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Reginaldo de Lizárraga

Biografía

Lizárraga, Reginaldo de. Medellín (Badajoz), c. 1545 – Asunción (Paraguay), 1615. Religioso dominico (OP), cronista.

Su verdadero nombre fue Baltasar de Ovando. Su lugar de nacimiento ha sido con anterioridad muy discutido; algunos le otorgan erradamente un origen limeño (Gil González Dávila en su Teatro Eclesiástico [...], t. II: 81 y 157; Fontana, en su Sacrum Theatrum Dominicanum, Roma, 1666: 171; Medina, Diccionario Biográfico Colonial de Chile, Santiago, 1906), y otros, no sin mucho fundamento, lo sindican como nacido en el pueblito de Lizárraga (Vizcaya, España), que es de donde, según esta opinión, podría haber tomado su nombre al momento de profesar en la Orden religiosa (Juan de Meléndez, Tesoros verdaderos de Indias, Roma, 1681, t. I: 590; esta tesis sería seguida posteriormente por José Toribio Polo, Diccionario Histórico-Biográfico [...], inédito; y Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile, t. III: 405, entre otros). Sin embargo, el mismo Lizárraga da el dato sobre su origen, pues, al hablar en su obra sobre los fundadores de la iglesia de Guadalupe en las afueras de la Ciudad de los Reyes, Alonso Ramos Cervantes y su esposa Elvira de la Serna, naturales de Medellín en España, indica: “E yo nací en aquel pueblo, para que se entienda que sabe Dios de pueblos pequeños sacar un Marqués del Valle, D. Fernando Cortés, y un obispo, aunque indigno para el cargo...” (Descripción y población [...], 1908, cap. XXXVI; esto fue advertido a inicios del siglo xx por Carlos Alberto Romero, autor de una inédita Imprenta en Lima, 1584-1824; véase también Emilia Romero, Diccionario de Literatura Peruana, Lima, 1967: 182). Así queda en claro que el cronista nació en Medellín (Badajoz), dentro de la actual región de Extremadura en España.

Siendo niño aún, hacia 1555, pasó a los reinos del Perú junto a sus padres, quienes, en busca de un futuro promisorio en América, fueron de los primeros que se avecindaron en la ciudad de San Francisco de Quito. Aquí inició su preparación religiosa bajo los auspicios de Garci Diez Arias, primer obispo de Quito (Descripción [...], lib. I, cap. II). Años después pasaría a Lima, donde tomaría el hábito dominico a la edad de quince años (1560) en el convento del Rosario de manos del provincial fray Tomás de Argomedo; en el decir de Mendiburu, sería este docto varón y maestro de novicios quien, según costumbre establecida de mudar los nombres a los principiantes, lo bautizaría con el de Reginaldo y dejando así de lado el de Baltasar. Al recordar aquel momento, años más tarde, Lizárraga, resaltando la figura excelsa de Argomedo, sentenciaría: “Si no era cual ó cual nos quitaba los nombres y nos daba otros, diciendo que á la nueva vida nuevos nombres requerían”. Un año después y hecho el noviciado, por órdenes del arzobispo Loayza (20 de diciembre de 1561) sería nombrado subdiácono a manos de fray Gaspar de Carvajal (autor de la Relación [...] del nuevo descubrimiento del río grande que por ventura descubrió el Capitán Francisco de Orellana) y diácono el 19 de septiembre de 1562. De amplias cualidades y muy solicitado desde su juventud, viajó en distintas misiones de su Orden por todo el virreinato peruano, desde Quito hasta Potosí, Tucumán y Chile; en este contexto, actuaría también como predicador general y visitador en la provincia de Chuquisaca (actual Bolivia) durante la visita general que realizara Francisco de Toledo (5.º virrey de Perú entre 1569 y 1581) al virreinato peruano. Además, ocupó numerosos puestos dentro de la Orden, entre ellos el de prior de varios conventos de Lima y especialmente el de prior del convento grande de los dominicos de Lima (1586-1589); una de sus mayores distinciones fue la de ser nombrado primer provincial de la recién fundada provincia de San Lorenzo Mártir, en Chile; sin embargo, algunos autores han querido ver en esta designación una severa medida política, pues el general de la Orden lo nombró para tal cargo cuando se alzaban voces para decir que Lizárraga era el más idóneo para ocupar el cargo de provincial de su Orden en Lima. A este nuevo destino salió en largo viaje por tierra, que le sirvió para acopiar parte de los datos que presenta en su crónica; en este período, obedeciendo la convocatoria que realizara fray Toribio de Mogrovejo, participó en el IV Concilio Limense, llevado a cabo entre enero y marzo del año 1591.

