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Jerónimo Suárez de Maldonado

Biografía

Suárez de Maldonado, Jerónimo. Sevilla, f. s. XV – Valladolid, 8.IX.1545. Prelado y consejero de Carlos V.

Natural de Sevilla, hijo de Diego Jiménez y Catalina Suárez. Inició sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, en donde se licenció en Cánones.

En noviembre de 1515 fue admitido en el salmantino colegio mayor de San Bartolomé, y así entró a formar parte de la elite de letrados castellanos que procuraban mejorar sus conocimientos y preparación después de pasar por la universidad. No en vano, éste y los otros colegios mayores eran centros de formación de expertos en derecho civil y eclesiástico, cuyos destinos preferentes eran después la administración real y los obispados. Ambos tipos de ocupaciones tuvo a la postre Jerónimo Suárez de Maldonado, cuya trayectoria fue tenida en dicha institución como paradigma del encumbramiento político-social que se alcanzaba gracias a los méritos que eran adquiridos en ella. Durante su estancia en el colegio mayor parece que ejerció el oficio de juez metropolitano, pero no llegó a opositar al grado de catedrático. Asimismo, fue nombrado provisor del obispado de Cuidad Rodrigo por Juan Pardo de Tavera, que ocupó esta mitra entre 1516 y 1523. Este hecho habría de resultar fundamental en la proyección administrativa de Suárez Maldonado, pues pasó a gozar de la protección de quien se convertiría en una de las cabezas del gobierno durante la primera mitad del reinado de Carlos V.

Su estancia en el colegió terminó simultáneamente a su entrada en la administración real cuando, a comienzos de 1517, fue enviado a Valladolid como juez de comisión para tratar de apaciguar la ciudad tras los sucesos provocados por la oposición que había causado la formación de milicias por parte de Cisneros.

Su promoción se produjo este mismo año, ya que Suárez de Maldonado comenzó a ejercer labores como oidor de la Chancillería de Valladolid. Aquí afianzó sus relaciones con Juan de Tavera, que en 1522 fue enviado a presidir este tribunal. El puesto de oidor de cualquiera de las chancillerías acostumbraba a dar experiencia y solía ser un paso previo antes de acceder a algún obispado o a alguno de los consejos de la monarquía.

En efecto, en mayo de 1524 Suárez de Maldonado cambió de destino al ser nombrado consejero de Inquisición.

En este organismo mantuvo durante los años siguientes frecuentes discrepancias con el inquisidor general Alonso de Manrique, quien, por su parte, era enemigo político de Tavera, que también había llegado a la Corte con nombramiento de presidente del Consejo de Castilla en septiembre de 1524. Este encumbramiento probablemente tuvo relación con que Suárez de Maldonado, habiendo sido racionero de Sevilla, el 10 de julio de 1525 recibió su primer nombramiento eclesiástico de importancia, el obispado de Mondoñedo. Como miembro del Consejo de Inquisición Suárez de Maldonado se halló presente en la junta celebrada en 1525 para abordar la problemática de los moriscos valencianos. Igualmente, fue convocado a la reunión que debía definir los procedimientos que se debían seguir respectos a las brujas de Guipúzcoa y Navarra, y asistió a la junta convocada en Valladolid en 1527, cuya finalidad era juzgar la ortodoxia de las obras de Erasmo. Asimismo, tuvo un destacado protagonismo en el proceso seguido contra uno de los más destacados seguidores de la corriente erasmista en Castilla, Juan de Vergara, así como en la causa seguida contra su hermano, Bernardino Tovar, relacionado con el grupo alumbrado vallisoletano. Posteriormente, participó en la censura de las obras del secretario Alfonso de Valdés. En este tema su intervención fue, según Bataillon, “cosa curiosa”, pues encargó la revisión del Diálogo de las cosas ocurridas en Roma a un erasmista, Pedro Juan de Olivar. La observación del egregio hispanista francés quería hacer constar la contradicción que encontraba en esta decisión, aparentemente permisiva y tolerante para con la corriente erasmista hispana, y la condición de Suárez de Maldonado de cliente de Juan de Tavera, parte de un grupo muy unido de letrados eclesiásticos que estuvo a su servicio, cuya religiosidad estaba caracterizada precisamente por la ortodoxia, el formalismo y la intransigencia. De hecho, en el Consejo de Inquisición este grupo condicionó en incluso marginó al Inquisidor general Alonso de Manrique, debido a su simpatía con los erasmistas y otras interpretaciones en declive en la Corte imperial. Durante la década siguiente, caído en desgracia Manrique y con frecuencia alejado de la Corte castellana, fueron los consejeros de Inquisición los que verdaderamente dirigieron el organismo.

