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Ángel Laborde y Navarro

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Biografía

Laborde y Navarro, Ángel. Cádiz, 2.VIII.1772 – La Habana (Cuba), 3 o 4.IV.1834. Marino ilustrado, jefe de escuadra de la Armada y paladín de la lucha contra la emancipación de las provincias americanas.

Era de familia hidalga y muy acomodada por ambas ramas. Su padre, Bernardo, había nacido en Bearne (Francia) y su madre, Josefa, era gaditana. Dotado de gran talento y de una particular aptitud para el estudio, pudo, gracias a una esmerada educación, adquirir una vasta formación que luego desarrolló durante su larga y brillante carrera. A los nueve años, sus padres le enviaron a educarse en el colegio de Sorèze (Francia), establecimiento de gran prestigio en aquella época.

Allí aprendió Francés e Inglés y todas las Matemáticas necesarias para poder sentar plaza de guardia marina en el departamento de Cádiz (13 de abril de 1791), y, además, adquirió una basta cultura.

En el navío San Eugenio (3 de noviembre) realizó su primera navegación, una operación de corso durante cincuenta y tres días en el océano. Ascendió a alférez de fragata (16 de abril de 1792) y se le designó para realizar el curso de estudios mayores (2 de julio) en el Observatorio de Marina de San Fernando, pero no lo terminó a consecuencia de la declaración de guerra con la Convención francesa. Embarcó en el navío San Dámaso (1 de abril de 1793), con el que realizó ochenta y cinco días de corso en las islas Terceras y un traslado de tropas a Rosas desde Cádiz. Al terminar, se trasladó al navío San Joaquín (26 de julio de 1794), de la escuadra del general Lángara, que estaba en combinación con la inglesa del almirante Hood, donde realizó una operación de corso sobre Tolón (Francia), con una duración de cincuenta y siete días, y se halló en la ocupación del puerto, arsenal y fortalezas de la ciudad. Concurrió a repetidas acciones de guerra, ya en tierra a las órdenes del general Gravina, ya en la defensa del puesto de la Malga a las del capitán de navío Estrada, ya, en fin, en el reembarco y evacuación que dirigía el mayor general de la escuadra el brigadier Álava, destacando en todas ellas por su valor e inteligencia. Restituida la escuadra a Cartagena, pasó al navío San Juan Nepomuceno (17 de octubre) de la escuadra del general Grandallana, para realizar un traslado de tropas a Rosas, siendo destinado a la defensa de la plaza (27 de diciembre) en calidad de oficial de Artillería, durante el sitio que sufrió por parte del ejército francés, y tres corsos en el Mediterráneo con duraciones de veintiocho, cincuenta y uno y treinta y cinco días, respectivamente. Ascendió a alférez de navío (26 de febrero de 1795) y fue enviado a la fragata Tetis (27 de noviembre) para un traslado de tropas de Cartagena a Ceuta y, posteriormente, entrar en Cádiz, donde desembarcó (5 de enero de 1796), quedando sin destino.

Volvió a embarcar, esta vez, en el navío San Agustín (22 de octubre) y realizó comisiones desde Cádiz a Safi, Vigo y Ferrol. En este último puerto desembarcó (22 de noviembre de 1797) y pasó al navío San Fernando, perteneciente a la escuadra del departamento ferrolano. Al romperse las hostilidades con Gran Bretaña, como consecuencia de la reanudación del Pacto de Familia, fue designado ayudante de la plana mayor de la escuadra que dirigió el general Obregón y condujo una expedición de tropas de Ferrol a Canarias a las órdenes del mariscal de campo marqués de Casa-Cajigal. Tomó el mando de la escuadra el general Melgarejo y se trasladó con su nuevo general al navío Real Carlos (14 de marzo de 1799); salieron para Rochefort (Francia) transportando la división del general Gonzalo Ofarill y allí riñeron un combate naval contra las bombarderas y cañoneras del contralmirante inglés Pool, que fueron rechazadas. Estuvo en las fuerzas sutiles (fragata Clara y bergantín Fuerte) que defendieron Ferrol durante el ataque inglés de agosto de 1800. A petición suya embarcó en la urca Aurora (4 de noviembre de 1801), con la que realizó un viaje redondo desde Ferrol a Cádiz y Manila. En su transcurso ascendió a teniente de fragata (5 de octubre de 1802). Al regresar desembarcó (25 de octubre de 1803) y obtuvo una licencia de cuatro meses para pasar en Cádiz, con objeto de restablecer su quebrantada salud.