Terminada su labor de evangelización, regresó a Lima (1592) y siguió viviendo en una sociedad de cambiantes circunstancias, pues, habiendo ocupado el puesto de provincial, posteriormente ocupó cargos menores, como el de maestro de novicios en el convento de los dominicos de Lima, participando como capellán de la expedición que persiguió y capturó al corsario Richard Hawkins (1594) o el de cura en la doctrina de Jauja. Debido a sus altas dotes eclesiásticas, su condición de maestro fue aquilatada por García Hurtado de Mendoza (IV marqués de Cañete, 8.º virrey de Perú entre 1590 y 1596), quien no dudó en informar sobre ello a Felipe II. El Rey, considerando su alto merecimiento, lo propuso —por potestad del regio patronato— a Roma para el Obispado de la diócesis de La Imperial en Chile (7 de junio de 1597), vacante por el fallecimiento de su anterior regente, el ilustre fray Agustín de Cisneros. Expedidas las bulas de confirmación por Clemente VIII el 17 de agosto de 1598, Lizárraga fue informado ejerciendo su curato en Jauja (Errázuriz. Los orígenes de la Iglesia chilena, Santiago, 1873, cap. XC: 473). Aceptado el cargo (12 de junio de 1598), Lizárraga sería consagrado en Lima el 24 de octubre de 1599 por fray Toribio de Mogrovejo (2.º arzobispo de Lima); sin embargo, la alteración de la tierra en La Imperial por el recrudecimiento de la guerra contra los araucanos y los pretextos que daba sobre su supuesta pobreza hicieron que atrasara su viaje en distintas oportunidades; en este período se sabe, sin embargo, que viajó a distintos pueblos en más de una oportunidad y residió en Lima, momento durante el cual concurrió, aun cuando fue muy reticente a su asistencia, al V Concilio Limense, llevado a cabo en abril de 1601; así, entre excusas vivió en la Ciudad de los Reyes hasta que, por enérgicas cédulas reales, fue conminado a trasladarse a su Iglesia y se le dieron 500 pesos ante sus nuevas alegaciones de pobreza; al final, tuvo que viajar y tomó posesión de su diócesis en La Imperial en diciembre de 1602. Poco duró su permanencia en esta diócesis, pues los embates de los araucanos trajeron como consecuencia el incendio y destrucción de aquella ciudad; esto motivó que trasladara la sede episcopal al pueblo de Concepción por autos del 7 de febrero de 1603, con posterior aprobación de la Corona y ratificación de Roma.

Si hubiera que convenir en algo concreto habría que indicar que su reticencia a regentar su diócesis en La Imperial y otras evidencias plausibles demuestran que Lizárraga siempre estuvo descontento con lo que le tocó dirigir. En este contexto, alegando la precariedad de su Obispado y lo avanzado de su edad, propuso la anexión de su diócesis a la de Santiago y que se le trasladase a alguna prebenda en Lima (1605). Se hizo caso en parte a su petición, pues, según Mendiburu, llegó una cédula real firmada por Felipe III que le otorgaba el Obispado del Río de La Plata o Paraguay.