Tavera procuró mejorar la situación eclesiástica de su apadrinado y, en junio de 1530, reiteró a Carlos V y al secretario Francisco de los Cobos las cualidades de Suárez de Maldonado para exponer que, a su juicio, era apto para ocupar un obispado más importante que el de Mondoñedo o incluso la presidencia de una de las Chancillerías. Con estas recomendaciones, en 1532 recibió nombramiento como obispo de Badajoz, en sustitución de Pedro González Manso.

Pero, como indica su biógrafo eclesiástico Solano de Figueroa, “quedóse el obispo en la corte, y con manejos de suma importancia”, por los que sus ocupaciones le mantuvieron apartado de su sede episcopal y consiguientes obligaciones pastorales. En su lugar, nombró como provisor y vicario general al bachiller Lorenzo Vázquez, y como visitador a Alonso de Guzmán, obispo de Trujillo.

En 1533, con motivo de la ausencia que Tavera debía realizar para acompañar a la emperatriz a Barcelona, éste pretendió que Suárez de Maldonado asumiese la presidencia del Consejo Real de forma interina. No obstante, los miembros de dicho organismo se negaron a aceptar esta pretensión, puesto que, tradicionalmente, dicha función en ausencia del presidente correspondía al decano o consejero más antiguo. Así pues, la oposición que se produjo en el seno de la institución impidió que el obispo de Badajoz desempeñara este cometido. Por otra parte, se exoneró como juez del entendimiento de la causa del conde de Ureña, en la que estaba diputado junto a Fernando de Valdés y Hernando Niño. En abril de 1535 fue delegado por el arzobispo de Santiago, Pedro Sarmiento, que tuvo que partir de viaje con Carlos V, para que ejerciera durante su ausencia las funciones que en la Casa de Castilla correspondían al cargo de capellán mayor. Al año siguiente consideró inoportuno cambiar del obispado de Badajoz al obispado de Salamanca, que finalmente fue proveído en Rodrigo de Mendoza. Como no podía desempeñar sus labores episcopales en persona en la ciudad pacense, en 1537 Suárez de Maldonado hubo de nombrar nuevo gobernador y visitador al licenciado Cristóbal Hernández de Valtodano, con comisión específica para que actuara como reformador del cabildo y obispado.

Sus nuevas ocupaciones gubernativas se produjeron desde 1537, en buena medida asumiendo algunas de las tareas que habían quedado vacantes por el fallecimiento de Francisco de Mendoza el año anterior.

En dicha fecha, se produjo la necesidad de designar algún letrado autorizado que vigilase y señalara con rúbrica la venta de bienes de las Órdenes militares, autorizada por Clemente VII en 1529, y activada después de la confirmación otorgada por Paulo III en agosto de 1536. En lugar de Fernando de Guevara, que había realizado esta tarea pero que tuvo que partir junto al séquito imperial a la celebración de las Cortes de Monzón, Juan de Tavera impulsó que fuera nombrado Suárez de Maldonado, lo que conllevó su entrada en el Consejo de Hacienda. En realidad, Suárez de Maldonado se había introducido en temas hacendísticos el año anterior, cuando tuvo que sustituir precisamente a Mendoza en la comisión de cuentas del tesorero Francisco de Vargas, pendientes de resolución desde 1524.

