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Beato Diego Luis de San Vitores

Biografía

San Vitores, Diego Luis de. Burgos, 12.XI.1627 – Tumón Guam, Islas Marianas (Estados Unidos de América), 2.IV.1672. Misionero jesuita (SI), mártir y beato.

Su padre era procurador en Cortes por su ciudad natal, que era Burgos. Su formación transcurrió en el Colegio Imperial de Madrid desde 1638, llegando a ser prefecto de la Congregación mariana y consiliario después. Su actividad en fechas posteriores no se conoce, pues las páginas de los libros de actas que contenían su firma, fueron arrancadas como deseo de reliquia. Su confesor fue el prefecto de estudios, el padre Diego Ramírez, el cual fue autor de un relato inédito bajo el título “Niñez, pretensión y entrada en la Compañía de Jesús, Diego Luis d Sanvitores”. Precisamente, a su nombre de pila sumó el de “Luis”, ante la devoción que demostraba para con el beato Luis Gonzaga —éste no fue canonizado hasta diciembre de 1726—. Su entrada en la Compañía de Jesús no resultó fácil, pues era muy joven y, además, su padre se oponía a ello, considerando que era conveniente que se alejase de la influencia de los jesuitas. Diego Luis se resistió a estos gestos, se escapó de su casa y volvió al Colegio de la Compañía, hasta que inició su período de probación o noviciado —había entrado en Madrid en julio del polémico año de 1640—. Era tanto su deseo de mortificación, que el maestro de novicios le tuvo que llamar a la moderación. La edad le impidió pronunciar los votos simples y tuvo que esperar un año hasta hacerlo. En el Colegio conquense de Huete, realizó el juniorado, entre 1642 y 1644; la formación filosófica, ya en Alcalá de Henares, entre 1644 y 1647, continuando en esa misma localidad con las disciplinas propias de la Teología, entre 1647 y 1651. La tercera probación la realizó en Villarejo de las Fuentes, igualmente en la actual provincia de Cuenca, aunque dentro de la administración jesuítica a la que pertenecían todas estas casas, que era la de Toledo.

Su dimensión docente comenzó en el Colegio de Oropesa, aunque tuvo que trasladarse a Madrid, donde habría de ser ayudante en 1654 del padre Jerónimo López, en el desarrollo de las misiones rurales. De aquél aprendió a ser un operario efectivo, especialmente en la predicación de la doctrina cristiana y en el desarrollo del “acto de contrición”. En realidad, las misiones populares fueron un adecuado ensayo metodológico para futuras experiencias de vanguardia evangelizadora. Trabajó, también, con el que después fue prepósito general de la Compañía, Tirso González, entonces profesor en Salamanca y dedicado parcialmente a misionar en estas “Indias de acá”. Al mismo tiempo, continuaba desarrollando su dimensión docente, con las disciplinas propias de las humanidades en 1655, de nuevo en el Colegio de Alcalá, alternándolo con el desarrollo de estrategias apostólicas. Expuso su deseo de tornar de camino y marchar a las misiones, atraído por las cartas de Francisco Javier. Inicialmente, sus superiores se lo prohibieron, aunque el 2 de enero de 1660 le otorgaban el permiso pertinente. Ya en ese verano se encontraba en la Ciudad de México, tierra por la que habría de pasar si quería continuar trayectoria hacia su destino final, en Filipinas. Sin embargo, habría de permanecer dos años en México, ante el retraso que los transportes ocasionaban. No estuvo de brazos cruzados en aquella tierra, pues continuó su apostolado por predicaciones y prácticas, además de por la publicación —aunque bajo pseudónimo— de “El apóstol de las Indias”.

El 10 de julio de 1662 ponía sus pies en tierra de Filipinas, en Lampón, aunque inició camino hacia Manila. La travesía le condujo hasta el puerto de Guam, siendo aquél su primer contacto con un pueblo que no se encontraba evangelizado. Otros dos años habría de permanecer como operario en la misión de Taytay, siendo después —en 1664— prefecto de estudios en el Colegio de Manila. Entonces, continuaba el debate acerca de la permanencia de los jesuitas en las doctrinas. Pensaba San Vitores que la ocupación en cura de almas provocaba la decadencia de la vanguardia evangelizadora. Siguiendo el modelo de trabajo de Francisco Javier, defendía la realización de misiones itinerantes —él que había sido misionero popular—. Pensaba que era menester mantener un equilibrio entre la consolidación de las comunidades cristianas y el avance de la evangelización, ante la existencia de espacios totalmente desérticos de esta presencia cristiana.

