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Jerónimo de Villanueva y Díez de Villegas

Biografía

Villanueva y Díez de Villegas, Jerónimo de. Madrid, 24.III.1594 – Zaragoza, 21.VII.1653. Miembro de una familia aragonesa de oficiales y servidores del Rey, protonotario de Aragón, secretario de Estado.

La vida de Jerónimo de Villanueva merece, sin duda, un estudio monográfico: son tantos y tan variados los aspectos que cabría analizar en su trayectoria al frente de las diversas responsabilidades que ejerció durante el reinado de Felipe IV. Nacido en Madrid y bautizado en la parroquia de San Justo, este aragonés se formaría durante su infancia, igual que su hermano Agustín, en el selecto Colegio Imperial de los jesuitas donde ingresó el 30 de septiembre de 1606, y en el que destacaría por sus dotes como lo demuestra su participación en la Congregación de la Anunciata que agrupaba a los alumnos más brillantes: incluso se llegó a pensar que ingresaría en la Compañía de Jesús. Sin embargo, por sus orígenes y por su formación, Jerónimo de Villanueva estaba destinado a la carrera burocrática dentro de los órganos de la Administración Central de la Monarquía, singularmente del Consejo de Aragón, y de la mano protectora de su padre, Agustín de Villanueva. No consta, como es el caso de su hermano Agustín, que Jerónimo llegara a conseguir algún grado universitario.

Los Villanueva ocuparon diversos oficios en la Cancillería aragonesa del Consejo: el padre de Jerónimo de Villanueva, Agustín, sería el encargado de iniciar esta saga en Madrid. Otros parientes sirvieron al Rey tanto en Aragón como en Madrid: es el caso del secretario del Consejo de Aragón, Juan Lorenzo de Villanueva, primo del protagonista, que desde 1628 hasta el momento de su muerte, sustituiría a Jerónimo de Villanueva en las ausencias de éste en la Protonotaría; o Jerónimo de Villanueva Fernández de Heredia y su hijo José que continuaron con la presencia de este linaje en la cabeza de la Cancillería del Consejo de Aragón, casi hasta su desaparición en 1707.

La carrera de Jerónimo se inicia en el seno del Consejo de Aragón en 1615 cuando se concedió a su padre, en consideración a sus cuarenta y cuatro años de servicio, la merced de darle por adjunto con derecho de futura sucesión sobre las negociaciones de Aragón y Mallorca, a su hijo Jerónimo de Villanueva. Sucesión que se produciría verdaderamente al fallecer su padre: “Con decreto de 14 de diciembre de año 1620 hizo su Mjd merced al sr. Jerónimo de Villanueva de la Protonotaría con retención de las secretarías de Aragón y Mallorca en la misma forma que la tenía su padre Agustín de Villanueva” (Archivo Histórico Nacional, Consejos, libro 2029, f. 464). Se ha relacionado esta promoción de Jerónimo de Villanueva con la amistad y protección del duque de Lerma y posteriormente del duque de Uceda, pero habría que relacionarla mejor con la que le prodigó fray Luis de Aliaga, confesor del Rey, primero, inquisidor general, después, y uno de los hombres más poderosos de la etapa final del reinado de Felipe III.

Precisamente en un escrito anónimo contra fray Luis de Aliaga se denunciaba la extraña afición del joven protonotario Jerónimo de Villanueva —en 1620 contaba con tan sólo veintiséis años—, por la astrología. Estas prácticas, así como el caso del monasterio de San Plácido en el que se ve envuelto el protagonista y que le acarrearía un encausamiento por parte de la Inquisición, han forjado para la posteridad la imagen de Jerónimo de Villanueva como un personaje rayano en la heterodoxia. En la causa inquisitorial a la que le sometió el tribunal de Toledo se planteaba su posible origen judeoconverso. En concreto se hacía descender a los Villanueva de judíos aragoneses que habían estado implicados en el asesinato del inquisidor Pedro de Arbués. Afortunadamente para Jerónimo de Villanueva, la interposición de un recurso de apelación por parte de su hermano Agustín ante la sede romana, que fue aceptado por el Papa Inocencio X, impidió que estas supuestas pruebas se incluyeran en el expediente y que tuviera que responder de ellas. Por otro lado, sus adversarios políticos, sobre todo en la Corona de Aragón en la década de los treinta y comienzo de los cuarenta, lo tachaban de hombre desconsiderado, violento, de modales descorteses, lenguaje impetuoso y carácter poco atractivo. Un punto de vista, sin duda, exagerado, que contrasta con el aprecio y consideración que le dispensaron el rey Felipe IV y el conde-duque de Olivares.

Entre 1620 y 1643 Jerónimo de Villanueva asumió la Protonotaría de Aragón, y desde ahí ascendió a más altas responsabilidades convirtiéndose en algo así como el valido del valido. Sería 1626 un año capital en su carrera. Durante la celebración de las Cortes de Aragón, mientras realizaba las funciones que le correspondían como protonotario, destacó de tal manera su trabajo que llamó la atención del mismo Olivares quien, desde ese momento, le destinaría a mayores empresas. Los favores y mercedes que recibió a partir de entonces confirman esta circunstancia. Por un decreto dado en Madrid a 23 de mayo de 1626 se le otorgó voto en el Consejo de Aragón en todos los casos de Gobierno y Gracia, con expresa retención del oficio de protonotario y las secretarías de Aragón y Mallorca que servía, a las que añadiría la de Montesa en 1630.