Cumplida esta, se le agregó al Observatorio de Marina, confiriéndole la enseñanza de las Matemáticas en la Compañía de guardias marinas, para lo que tenía particular aptitud. En 12 de febrero de 1805 embarcó de nuevo en un navío de la escuadra de Ferrol, el San Juan Nepomuceno, que estaba preparándose para incorporarse a la escuadra combinada de Villeneuve y que mandaba el brigadier Churruca, pero no llegó a participar en ello, pues desembarcó antes para tomar su primer mando en la mar, la goleta Hermógenes (1 de julio). Con ella fue comisionado para conducir la correspondencia pública y del real servicio a la América Septentrional y retornar con la del ministro español en Estados Unidos. Salió de Ferrol e hizo escala en Gijón, La Guaira, Puerto Cabello, Puerto Casilda, Veracruz, La Habana y Florida, donde naufragó a consecuencia de un temporal (16 de mayo de 1806), y se vio obligado a alcanzar San Agustín de Florida en un bote de su barco (2 de junio). Allí fue conducido por el pailebote anglo-americano Cometa hasta La Habana (10 de julio), desde donde regresó a la Península. Pero no todo fueron sinsabores, pues al llegar a Ferrol se le concedió el mando del cañonero Sorpresa (24 de junio de 1807), primero, y, más tarde, el bergantín Descubridor. Con él realizó una comisión a La Coruña, Cascaes, Cádiz, Gibraltar, Cartagena, Alicante e Islas Baleares; retornando por La Coruña, de nuevo, a su base en Ferrol. Se hallaba en su departamento con su buque, cuando fue atacado por los franceses en enero de 1809, permaneció durante su ocupación en el destino, convertido en algo similar a un almacén, ejecutando exclusivamente funciones administrativas, sin llevar a cabo gestiones públicas ni procedimientos que infirieran sospechas contra su patriotismo.

Ascendió a teniente de navío (23 de febrero de 1809) y el 21 de agosto reasumió el mando del bergantín hasta el 16 de septiembre, que fue relevado por haberlo solicitado el capitán general del departamento Francisco Javier Melgarejo para que sirviese de defensor en el proceso que se le iba a formar por la rendición de la plaza. En agosto de 1810, pasó a La Coruña para encargarse de las obras de fortificación hasta marzo de 1811, fecha en que fue destinado a Santiago de Compostela al colegio militar de primer profesor de Matemáticas. Ascendió a capitán de fragata (19 de junio de 1813) y fue nombrado 2.º director del Depósito Hidrográfico (10 de septiembre de 1815). Se le confirió el mando de la expedición de la Real Compañía de Filipinas (16 de marzo de 1817) y el del navío San Julián (22 de agosto) de la misma compañía. Salió de Cádiz con el buque de su mando para Calcuta (12 de marzo de 1818) y entró en dicho puerto, procedente de Filipinas, el 27 de junio de 1819, haciendo escalas en Bombay, en la India inglesa, Batavia, en la isla holandesa de Java, en el río de Cantón, en China. En 23 de julio hizo entrega de él a la compañía y siguió con el mando. Por Real Orden de 23 siguiente, se recomendó a Laborde a instancias de dicha compañía, por su actuación durante las expediciones de Manila y Calcuta, junto a la fragata María Isabel. Por otra de 24 de diciembre, fue nombrado comandante del apostadero de Puerto Cabello y de las fuerzas navales allí presentes.

Al regresar a Cádiz en 1820, después del último de estos viajes, pasó su buque a la escuadra del general Mourelle, que debía transportar a Buenos Aires la gran expedición de Ultramar y a él se le confirió el mando de la fragata Ligera y de una división naval integrada por dicho buque, las fragatas Viva y Aretusa y por los bergantines Hércules y Hiena (27 de octubre de 1820). El 11 de noviembre siguiente, salió para Costa-Firme con la división bajo su mando; hizo escala en La Guayra (18 de diciembre) y el 26 de diciembre de 1820 entró en Puerto Cabello. El 23 de enero de 1821, tomó el mando del apostadero y participó en las operaciones conducentes a defender la costa y las que se realizaron en apoyo del Ejército.