Sin embargo, aquella escala en Guam le había cautivado. Por eso, se dirigió por carta al prepósito general Gosvino Nickel, expresando su deseo de llevar el Evangelio a aquellas tierras que lo desconocían y que eran las que se llamarán islas Marianas, después de haberlas conocidos como “de los Ladrones”. Las autoridades civiles de Filipinas se negaron a cooperar con estas intenciones, pero Diego Luis de San Vitores se valió de las influencias de su padre en la Corte madrileña para conseguir la aprobación real, dándose licencia para la misión propiamente dicha, el 24 de junio de 1665. En aquellas grandes distancias, San Vitores habría de salir de Filipinas en 1667, para recalar en el puerto mexicano de Acapulco. Se iniciaba una nueva expedición que habría de estar formada por seis jesuitas: además de él, la integraron Tomás Cardeñoso, Pedro de Casanova, Luis de Medina, Luis de Morales, así como el escolar —un jesuita en formación intelectual— Lorenzo Bustillo. Desembarcaron en Agaña, en la isla de Guam, el 16 de junio de 1668.

Si querían desarrollar la evangelización con eficacia, debían contar con los conocimientos lingüísticos necesarios. Para ello, se valió de un filipino que había naufragado en Guam. Gracias a él, pudo traducir las oraciones más frecuentes, llegando a escribir además una gramática para aquella lengua. Era el habitual paso de codificación lingüística, necesaria para facilitar su enseñanza. Los habitantes de aquellas tierras no se resistieron a la nueva fe, aunque un chino que tenía cierta influencia sobre ellos afirmó con rotundidad que el agua del bautismo ocasionaba la muerte de los que la recibían. Este gesto ocasionó violencia hacia los misioneros y dos de ellos fueron heridos por los indios. Posteriormente, ese chino, que recibió el nombre de Choco, llegó a solicitar incluso las aguas bautismales. A pesar de todas las dificultades, a fines de 1669 los misioneros podrían haber realizado trece mil bautizados y veinte mil catecúmenos. Cuando se conocían tres islas —Guam, Saipan y Tinian—, los trabajos apostólicos favorecieron nuevos descubrimientos geográficos, con la aparición de nuevas islas.

El apoyo de la Monarquía —entonces la Corona se hallaba sobre la cabeza taciturna de Carlos II— posibilitó la apertura del Colegio de San Juan de Letrán, destinado a los jóvenes, una adecuada infraestructura para generar las vocaciones indígenas. San Vitores como fundador de la viceprovincia de las Marianas, en la parte del océano Pacífico que fue surcada por los castellanos, debía contar con auxiliares seglares, los cuales compartían la metodología misionera de los jesuitas. La empresa tenía que estar adecuadamente organizada, con presencia de jesuitas filipinos de diferentes etnias, además de soldados, músicos y constructores para las edificaciones.

Una pertinaz sequía rescató las viejas creencias de los indios. El misionero jesuita se arriesgó a prometerles la lluvia si volvían sus ojos al Dios de los cristianos. El fenómeno atmosférico dio la razón a San Vitores, lo que fue muy mal recibido por los hechiceros, los “macanas”, los cuales contemplaban cómo perdían cada vez más, autoridad e influencia entre el pueblo. Todo ello favoreció actitudes violentas hacia los españoles y los misioneros, existiendo ya víctimas, hasta la supuesta paz de octubre de 1671. San Vitores empezó a visitar, en tiempo de mayor tranquilidad, cada una de las aldeas de Guam, dividiendo la isla en cuatro distritos misionales. Pero el ambiente pacífico se caracterizaba por la fragilidad. Los hechiceros echaron mano de aquel chino conocido como Choco y que había mostrado hasta su supuesta conversión hostilidad para con los españoles. Este misionero jesuita se percató de lo delicado de la situación y pidió al resto de los religiosos y a sus ayudantes seglares, que se reuniesen en su residencia en Agaña. Todo ello favorecería su seguridad. Esto no era incompatible con la denuncia de huida que había hecho ante los misioneros que abandonaban a los fieles cuando la situación se ponía peligrosa, fomentando esta actitud la posterior apostasía. Las víctimas se iban sucediendo entre los soldados allí destinados o los ayudantes seglares de los misioneros. El riesgo se hallaba en las situaciones de soledad. Una de ellas fue la que se le planteó a San Vitores cuando regresaba a Agaña de visitar una parroquia del norte de Guam. Fue entonces cuando se encontró con una madre que deseaba bautizar a una niña recién nacida, en peligro inminente de muerte. El padre, sin embargo, se negaba a esa conversión y, lleno de cólera, asesinó a Diego Luis de San Vitores y a su compañero seglar, llamado Pedro Calangsor. Ha sido incluido en los mártires y víctimas en Micronesia. En tiempos mucho más recientes, el papa Juan Pablo II reconoció la heroicidad de sus virtudes, beatificándolo el 6 de octubre de 1985.