Al enterarse de su nombramiento, abandonó inmediatamente su diócesis en 1607 (su vacante sería solicitada por fray Juan Pérez de Espinosa) y se dirigió seguidamente a la de Asunción, tomando posesión de ésta el 4 de octubre de 1608 (?) y viviendo hasta la edad de setenta años, en que le sobrevino la muerte el 21 de mayo de 1615, según afirma Manrique en su Sacro Diario Dominicano (t. II: 420); en concordancia con lo que afirman Fontana y Juan de Meléndez. Otros autores, como Gil González Dávila, Briceño, José Toribio Medina, Alcedo, etc., sitúan su deceso entre 1609 y 1613 hablando incluso alguno sobre una historia de envenenamiento. A pesar de que Lizárraga escribió varios trabajos, todos ellos permanecieron inéditos a lo largo de los siglos en la Biblioteca Nacional de Madrid; allí los vio el cronista Juan de Meléndez y se valió de ellos con profusión para redactar parte de sus escritos. Sus principales obras son: Volumen grande super Pentateuchum (estudio sobre los libros del Pentateuco), Antilogiarum utriusque testamenti concordia (Concordancia de las antilogías de ambos testamentos); Loci communed ex sacra scriptura (Lugares comunes de la sagrada escritura); In emblemmata Alciati Commentarii (Comentario de los emblemas de Alciato); además, en castellano: Sermones del Tiempo y de Santos (3 tomos) y la más importante, para los territorios que conformaron el antiguo virreinato español, y única obra de él publicada, titulada Descripción del Perú, Chile, Río de la Plata, Paraguai y otras Provincias, con muchas particularidades de sus montes, ríos, caminos y sucesos notables. Esta obra fue vista y consultada en Madrid por Juan de Meléndez y conocida, al parecer, por Antonio de León Pinelo, quien la cita en su Biblioteca Occidental (t. III, col. 1616). La obra, a pesar de la riqueza de datos históricos y sobre todo geográficos, útiles para la América hispana, permaneció inédita durante tres siglos y, manifestando su extrañeza de antemano por tal descuido académico, fue publicada por primera vez en Lima el año de 1908 en el n.º II de la Revista Histórica, órgano del Instituto Histórico del Perú (actual Academia Nacional de la Historia), gracias a la coordinación de Carlos Alberto Romero, quien, tras un escueto pero útil prólogo, la divulgó con el título cambiado de Descripción y población de las Indias, que es con el que más se conoce esta obra en América; habría que decir, respecto a esta edición, que adolece de serias faltas de transcripción; en todo caso, su mérito reside en que fue la primera vez que alguien se preocupaba en realzar su importancia trasladándola a letras de molde.

El hecho de tan importante publicación fomentó que al año siguiente se publicara en Madrid una nueva edición mucho más lograda en la Nueva Biblioteca de Autores Españoles, con el título de: Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. Posteriormente se han hecho ediciones en Buenos Aires (1916), otra en Lima (1946), tomando como base la realizada en 1908, y en Madrid el año de 1968. En cuanto a su estructura interna, el libro se halla dividido en dos partes: una referida a aspectos geográficos y la otra a temas históricos de la región.

En la primera parte, de índole geográfica, hace una descripción de Perú, comenzando desde Guayaquil, cruzando toda la costa, por Trujillo, Lima, Arequipa, Arica, etc., hasta llegar a Chile; en un segundo momento hace una detallada descripción de la sierra americana, comenzando nuevamente por el norte, desde Quito, Riobamba, Cajamarca, Chachapoyas, Huancavelica, Huamanga, Cuzco, La Plata, Potosí, Chuquisaca, etc.; importantes son también sus informes sobre la historia natural de las regiones que visitó y aun cuando su obra no llega a equipararse a la monumental Historia Natural y Moral de las Indias de Joseph de Acosta, no se queda atrás en cuanto a la descripción de los usos y costumbres de las poblaciones autóctonas de América; sobre los indios, es también manifiesta la imagen rígida que de ellos se formó Lizárraga, para quien muchas de sus costumbres eran aún práctica aborrecible de ritos demoníacos; en este sentido, no resulta rara su molestia por lo que él consideraba la falta de ímpetu en su trabajo por parte de los extirpadores de idolatrías, pues, en su ideario, éstos debían ser más firmes y consecuentes en su lucha contra las behetrías andinas.