La guerra de emancipación estaba en todo su apogeo y la fortuna no se mostraba muy propicia a las armas españolas. Al abandonarse el puerto de La Guayra, transportó en sus buques, en dos ocasiones, a millares de personas emigradas y salvó vidas humanas, por lo que fue recompensado con el ascenso a capitán de navío (3 de diciembre de 1921). Salió con varios buques (12 de diciembre) conduciendo una expedición de tropas para la Vela de Coro, donde desembarcó el 14, después de haber apresado una goleta insurrecta, y continuó en apoyo de los sitiados hasta que se rindió la guarnición por capitulación (9 de enero de 1822), consiguiendo el abandono de un queche enemigo, que batía a sus fuerzas navales, quemado antes por los propios insurgentes. Dio a la vela con los buques de la expedición (11 de enero) y regresó a Puerto Cabello, donde entró el día 15. Continuó con el mando del apostadero y de la fragata Ligera, batiendo a las fuerzas navales insurgentes en todos los encuentros que tuvo. Por Real Orden de 17 de noviembre de 1822, fue nombrado 2.º jefe de todas las fuerzas navales de la América Septentrional. Estando con aquella de vigilancia de estas costas, empezó de repente a hacer tal cantidad de agua, que se vio obligado a dirigirse a las Antillas; dio tortores al buque (pasar vueltas con un calabrote de banda a banda para contener los costados cuando el buque se ha abierto por cualquier causa) e hizo esfuerzos sobrehumanos para seguir navegando y evitar recalar en la isla de Santo Domingo (enemiga), hacia donde le arrastraban las corrientes; y con trabajo inaudito de la tripulación, que no dejó las bombas de achique, y del propio comandante, consiguió tomar una ensenada a la entrada del puerto de Santiago de Cuba, donde la Ligera varó y se acostó completamente sobre su través. La conducta de Laborde fue aprobada y el Gobierno le confirió la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica por su actuación.

Pasó después a La Habana (8 de marzo de 1823) a bordo de la fragata de guerra inglesa Hiperion. Allí, el general Gastón, jefe del apostadero, le dio el mando de la división compuesta por la fragata Constitución (o Sabina), la corbeta Ceres y los bergantines Esperanza, General Riego y San Carlos, con la que escoltó un convoy hasta la desembocadura del canal de Bahama (3 de abril) e hizo escala en Aguadilla; y, desde allí, se dirigió en demanda de Costa-Firme con el objetivo de apoyar al capitán general de Venezuela, general Morales.

A su recalada en Punta Lucre supo que bloqueaba Puerto Cabello una división grancolombiana, que al avistar a los buques españoles se dio apresuradamente a la vela, esperando su acometida formada en línea de combate de esta forma: corbeta María Francisca, de veintidós cañones; corbeta Carabobo, de veintiocho, en la cual arbolaba su insignia el comodoro Danells; goleta Leona, de cuatro, y bergantín Independiente, de quince. Fuera de la línea, a sotavento, situaron a otras tres goletas de guerra, Manuel, Rayo y Flor de la mar, y dos sin armamento. Eran en total nueve buques.

Laborde se dirigió a toda vela sobre la línea, desde barlovento, atacándola a las cuatro y media de la tarde del día 1 de mayo, a distancia de tiro de pistola, con fuego vivo mantenido durante dos horas. Las corbetas insurgentes, que habían tratado de desarbolar a las españolas, arriaron la bandera, dispersándose los demás. Hubo en los buques españoles diecisiete heridos, mientras que en los insurgentes cuarenta muertos, veinte heridos y trescientos prisioneros.