La posición de Suárez de Maldonado al frente del Consejo de Hacienda se afianzó con ocasión del viaje de Carlos V a Niza y el consiguiente establecimiento de la pertinente regencia. El 22 de abril de 1538, el Consejo de Hacienda, carente de presidente desde la muerte de Francisco de Mendoza, recibió nuevas instrucciones y, expresamente, se situó a Suárez de Maldonado en su cabecera al citarle como el primero de los consejeros. Además de absorber algunas tareas concernientes a las rentas fijas que pertenecían a la Contaduría mayor, el Consejo de Hacienda quedaba encargado especialmente de Buscar los medios y formas que pudieren para haver dineros; es decir, impulsar las formas extraordinarias de incrementar los ingresos, como la ejecución de las ventas de lugares de las Órdenes militares, de juros y oficios. Se establecieron sesiones ordinarias durante tres o cuatro días a la semana, y la Instrucción ratificó expresamente la composición que se había derivado de la evolución del Consejo: un prelado en la presidencia, en este caso el obispo de Badajoz Suárez de Maldonado; los lugartenientes de la Contaduría mayor, Cristóbal Suárez y Sancho de Paz; el tesorero general, Alonso de Baeza; un secretario, Juan Vázquez de Molina, que delegaba las tareas rutinarias en Somonte, y un miembro del Consejo Real, el doctor Guevara.

Un año después, al partir Carlos V a Gante expidió nuevos mandamientos que complementaron la Instrucción de abril de 1538, pues si bien de nuevo le atribuyeron la capacidad genérica de entender en todas las cosas que tocaren a la dicha Hacienda, apuntaron más específicamente las competencias del Consejo de Hacienda en la consecución y distribución de los ingresos —cumplir consignaciones, deudas y cambios, vigilar el pago de guardas, galeras y fronteras—, y entender jurisdiccionalmente en las ventas de lugares de las Órdenes. Durante los años siguientes el principal cometido de esta institución bajo la presidencia de Suárez de Maldonado fue la puesta en práctica de los diversos expedientes, como la venta de vasallos y lugares de las Órdenes militares y monasterios, de regimientos, escribanías y otros oficios, de alcabalas y juros, y como la imposición de tasas sobre la lana, alumbres, sal, etc.

Además, Suárez de Maldonado había asumido en 1536 otro importante puesto dejado vacante por Francisco de Mendoza, la presidencia del Consejo de la Emperatriz, encargado de administrar su patrimonio y de asesorarla cuando Carlos V se encontraba ausente.

Esta presidencia del Consejo de la Emperatriz se prolongó después del fallecimiento de Isabel de Portugal en 1539, pues hubo que solucionar diversos temas relacionados con su herencia y disposiciones testamentarias.

Precisamente, en el funeral de la emperatriz, oficiado en San Jerónimo de Madrid, el obispo Suárez de Maldonado dijo el oficio de vísperas.

Tal y como señala su biografía oficial, “en un mesmo tiempo tubo tres presidencias, en las quales y en todos los oficios que tubo se obo como muy docto, sabio y recto juez, porque tenía letras y prudencia, rectitud e yndustria quales para esto se requieren”. Además del Consejo de Hacienda y del Consejo de la Emperatriz, la tercera presidencia fue la del Consejo de Inquisición.

En efecto, cuando en 1539 Juan Pardo de Tavera dejó la presidencia de Castilla para ocupar el cargo de inquisidor general, recomendó a Carlos V que Suárez de Maldonado fuera nombrado presidente del Consejo de Inquisición, un oficio creado ex profeso por la confianza que le inspiraba. Su principal atribución consistió en encargarse de los asuntos relacionados con los temas de justicia, mientras que en cuanto inquisidor general Tavera, que además tenía una activa participación en el gobierno de Castilla, atendía a las materias referidas a las provisiones y gracias. Hay que precisar que en los años siguientes se endureció la censura inquisitorial, se adoptaron medidas de vigilancia y control de los moriscos, y finalizaron diversas causas contra alumbrados iniciadas años antes.