La segunda parte de su obra aborda aspectos de historia colonial americana, pues brinda abundantes datos históricos sobre los prelados eclesiásticos y virreyes que llegaron o vivieron en esta parte del mundo, desde Quito hasta Paraguay; especial mención merece su narración vivencial del fracaso de la entrada del virrey Francisco de Toledo a la tierra de los Chiriguanos en su afán de apaciguar la región, las noticias que da sobre los conflictos pasados que hubo entre las naciones quechua y colla antes de la llegada de los españoles, la cual, según Lizárraga, terminó con la imposición de los primeros en los inicios de la etapa imperial del Tahuantinsuyo; otro aspecto resaltante dentro de la parte histórica de su obra es el elogio cerrado y subjetivo que hace de Andrés Hurtado de Mendoza, II marqués de Cañete (3.er virrey de Perú), a quien considera como un dechado de virtudes y espíritu justo de su tiempo, que nunca actuó fuera de los cauces de la razón y las leyes contra los que las infringían y aun contra sus enemigos, cosa que es contrariamente demostrable por documentos contemporáneos del siglo xvi peruano; quizás la opinión de Lizárraga con respecto a este virrey se deba a la influencia que ejercieran en su ánimo clerical los cuantiosos donativos que hiciera Hurtado en vida a la Iglesia; lo cierto al final es que las opiniones del cronista deben ser tomadas con cautela para el período en que gobernara este virrey (1556-1560), tal cual lo advirtiera el jesuita Rubén Vargas Ugarte (Historia General del Perú, t. II: 87 y ss.). En cuanto a su estilo narrativo, más de una crítica ha recibido, “bien se encargarán de ver —dicen Guillermo Lohmann Villena y Pedro Benvenutto Murrieta— que no fue Lizárraga un prosador de fuste ni tampoco aspira a ello, limitándose a observar estilísticamente aquella frescura e ingenuidad con algunos irónicos y socarrones apuntes”. Queda entonces claro que los méritos del padre Lizárraga son quizás el que escribiera su obra con mucha amenidad y mucho realismo, pues no habla sino de lo que ha visto.

Otro punto a destacar es la minuciosa descripción de lugares que han perdido su fisonomía colonial en el transcurso del tiempo. Un hecho patente, además, es la crítica a que ha sido sometido el cronista por escritores chilenos, quienes han juzgado con dureza su actuación y, por ende, las cosas que escribiera sobre su permanencia en territorio chileno.

En la actualidad, el único retrato conocido de fray Reginaldo de Lizárraga se conserva en la Recoleta de los dominicos en Santiago de Chile, que es el mismo que fue reproducido por primera vez en la Revista Histórica de Lima (Perú), t. II, 1908, gracias a las diligencias del director de la revista, Carlos Alberto Romero y en posteriores oportunidades.

 

Bibl.: J. de Meléndez, Tesoros Verdaderos de Indias, Roma, 1681; C. Errázuriz, Los oríjenes de la Iglesia Chilena: 1540-1603, Santiago de Chile, Imprenta de Tornero, 1873; C. A. Romero Ramírez, “Descripción y población de las Indias del R. P. Lizárraga. Dos palabras sobre el libro y su autor”, en, Revista Histórica (Lima), t. II (1907), págs. 261-268; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, t. VII, Lima, Sanmartí y Cía., 1932; R. Vargas Ugarte (SJ), Historia General del Perú. T. III: Virreinato (1596-1689), Lima, Editor Carlos Milla Batres, 1971; J. Toribio Polo, Diccionario Histórico- Biográfico, Lima, Colección José Toribio Polo, Instituto Riva-Agüero (inéd.).

 

Jorge Huamán Machaca