Terminadas las reparaciones, salió Laborde (1 de julio) con la fragata, las tres corbetas y el bergantín Hércules en auxilio de Maracaibo, donde la situación era crítica, por no haber cuidado el general Morales de cerrar la entrada de la laguna a la escuadra insurgente, mandada por el almirante Padilla, que la salvó con inaudita facilidad (8 de mayo), aunque un bergantín, el Gran Bolívar, varó, o no haberla destruido, al principio, que hubiera podido, y ahora, cuando engrosándola se habían hecho superiores y dominaban las aguas, pretendía imperiosamente un enfrentamiento naval. La somera descripción de las fuerzas de ambos bandos y del escenario de la batalla, presentado con palabras contundentes por Morales, hubiera desacreditado al marino, que no se hubiese atrevido afrontar el combate. Esta, y no otra, fue la razón que impulsó a Laborde a arrostrar los peligros, a sabiendas de que iba a fracasar, ya que la escuadra grancolombiana era bastante más poderosa que la española. El día 22 se le vararon algunos buques, cosa nada extraña en aguas poco profundas. Formó una línea protectora con los restantes, en previsión de un ataque, el cual se produjo, en efecto, pero sólo con las fuerzas sutiles, que fueron fácilmente rechazadas. Puestos a flote, el día 23 se presentaron los grancolombianos con toda su flota. El encuentro tuvo lugar en Punta de Palma, y enseguida comenzó una batalla con fuerte cañoneo por ambas partes; navegaban en sentido paralelo y, aunque los españoles procuraban estrechar distancia, los grancolombianos consideraron que no había llegado el momento y, a pesar de su mayor potencia, viraban en la misma dirección que los españoles con el fin de que no se acercaran demasiado. Apercibido de la maniobra de los insurgentes, dio orden de enfilarlos directamente; no consiguió su propósito, porque los enemigos se dieron a la fuga y lograron refugiarse en los puertos de Altagracia. Resuelto el primer encuentro serio sin más incidente que haber tenido algunos muertos y heridos por ambas partes, preparó Laborde al día siguiente (24 de julio) el orden de batalla, convencido de que los insurgentes saldrían otra vez en su busca. A las once de la mañana, Padilla se puso a la vela con viento a favor y Laborde ordenó zafarrancho, acodarse y prepararse a batir; considerando el estado poco maniobrero de los buques de su mando, decidió que debía esperarlos al ancla donde los tenía colocados en buen orden. Cuando ya estaban cerca, mandó a la fuerza sutil que diese la vela y se pusiera en actitud de reforzar y sostener la cabeza septentrional, trabaron un combate a cañonazos con la fuerza sutil enemiga al tiempo que, ya próximas ambas escuadrillas rompieron el fuego, que se trabó a corta distancia y muy nutrido por ambas partes, lo que obligó al enemigo a extenderse por toda la línea.

El combate se concluyó al abordaje y se luchó cuerpo a cuerpo. Cuando vio perdido el combate, preparó la retirada con el fin de salvar los pocos buques y hombres que le quedaban. Laborde, embarcado en la goleta Especuladora, rodeado de la fuerza sutil enemiga, suspendió el ancla y logró entrar en Maracaibo con las goletas Zulia, Salvadora, Guajira y las flecheras Atrevida y Guaireña, a las cinco de la tarde. Pasaron de cuatrocientas las bajas y otros tantos prisioneros. Después del combate, Morales reconoció que las fuerzas navales no eran tan poderosas como él decía en su ultimátum a Laborde: “Los buques nuestros eran casi todos mercantes, mal armados, y los marineros gente allegada”. Maracaibo se hizo insostenible y tuvo que rendirla el general Morales. Cuando capitularon las tropas y plazas de Costa-Firme, Laborde regresó a La Habana con sus buques (2 de octubre), a fin de poner a buen recaudo las corbetas apresadas; durante su ausencia, cercada por tierra y mar Puerto Cabello, sucumbió también. Al concluir 1823 no quedaba en Venezuela ninguna posición, ni buque en sus aguas que arbolase la bandera española.

Fue nombrado 2.º jefe del apostadero y, como tal, salió con una división (4 de abril de 1824) para perseguir a las fuerzas enemigas que habían apresado a la corbeta Ceres y auxiliar a los heroicos defensores del castillo de San Juan de Ulúa (Veracruz). A pesar de ser solamente capitán de navío, se encargó del mando interino del apostadero (3 de julio) y después fue confirmado (4 de agosto). Salió con una división (19 de septiembre) compuesta por las fragatas Santa Sabina (insignia) y Santa Casilda y la corbeta Aretusa y varios transportes para socorrer una vez más al castillo de San Juan de Ulúa; pero la división se vio sorprendida por un huracán en la sonda de la Tortuga y el buque insignia desarboló de los tres palos; los demás buques fueron dispersados, haciendo imposible el proyectado socorro, pues Laborde regresó a La Habana y los demás buques no se atrevieron a atacar la fortaleza, por las fuerzas navales enemigas que la bloqueaban, y regresaron también a La Habana. Poco después capitulaba el castillo de San Juan de Ulúa, último baluarte español del virreinato de Nueva España.