Entre tanto, desde la presidencia del Consejo de Hacienda, Suárez de Maldonado continuó haciendo frente a las necesidades financieras de Carlos V. En este ámbito fue repetidamente incluido en las instrucciones que dio Carlos V cada vez que tuvo que establecer regencia en sus reinos hispanos, debido a sus frecuentes viajes. Así, en las instrucciones de 1539 y 1543 encontramos al obispo de Badajoz, si bien su nombre aparece en segundo lugar, detrás del comendador mayor de León, el secretario Francisco de los Cobos, que debido a sus achaques ya no viajó en el séquito del emperador. Se trataba, por tanto, de una presidencia relativa la ostentada por Suárez de Maldonado, toda vez que Cobos, además de aparecer citado en primer lugar, había sido nombrado por Carlos V nada menos que Contador mayor de Hacienda de Castilla. La tarea que afrontaban no era desde luego desdeñable. Para 1543, por ejemplo, se planteaba un déficit que alcanzaría 707.667 ducados, mientras que los recursos aparentaban estar agotados.

Sabiendo que dejaba el manejo de la Hacienda bien cubierto con la presencia de Cobos, desde junio de 1544 se produjo la ausencia de la corte de Suárez de Maldonado, que partió para ocuparse de su obispado, en donde permaneció más o menos un año. Tan prolongada estancia se debió a que, con anterioridad, jamás había visitado su sede episcopal a pesar de llevar tantos años como su prelado. Acaso su decisión también se debiera a la creciente influencia de Fernando de Valdés, que, de manera progresiva, fue afectando a todos los protegidos del inquisidor general Juan de Tavera. Éste intentó todavía que Suárez de Maldonado retuviera título y ejercicio de consejero de Inquisición a pesar de estar alejado de la Corte, alegando que había pocos consejeros y bastante ineficaces en temas inquisitoriales, hecho motivado por ancianidad o por inexperiencia. Pero Tavera falleció en agosto de 1545. La vida de Suárez Maldonado no excedió mucho a la de quien con tanto denuedo había sido su patrón. Había regresado a la Corte, sita en Valladolid, y aquí al poco falleció, el 8 de septiembre.

Así desaparecía toda una generación de consejeros que se había iniciado en el gobierno en los primeros años del reinado de Carlos V. Suárez de Maldonado ordenó ser sepultado en Sevilla, su ciudad natal. El expolio de sus bienes episcopales pasó a nutrir las arcas de la Hacienda real.

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de España, ms. 7122, fol. 65.

F. Ruiz de Vergara y Álava, Historia del Colegio Viejo de San Bartolomé, I, Madrid, 1766, págs. 277-280; J. Solano de Figueroa, Historia Eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz, vol. I, Badajoz, 1929-1932, págs. 197-225; J. L. González Novalín, El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568), Oviedo, 1969-1971; A. Redondo, Antonio de Guevara (1480?-1545) et l’Espagne de son temps, Ginebra 1976; M. Avilés Fernández, “El Santo Oficio en la primera etapa carolina”, en J. Pérez Villanueva y B. Escandell, Historia de la Inquisición en España y América, vol. I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1984, págs. 450-468; J. Martínez Millán, “Las elites de poder durante el reinado de Carlos V a través de los miembros del Consejo de Inquisición (1516- 1558)”, en Hispania, 168 (1988), págs. 103-167; C. J. de Carlos Morales, El Consejo de Hacienda (1523-1602), Patronazgo y clientelismo en el gobierno de las finanzas reales de Castilla, Valladolid, 1997; “Jerónimo Suárez de Maldonado”, en J. Martínez Millán (dir.), La corte de Carlos V, vol. III, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, págs. 407-410.

 

Carlos Javier de Carlos Morales