 

Obras de ~: Memorial al serenísimo señor don Jvan de Austria, Gran Prior de la Orden de San Juan en los Reinos de Castilla y León [...] en rason de la grande conveniencia del Voto de la Inmaculada Concepción de nuestra Señora en la Esclarecida Orden de San Juan y en los Exercitos Católicos del Rey nuestro Señor. Singularmente en estos tiempos para desquitarse la piedad Cristiana de los enormes desacatos de los Hereges, que entre los enemigos que inuaden el Principado de Cataluña y señaladamente el Santísimo Sacramento del Altar, Madrid, por Pablo del Val, 1655; Casos raros de la Confesión, México, 1660; El Apostol de las Indias y nuevas gentes San Francisco Xavier de la Compañía de Iesvs. Epítome de svs apostolicos hechos, virtudes, enseñanza y prodigios antiguos y nuevos, México, Imprenta de Agustín de Santistevan y Francisco Lupercio, 1661; Harmonica gverra y marcial cythara qve la Muy Illvstre Congregación y Concordia de el Grande Apostol de las Indias el Señor San Francisco Xavier declara y propone á todos los Fieles, para que gozen de la gloria de el lauro, triunfando contra el infierno en la Corona de el Nombre inuictissimo y Dulcísimo de Jesús: dando con ella, por todo el año, incessable Batalla al Demonio, en las Horas que se les distribuirán á los que de su voluntad las pidieren, México, Imprenta Francisco Rodríguez Lupercio, 1665; Carta á la Congregación de San Francisco Javier de México, escrita en Acapulco á 23 de enero de 1668, México, 1668; Memorial qve el P. Diego Lvys de Sanvitores, Religioso de la Compañía de Iesus, Rector de las Islas Marianas remitió a la Congregación del glorioso Apostol de las Indias San Francisco Xavier de la Ciudad de México, pidiendo le ayuden y socorran para la fundacion de la Misión de dichas Islas, México, por Francisco Rodríguez Lupercio, 1669; Noticias de los progressos de nuestra Santa Fe, en las Islas Marianas, llamadas antes de los Ladrones y de el fruto que han hecho en ellas el padre Diego Luis de Sanvitores y sus compañeros de la Compañía de Iesus desde 15 de mayo de 1669 hasta 28 de abril de 1670, sacadas de las Cartas que ha escrito el padre Diego Luis de Sanvitores y sus compañeros, s. f.; Arte y Vocabulario de la lengua de las Islas Marianas; Casos raros de Confesión [...]; “I. Marinae Linguae Institutionum Praeludium. II. Marianae Linguae Exercitationes [praxis catequética]”, ed. E. J. Burrus, Anthropos 49 (1954), págs. 934-960.

 

Bibl.: A. de Ledesma, Noticias de los Progressos de nuestra santa Fe en las Islas Marianas, Madrid, 1670; J. Vidal Figueroa, Relación de la dichosa muerte del Venerable Padre Diego Luis de Sanvitores, México, 1675; F. García, Vida y martirio del Venerable Padre Diego Luis de Sanvitores, de la Compañía de Jesús, primer apóstol de las Islas Marianas y sucesos destas Islas, Madrid, por Ivan García Infanzón, 1683; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesús, vol. VII, Bruxelles, O. Schepens, 1896, págs. 615-618; A. Risco, En las islas de los Ladrones. El apóstol de las Marianas, Bilbao, Cultura Misional, 1935; J. Simón Díaz, Historia del Colegio Imperial de Madrid, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Estudios Madrileños, 1952; J. S. Arcilla, “San Vitores, Diego Luis”, en Ch. O’Neill y J. M.ª Domínguez, Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, vol. IV, Roma-Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu, Universidad Pontificia de Comillas, 2001, págs. 3484-3485; J. Burrieza Sánchez, Jesuitas en Indias, entre la utopía y el conflicto, Valladolid, Universidad, 2007.

 

Javier Burrieza Sánchez