Ascendió a brigadier en la promoción de 14 de julio de 1825. Salió nuevamente al mando de una división, compuesta por las fragatas Lealtad, Sabina, Iberia, Perla y Castilla y la goleta Habanera, con la que batió a todos los corsarios que atacaban constantemente el comercio español. Se reforzó la división con el navío Guerrero y visitó Kingston (Jamaica), amenazando seguidamente a las plazas disidentes de Santa Marta y Cartagena de Indias, que ya había conquistado Bolívar, neutralizando de este modo la acción de las fuerzas navales insurgentes. En esa época emitió sus notables Instrucciones de policía y disciplina a la escuadra de las Antillas, donde daba, para el combate, la preferencia al cañón y afirmaba que nada debía omitirse en su instrucción para construir sólidas dotaciones artilleras, tanto concurriendo a los polígonos de tierra como efectuando continuos ejercicios de tiro al blanco en la mar, aun en circunstancias difíciles, poniéndose el buque en las mismas condiciones que si fuese a entrar en acción inmediata, que debía procurarse fuera siempre decisiva. Así lo practicó en las costas de Venezuela, con elementos bien modestos, unas veces con brillantes éxitos y otras con menos fortuna. En septiembre de 1826 volvió a salir, arbolando su insignia en el navío Guerrero y llevando con él cinco fragatas y una goleta, para hostilizar los mismos puertos de la Costa-Firme; pero a los pocos días de desembocar el canal y sobre el abra de Charlestown, fue sorprendido por un huracán equinoccial que dispersó la división, ocasionando averías y desarbolos; el insignia perdió los tres palos, logrando al cabo de muchos esfuerzos y las acertadas decisiones de Laborde, armar bandolas (palos de fortuna) y regresar a La Habana, después de ochenta días de navegación, cuando los demás buques ya lo habían realizado, a excepción de la goleta Habanera, que fue víctima de los elementos.

Los disidentes mexicanos trataron de aprovecharse del desastre y armaron una escuadrilla que, al mando del comodoro Poters, antiguo oficial de la marina americana, amenazó la costa norte de Cuba. Afortunadamente Topete, el incansable segundo de Laborde, había reparado casi todos los buques, y, cuando éste llegó a La Habana, pudo salir con la fragata Lealtad y otros buques del apostadero, persiguiéndolos hasta Cayo Hueso, donde los mantuvo bloqueados durante un año, hasta que Poters, convencido de que no podría salir de allí sin caer prisionero, despidió a las dotaciones y vendió los barcos, trasladándose a Veracruz en una fragata norteamericana a dar cuenta de su desastrosa expedición.

A México se enviaría (5 de julio de 1829) una expedición de tres mil hombres, cifra que se consideraba reducida, pues se calculaban en unos veinte mil los que se necesitarían para la empresa de reconquistar Nueva España. Con ello Fernando VII cumplía su palabra de reconquistar América, en tanto en cuanto patrocinaba una expedición contra el antiguo virreinato; pero también era obvio que sólo cubría el expediente, pues con tan corto ejército se iba directo al fracaso.

La expedición fue mandada por el brigadier del Ejército Isidro Barradas y conducida por la división naval de Laborde, que a tal efecto salió de La Habana con el navío Soberano, las fragatas Lealtad, Restauración y Casilda, el bergantín Cautivo y el bergantín-goleta Amalia. Entre bajo Sisal, bajo Nuevo y el Triángulo (de las Bermudas), fue alcanzada por un huracán que dispersó la escuadra y el convoy; no obstante, todos los buques, excepto un transporte con quinientos hombres, se reunieron en el punto de reunión previsto, cabo Rojo. Laborde se acercó a la costa del antiguo virreinato y eligió para el desembarco Punta Jerez, en cuyo fondeadero largaron sus anclas la escuadra y el convoy (27 de julio) y desembarcó la tropa con los víveres y pertrechos necesarios.

El ejército se puso en marcha hacia Tampico, que distaba dos leguas por la costa, siendo protegido por la escuadra de Laborde, colaborando a la toma de ambas orillas del río Tampico, así como a la subida de las tropas a Tamaulipas, donde Barradas estableció su cuartel general. En Tampico feneció la proyectada reconquista, pues los generales mexicanos Santana y Bustamante derrotaron a Barradas, quien tuvo que capitular, rendidos sus hombres por el clima y por la impericia de su jefe.

