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Joaquín Lorenzo Villanueva y Astengo

Biografía

Villanueva y Astengo, Joaquín Lorenzo. Játiva (Valencia), 10.VIII.1757 – Dublín (Irlanda), 26.III.1837. Canónigo, predicador real, consultor y calificador del Santo Oficio, escritor, diputado, ministro plenipotenciario.

La dedicación a las letras y a la política, así como la pertenencia al clero, caracterizan a la familia de Joaquín Lorenzo Villanueva. Sus padres, ambos de origen nobiliario y de procedencia geográfica dispar (el padre procedía de Aragón y la madre de Savona, Génova) alcanzaron una posición económica acomodada en Játiva, donde el padre ejerció con éxito como encuadernador y librero. Tal vez por esta circunstancia, los cinco hijos del matrimonio llegados a la mayoría de edad contaron con facilidades para dedicarse al estudio. La única mujer, Ignacia, profesó como monja clarisa. Los restantes, salvo José Pascual, que siguió el negocio paterno, alcanzaron notoriedad como escritores y políticos. Lorenzo Tadeo estudió leyes y fue oidor de las Audiencias de Asturias, Galicia y Valencia, ministro de la de Madrid y diputado a Cortes en 1822-1823. Jaime, el más joven de los hermanos, ingresó en la Orden de Predicadores y siguió una trayectoria muy similar a la de Joaquín Lorenzo, con quien coincidió plenamente en ideas y actividades. Juntos pasaron buena parte de sus vidas, incluyendo la última etapa en el exilio, y redactaron una importante obra de erudición que consta de 22 volúmenes, publicada entre 1804 y 1852 con el título de Viaje literario a las Iglesias de España.

Joaquín Lorenzo cursó los estudios de Gramática y Humanidades en Játiva y a los doce años ingresó en la Universidad de Valencia, donde se graduó en Artes (1772) y obtuvo el doctorado en Teología (1776). Por encargo del obispo de Orihuela, José Tormo, ocupó al año siguiente la Cátedra de Filosofía en el Seminario de esa ciudad. Las relaciones entre ambos no tardaron en deteriorarse, a causa del rechazo por parte de Villanueva de la orientación marcadamente tomista impuesta por el obispo en el nuevo plan de estudios eclesiásticos y en 1780 se trasladó a la Corte, donde halló la protección de Juan Bautista Muñoz, cronista mayor de Indias y antiguo profesor suyo en Valencia, y del también valenciano Felipe Bertrán, obispo de Salamanca e inquisidor general. En 1781 opositó sin éxito a una canonjía en los Reales Estudios de San Isidro y ese mismo año Bertrán lo nombró profesor de Teología en el Seminario de San Carlos, en Salamanca. Villanueva sólo ocupó este puesto durante unos meses, pues como él mismo comenta en las memorias que publicó bajo el título de Vida Literaria, una vez más sus ideas le alejaron de sus compañeros de claustro (“otra borrasquilla que se me levantó de puertas adentro”).

