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Gil Torres

Biografía

Torres, Gil. ¿Zamora?, s. XII – Nápoles (Italia), 11.XI.1254. Arcediano, cardenal-diácono de los Santos Cosme y Damián.

Nada se conoce del futuro cardenal o de su preparación intelectual con anterioridad a 1206, momento a partir del que es posible identificarlo, plausiblemente, con el canónigo de la iglesia de Burgos, como “domnus Egidius”. En 1209, alcanzó el título de “magíster” y, al año siguiente, fue nombrado arcediano de Burgos, dignidad desde la que fue elevado a la púrpura por Honorio III en diciembre de 1216. Estos exiguos datos han hecho suponer a algunos historiadores que Gil Torres fue nativo de la ciudad de Burgos. Otros, quizás más patriotas que críticos, lo reclaman para Portugal. Sin embargo, a pesar de la dedicatoria a Gil Torres del ilustre canonista portugués Joao de Deus de sus Notabilia cum summis super titulus Decretalium, así como la descripción de éste que tilda al cardenal de “humilis clericus”, todo apunta a que, de hecho, Gil Torres fue zamorano de origen. Es en la Catedral de Zamora donde Gil Torres estableció, no en vano, “aniversarios” por miembros de su familia, y también para sí mismo. Por añadidura, en sus treinta y ocho años de carrera como cardenal-diácono de San Cosme y Damián se preocupó más por los asuntos de la iglesia zamorana que por cualquier otra.

Ahora bien, Gil permaneció en Roma en representación del Cabildo de Burgos entre 1210 y 1215, el año del IV Concilio de Letrán. Tan repentino ascenso del arcedianato al colegio de cardenales, difícilmente habría ocurrido sin la intervención de personas de influencia próximas al Pontífice y, dos en particular, fueron, quizás, los artífices de su causa: el cardenalobispo Pelayo Gaitán, leonés, y el celebrado canonista portugués Melendo, obispo de Osma.

Con posterioridad al acceso al cardenalato, Gil permaneció como residente en la curia papal, hasta donde alcanzan los datos, a lo largo de los pontificados completos de Honorio III, Gregorio IX e Inocencio IV, período en el que fue testigo de la apogée de los triunfos militares de Fernando III en Andalucía, pero también de la disputa entre el papado y el emperador Federico II.

A pesar de las tentativas de las iglesias de Tarragona, en 1234, y Toledo, en 1247, de atraer a Gil como arzobispo, éste no regresó a España. Tampoco, por contraste con su colega español, el cardenal Pelayo, estuvo envuelto en relevantes misiones diplomáticas. En cambio, sí que se distinguió como oidor curial en disputas por toda Europa hasta 1230, a menudo en combinación con el prelado leonés. Por otra parte, desde 1245, estuvo comisionado por Inocencio IV con el fin de determinar la división de las rentas entre varias iglesias catedralicias de la Península, con vistas a asignar un impuesto específico a sus obispos, dignatarios y otros miembros del cabildo, así como para legislar acerca de otros aspectos de la economía capitular. Las iglesias de Salamanca, Ávila, Burgos, Calahorra, Plasencia, Segovia, Córdoba, Cuenca y Ciudad Rodrigo figuran entre las que recibieron la atención de sus cuidados.

Tales negociaciones atrajeron a la curia papal a buen número de las partes interesadas y, en particular, a la familia del cardenal Gil, que hizo las veces de refugio para prelados y clérigos peninsulares y proporcionó a muchos de ellos la oportunidad de relacionarse con otros cardenales y favorecerse del sistema papal de provisiones. Por la evidencia de los registros papales, se deduce que el cardenal Gil estuvo implicado, como pocos entre sus contemporáneos, en dicho sistema, interviniendo de forma regular y hasta el final de su vida, en beneficio de sus consanguíneos y cercanos. Con todo, según el cronista y monje inglés Mateo de París, uno de los primeros críticos del sistema de provisiones y sus abusos, Gil fue celebrado como un modelo de rectitud, “pilar de verdad y justicia en la curia romana”; juicio probablemente ocasionado por el apoyo del cardenal al obispo de Lincoln, Roberto Grosseteste, cuando el prelado inglés denunció la política de beneficios de Inocencio IV como causante de la “más manifiesta destrucción” de la Iglesia.

Para entonces, en 1253, el cardenal ya era viejo. Había dejado de suscribir privilegios papales siete años antes y, aunque seguramente no era “todavía centenario” cuando murió en noviembre de 1254, según atestigua París, es posible que hacia el final hubiera perdido el control efectivo de sus propios asuntos y que los miembros de su familia actuaran, ilícitamente, en su nombre. Aunque su testamento, cuyo documento existía todavía en 1311, se perdió, ha sobrevivido copia de su generosa benefacción a la abadía cisterciense de San Martino al Cimino, en la diócesis de Viterbo.

En el momento de su muerte era el segundo miembro más anciano del colegio de cardenales y, durante casi cuatro décadas, actuó de facto, como el representante de Castilla en la curia papal. En un período tan crucial en las relaciones de Castilla con el papado se mantuvo, con toda probabilidad, en contacto regular con Fernando III, así como con la reina madre Berenguela y los soberanos del resto de los reinos peninsulares. Nada de esta correspondencia, hasta donde se sabe, ni siquiera un ápice, ha sobrevivido.

 

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Peter Linehan

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