Mientras tanto, Laborde tuvo que trasladarse con su escuadra a Nueva Orleans, adonde había llegado el transporte perdido y al que se le ponían ciertas dificultades para salir; cuando estas quedaron zanjadas, embarcó la tropa en dos bergantines transportes y puso el convoy a cargo de la fragata Casilda y el bergantín Cautivo, a fin de que lo condujese a la barra de Tampico y él, con el navío insignia, se dirigió a La Habana para embarcar nuevas tropas y presentarse de nuevo en las costas mexicanas. Todo fue en vano, porque en este intermedio se produjo la rendición de la expedición y el embarque de los restos en buques mercantes para su restitución a La Habana.

En la promoción que hubo con motivo de la última boda del rey Fernando VII (5 de diciembre de 1829), fue ascendido al empleo de jefe de escuadra. Por estas fechas, también obtuvo la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, por tener cumplidos los requisitos reglamentarios para obtenerla. Al año siguiente, salió de La Habana (19 de mayo de 1830) de nuevo, con la fragata Restauración y la corbeta Cautiva, desembocó en el canal de Bahamas y se dirigió a Puerto Rico, cruzando sobre la isla de Santo Domingo en protección de un partido que quería la anexión a España; fondeó en Santiago de Cuba, para rectificar la situación del bajo de los Alacranes y regresó a los ochenta días de su salida (30 de julio). Esta puede decirse que fue la última campaña de Laborde, pues desde entonces sólo hizo salidas en buques pequeños a los puertos inmediatos a La Habana; pero con su natural celo y laboriosidad se dedicó, secundado eficazmente por su segundo el brigadier Juan Bautista Topete, a las mejoras del arsenal, organización de las matrículas de la isla, supresión de abusos que perjudicaban la navegación de cabotaje y la pesca y establecimiento de las plantillas de las planas mayores y dotaciones de los buques. Los buques de guerra seguían siendo un modelo, apreciándose su esfuerzo por realizarse en una época que, en la Península, no se puede considerar como floreciente para la Armada.

Además dotó de uniforme a la marinería, la primera que lo ostentó, antes que lo tuviese en la Península.

Con motivo del fallecimiento del rey Fernando VII y encargado de formar gobierno Francisco Cea Bermúdez, designó éste como ministro de Marina a Laborde (1 de octubre de 1832). Pero siendo críticas las circunstancias y conviniendo al Gobierno constituirse inmediatamente para hacer frente al Partido Carlista, al Liberal que había levantado la cabeza de resultas de la amnistía y a las intrigas y cabildeos de Palacio, no pudiendo presentarse Laborde con la premura necesaria y atendiendo a lo conveniente de su continuación en el apostadero de La Habana, la reina viuda Cristina, que gobernaba en nombre de su esposo, confirmó a Laborde en aquella Comandancia General, lo relevó del Ministerio de Marina y, para darle una prueba de lo gratos que le eran sus relevantes servicios, le concedió la Gran Cruz de la Orden española de Carlos III y, con motivo de la jura de la princesa de Asturias, futura Isabel II, se le concedió la Gran Cruz de la Real Orden americana de Isabel la Católica.

Once mil ochenta y seis personas había enterrado el cólera morbo, entre el 25 de febrero y el 30 de abril de 1833, en La Habana y en los partidos cercanos. Ni una mala indisposición había sentido durante este período, pero el 31 de marzo de 1834 le asaltó la enfermedad que había de acabar con su existencia (3 o 4 de abril de 1834) a pesar de los esfuerzos de los médicos.

Sus méritos hicieron que años después se decretara el traslado de sus restos al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, habiéndolos conducido a España desde Cuba en el vapor Fernando el Católico, que por razones sanitarias arribó a Ferrol, quedando depositados en la iglesia castrense de San Francisco (septiembre de 1870). Un mes más tarde emprendían su último viaje y fueron depositados, sin ceremonia alguna, en una de las capillas del Panteón, hasta que en febrero de 1875, listo el sarcófago y previo un oficio de difuntos, se trasladaron al lugar que hoy ocupan.

Escritor infatigable, cuya afición a fijar sobre el papel sus ideas y pensamientos han sido notorios en la Armada, aunque, quizás por una excesiva modestia, haya evitado dar a la imprenta sus escritos y producciones científicas y literarias, que permanecen inéditos hasta ahora, según se cree en poder de sus herederos.