A partir de ese año, como hombre fuerte de don Gaspar en el Consejo de Aragón, controlaría casi en solitario las relaciones de la Corte con los territorios del oriente de la Península. Además se convirtió en secretario del Consejo de Estado, en miembro del Consejo de Guerra y en miembro también de numerosas e importantes juntas particulares, siempre con el apoyo expreso del conde-duque. Por tanto, no resulta extraño que la duración en sus oficios coincida casi idénticamente con la etapa correspondiente al valimiento de Olivares.

Desde el 12 de diciembre de 1627 se encargaba de un importante y delicado cometido: la administración de la bolsa de gastos secretos del Rey. En ese mismo año fue nombrado secretario del Despacho Universal, secretario del rey Felipe IV desde el 4 de enero de 1628, y por decreto de 15 de noviembre de 1636 consejero de Guerra, y en 1630 sería nombrado secretario de Estado de la parte de España. Sirvió como consejero de Aragón en el de Cruzada según Real Decreto dado en Madrid a 27 de abril de 1643. Fue objeto de otras distinciones: la concesión de un hábito de caballero de la Orden de Calatrava, o el título del marquesado de Villalba para él y sus herederos. En 1639 recibió un regimiento tercero acrecentado de la villa de Madrid, y un año después otro cargo consistorial en la ciudad de Burgos.

El poder acumulado por Jerónimo de Villanueva en el Consejo de Aragón se fue incrementando hasta alcanzar en los últimos años de la década de los treinta y comienzos de los cuarenta su punto culminante, coincidiendo con el agravamiento de la situación de la Monarquía, complicada en la guerra con Francia, y a partir de 1640 en la rebelión de Cataluña: era grande la aversión a Villanueva en el Principado donde se le calificaba de “Nerón” y aludiendo a su gran influencia cerca del Rey, “trononotario”. En esos años, Villanueva ejerce su poder desde la Junta de Ejecución de la que era miembro como experto en los asuntos de la Corona de Aragón. Era tal su influencia que el cronista Pellicer revela en uno de sus avisos que “juntamente hay opiniones que al Señor Protonotario le dan la Presidencia de Aragón, con título de Vice- Canciller, y aún añaden que el Obispado de Sigüenza y que de ahí volará al Capelo”, y en otro de 1641, en el que discurre sobre quién va a cubrir la plaza de arzobispo de Toledo, vacante por muerte del cardenal infante don Fernando, después de citar a diversos egregios candidatos, dice: “también anda en el cuento el Señor Protonotario”.

Jerónimo de Villanueva no se casó, a pesar de que su familia concertó un doble compromiso con otra familia de servidores de la Monarquía: los Valle de la Cerda. Cecilia Villanueva contrajo matrimonio el 12 de diciembre de 1622 con el hijo de Luis Valle de la Cerda y Luisa de Alvarado, Pedro, contador mayor de los Consejos de Guerra y Hacienda. Jerónimo de Villanueva estaba comprometido con Teresa. Sin embargo, los futuros contrayentes cambiaron los planes fijados por sus respectivas familias: renunciaron al amor humano e influidos por los consejos de una tía piadosa de Teresa, decidieron fundar un monasterio al que Teresa aportaría su dote y su vida y Jerónimo su hacienda. Este es el origen, en 1623, en el inicio mismo de la carrera política de Jerónimo de Villanueva, del convento de religiosas de la Encarnación Benita de Madrid, comúnmente conocido por San Plácido.

Jerónimo, por tanto, no tuvo descendencia, pero se aseguró de que sus oficios en el Consejo de Aragón se mantuvieran en la familia. Por decreto de 25 de enero de 1643 se concedió facultad a Jerónimo de Villanueva para que dispusiera del oficio de protonotario, así como de las negociaciones de Aragón y de Mallorca, en favor de su sobrino, Jerónimo de Villanueva Fernández de Heredia, hijo del Justicia de Aragón, Agustín de Villanueva, hermano del todopoderoso protonotario. Al ser un menor de edad se dispuso que si el sobrino muriera antes de tener la edad necesaria para ejercer esa responsabilidad, el protonotario podría nombrar a otra persona, contando en ese caso con la aprobación del Consejo. No falleció el sobrino, y a su tiempo sucedió al protonotario en sus oficios.

