (1983), págs. 433 y ss.; I. Vázquez de Acuña, Don Juan de la Cruz, su mapa de América meridional (1775) y las fronteras del reino de Chile, Santiago, Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, 1984; V. Bozal, “Prólogo” a J. de la Cruz Cano y Olmedilla, Colección de trajes de España, op. cit.; R. Núñez de las Cuevas, “Introducción” a T. López, Atlas de la Península Ibérica y de las posesiones españolas en ultramar: colección de mapas de distintos tamaños y escalas de Thomàs Lopez, [Madrid], Testimonio Compañía Editorial, 1998; M. Cuesta Domingo, “Cartografía de América del sur. Juan de la Cruz”, en VV. AA., Milicia y sociedad ilustrada en España y América (1750-1800): Actas [11.as Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla, 2001], vol. 2, Madrid, Deimos, 2003, págs. 209-238.

 

Mariano Cuesta Domingo

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