Así, a pesar de tratarse de un escritor naval muy digno, se cita como producción suya, que ha visto la luz pública, la siguiente, de gran importancia sin duda.

 

Obras de ~: Tratado elemental de geografía matemática aplicada a la topografía y parte militar: dispuesto para la enseñanza de caballeros cadetes del Real Colegio Militar Interno de Santiago de Compostela, Santiago, Oficina de Manuel Antonio Rey, 1814; Contestación a las inculpaciones que indirectamente le hace el mariscal de campo Francisco T. Morales ex-capitán general de las provincias de Venezuela en su parte de 31 de agosto del presente año dirigido al Escmo. Sr. Capitán General de la isla de Cuba, New York, Impresor George Long, 1823; Nueva división de la isla de Cuba, en provincias marítimas, y subdivisión de estas en distritos, para el mejor régimen y gobierno de las matrículas de ella, cuidado y vigilancia de sus costas, calas, ensenadas y surgideros, La Habana, Oficina de José Boloña, impresor de la Real Marina por S. M., 1829; Ejercicio de sable, mandado observar por el jefe de escuadra Ángel Laborde y Navarro, a bordo de los bajeles de S. M. del apostadero de la Habana; traducido del inglés, por el teniente de navío Juan José Martínez (prólogo del opúsculo), La Habana, oficina de José Boloña, impresor de la Real Marina por S. M., 1832.

 

Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), exp. personal, leg. 620/596, 1835.

Corona fúnebre a la memoria del Excmo. Sr. D. Ángel Laborde y Navarro, Jefe de Escuadra de la Armada, La Habana, Oficina de José Boloña, 1834; F. Pavía y Pavía, Galería Biográfica de los Generales de Marina, Madrid, 1873; J. de Carranza y Reguera, “Algunas enseñanzas deducidas del combate naval de Ya-Lu”, en Revista General de Marina (Madrid), t. 36 (1895), págs. 327-328; A. de Vilaboa, “Introducción al estudio de la Marina de Isabel II”, en Revista General de Marina, t. 133 (1947), págs. 694 y 699; D. de la Valgoma y Barón de Finestrat, Real Compañía de guardias marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1955; C. Martínez-Valverde, “Biografía de Ángel Laborde y Navarro”, en VV. AA., Enciclopedia general del mar, t. V, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, págs. 170-173; C. Fernández Duro, Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, t. IX, Madrid, Museo Naval, 1973, págs. 233-286; R. Eljuri-Yunez, La batalla naval del lago de Maracaibo (narración), Caracas (Venezuela), Editorial Arte, 1973; Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Ángel Laborde y Navarro, relación documental de los sucesos de Venezuela 1822-1823, Caracas (Venezuela), Impresor Italgráfica S. R. L., 1974; J. Cervera Pery, Marina y política en la España del siglo XIX, Madrid, Editorial San Martín, 1979; F. Serrano Mangas, “La Armada Española frente a la oleada de corsarios colombianos de 1826”, en Revista de Historia Naval (Madrid, Instituto de Historia y Cultura Naval), n.º 2 (1983), págs. 117-128; Egea López, “Ángel Laborde, comandante del apostadero de La Habana”, en Revista de Historia Naval, n.º 28 (1990), págs. 7-30; C. Martínez- Valverde, “Sobre las fuerzas navales sutiles españolas, en los siglos XVIII y XIX”, en Revista de Historia Naval, n.º 36 (1992), pág. 49; G. Pérez Turrado, La Marina Española en la independencia de Costa Firme, Madrid, Editorial Naval, 1992; P. Castillo Manrubia, La Marina de guerra española en el primer tercio del siglo XIX (organización, dotaciones, buques, arsenales y presupuestos), Madrid, Editorial Naval, 1992 (col. “Aula de navegantes”, II); J. Cervera Pery, La Marina Española en la emancipación de Hispanoamérica, Madrid, Editorial Mapfre, Imprenta Mateu Cromo Artes Gráficas, 1992 (col. Mapfre 1492); F. González de Canales, “Biografía de Ángel Laborde y Navarro”, en Catálogo de pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, 2000, págs. 302-303; J. Cervera Pery, El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica, Madrid, Servicio de Publicaciones del C. G. A., 2004.

 

José María Madueño Galán

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