Si en enero de 1643 don Jerónimo ayudaba a su protector y amigo a recoger papeles y a deshacerse de otros, al ser cesado el conde duque, no tardó en correr la misma suerte nuestro protagonista que fue apartado de sus cargos el 27 de abril de 1643, en teoría para facilitar un acuerdo con los rebeldes catalanes. Se le conservaron en principio algunos privilegios económicos e incluso se le concedió un puesto de capa y espada en el Consejo y Junta de Guerra de Indias. Siguió conservando la secretaría de Estado de la parte de España; un año después asumió la de Italia y entró en el gobierno de la de Flandes. El resto del año 1643 y los comienzos del siguiente, transcurrieron sin demasiados sobresaltos para Villanueva, que incluso parecía afirmado en su nueva posición dentro de la Corte: fue nombrado como uno de los tres consejeros que debían formar el nuevo Consejo de Cámara de Indias.

A finales del verano de 1644 la suerte le volvió definitivamente la espalda con la intervención de la Inquisición por su complicación en la causa de las monjas del convento de San Plácido de Madrid, situado en la calle de San Roque, derribado en 1903 y del que actualmente sólo se conserva la iglesia. Aunque el rumor popular reservaba un papel a Jerónimo de Villanueva en los supuestos escarceos amorosos del rey con una monja del citado convento, la intervención inquisitorial vendría provocada por la relación de esa comunidad, incluida la priora, con el movimiento herético de los alumbrados, en 1638. Como patrón de dicho convento, Jerónimo de Villanueva sería acusado y encarcelado en Toledo y se le confiscaron muchos documentos que estaban en su poder. León Pinelo, transmite el morbo que provocó esta detención: “1644 en 30 de agosto el Protonotario D. Jerónimo de Villanueva (a quien la fortuna iba derribando, como ya se dijo) fue preso por el Santo Oficio de la Inquisición y llevado luego desde su posada a Toledo. La causa fue pública y se siguió en aquel Santo Tribunal y aquí en el de la Suprema con admiración del mundo no tanto por los casos que le pusieron que sin tocar en su sangre fueron graves, cuanto por ver en tal estado al que tuvo en sus manos el gobierno de la Monarquía: no volvió más a Madrid”.

El proceso inquisitorial ha sido estudiado por Puyol Buil. Jerónimo de Villanueva fue defendido eficazmente por su hermano Agustín de Villanueva, justicia de Aragón, quien presentó un memorial a Felipe IV en nombre de Jerónimo, pidiendo la recusación del inquisidor general Diego de Arce y Reinoso, obispo de Plasencia, y no dudó en recurrir a Roma para proteger a su hermano que logró salir indemne y se refugió los últimos años de su vida en Zaragoza, alejándose de los peligros de la Corte. Desde allí respondió en 1652 a algunas consultas que se le hicieron sobre el funcionamiento de la protonotaría del Consejo de Aragón, y allí falleció el verano de 1653.

 

Bibl.: J. Pellicer de Ossau y Tovar, Avisos históricos que comprehenden las noticias y sucesos mas particulares, ocurridos en nuestra Monarquía desde el año de 1639, en A. Valladares de Sotomayor, Semanario Erudito, XXXI, XXXII Y XXXIII, Madrid, 1790; M. de Novoa, Memorias. Historia de Felipe IV, Rey de España, Madrid 1879 (Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, vol. 69); J. Lalinde Abadía, La institución virreinal en Cataluña (1471-1716), Barcelona, 1964; J. A. E scudero, Los secretarios de Estado y del Despacho, Madrid, 1969; A. León Pinelo, Anales de Madrid, desde el año 447 al de 1658, transcrip., notas y ordenación cronológica de P. Fernández Martín, Madrid, 1971; J. Lynch, España bajo los Austrias, II. España y América (1598-1700), Barcelona, Península, 1984; J. H. Elliott, El Conde-Duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Barcelona, Crítica, 1990; C. Puyol Buil, Inquisición y política en el reinado de Felipe IV. Los procesos de Jerónimo de Villanueva y las monjas de San Plácido, 1628-1660, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1993; J. Arrieta Alberdi, El Consejo Supremo de la Corona de Aragón (1494-1707), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, CSIC, 1994; F. Benigno, La sombra del rey. Validos y lucha política en la España del siglo xvii, Madrid, Alianza Editorial, 1994; M. A. González de San Segundo, “El Consejo de Aragón y la Orden de Montesa”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 67 (1997); J. F. Baltar Rodríguez, Las Juntas de Gobierno en la Monarquía Hispánica (siglos xvi y xvii), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998; J. A. Escudero, Administración y Estado en la España Moderna, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1999; M. A. González de San Segundo, “Los Consejeros de capa y espada en el Consejo de Aragón (La nobleza aragonesa en el gobierno de la Monarquía)”, en C. Iglesias (dir.), Nobleza y sociedad III. Las noblezas españolas, reinos y señoríos en la Edad Moderna, Oviedo, Nobel, Fundación Banco Santander Central Hispano, 1999; J. F. Baltar Rodríguez, El Protonotario de Aragón 1472-1707. La Cancillería aragonesa en la Edad Moderna, Zaragoza, El Justicia de Aragón, 2001; E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias. Su historia, organización, y labor administrativa hasta la terminación de la Casa de Austria, I, Historia y organización del Consejo y de la Casa de la Contratación de las Indias, Madrid, Marcial Pons, 2003.

 

Juan Francisco Baltar Rodríguez

 

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