En marzo de 1782 recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo de Toledo, cardenal Lorenzana, y en el verano de ese año retornó a Madrid. Villanueva mantiene excelentes relaciones con un grupo de valencianos que ocupan cargos relevantes en la Corte de Carlos III, en particular Pérez Bayer y Juan B. Muñoz, pero la persona decisiva para él siguió siendo el inquisidor general Bertrán. Este último lo designó su capellán, lo nombró consultor del tribunal de Corte de la Inquisición y en septiembre de 1783 calificador del Santo Oficio, cargo que ejerció hasta 1808. Asimismo lo propuso para una plaza de doctoral en la Real Capilla de la Encarnación de Madrid, que ocupó Villanueva en 1784, poco después de la muerte de su protector. En este tiempo inicia su actividad literaria, la cual llegará a ser muy considerable por la cantidad y calidad de sus obras. Sus primeras publicaciones fueron traducciones del latín: en 1783 editó la del Carmen de Ingratis de San Próspero, obra destinada a combatir la herejía pelagiana, y en 1784 el Oficio de Semana Santa, a la que siguieron otras versiones en castellano de textos litúrgicos que no llegaron a ser impresos. En 1788 salió su primera obra original: De la obligación de decir la Misa con circunspección y pausa, donde denunciaba la escasa devoción de muchos sacerdotes durante la celebración de la Eucaristía. Ya en estos trabajos quedan patentes los rasgos característicos de la condición intelectual y de la actitud religiosa de Villanueva durante toda su vida: interés por los escritos de los primeros padres de la Iglesia, rigorismo moral, rechazo del tomismo e inclinación por el agustinismo y empeño por divulgar los textos sagrados. En relación con este último asunto, en el que la influencia del obispo Bertrán fue determinante, Villanueva publicó De la lección de la Sagrada Escritura en lenguas vulgares (1791). La obra, que responde a la mejor tradición del humanismo español, no se apartaba de la más estricta ortodoxia y constituye una aportación relevante a la historia de la espiritualidad española, pero no tardó en ser duramente criticada por quienes creyeron que atentaba contra la costumbre de la Iglesia. En una de las refutaciones más sonadas, su autor, el sacerdote navarro Miguel Elizalde de Urdiroz, que escribió bajo el seudónimo de Guillermo Díaz Luzuredi, le acusó de jansenista, hereje, cismático, falseador de la historia e infiel a la Sagrada Escritura, entre otras cosas.

Estas notas, en particular la imputación de “jansenista”, así como la polémica suscitada por sus escritos, acompañarán en lo sucesivo la trayectoria de Villanueva. Los partidarios de los jesuitas le prodigaron todo tipo de reproches a propósito de su voluminoso Año cristiano, obra que mantenía cierto criticismo histórico y que trataba de sustituir a la del P. Croisset, que gozaba de amplia reputación en los medios eclesiásticos apegados a la tradición. La asistencia asidua de Villanueva a la tertulia de la condesa de Montijo, motejada de cenáculo de “jansenistas”, dio pie a que se le atribuyera en grado máximo esta etiqueta, a lo que contribuyeron sus publicaciones, siempre en la línea de lo que en aquel tiempo se consideró la doctrina “jansenista”: antiescolasticismo, rigorismo moral, defensa de la Iglesia nacional frente a la intervención de la curia romana, admiración por los primeros tiempos del cristianismo y difusión entre los fieles de las Sagradas Escrituras.

Las excelentes y extensas relaciones de Villanueva con las gentes de letras de Madrid facilitaron su actividad intelectual, a la que se dedicó casi en exclusiva, alternando con las funciones pastorales propias de su ministerio sacerdotal. Villanueva no se preocupó gran cosa por escalar puestos en la jerarquía eclesiástica o en la Administración de la Monarquía y se limitó a ocupar cargos que le garantizaran su subsistencia y favorecieran el estudio y la actividad literaria. Aparte de ejercer como calificador del Santo Oficio, el 20 de septiembre de 1799 entró como predicador supernumerario en la Casa Real (dos meses y medio más tarde fue nombrado capellán de honor de número) y en enero de 1800 fue designado rector del Hospital General y del Hospital de la Pasión de Madrid. Durante el ejercicio de este cargo, que abandonó en 1804 por haber contraído en dos ocasiones infecciones graves, fue denunciado a la Inquisición por enseñar “malas doctrinas”, es decir, por difundir las ideas “jansenistas”. El 21 de julio de 1793 fue elegido miembro de la Real Academia Española, de la que tomó posesión como académico de número en 1796, ocupando el sillón “X”. En esta institución ocupó el cargo de bibliotecario y trabajó en la elaboración de un diccionario etimológico de la lengua castellana, paralizado al comienzo de la Guerra de la Independencia. El 14 de septiembre de 1804 ingresó en la Academia de la Historia y en abril de 1807 en la Orden de Carlos III.

Durante el reinado de Carlos IV Villanueva continuó sus publicaciones sobre asuntos religiosos en la misma línea del tiempo anterior, aunque ahora esta materia dejó de ser el único objeto de sus ocupaciones literarias. Aparte de varios trabajos de carácter histórico, de corte erudito, afrontó asuntos políticos muy polémicos, que le dieron fama de valedor de la monarquía absoluta y de la Inquisición. En 1793 publicó Catecismo de Estado según los principios de la religión, obra muy condicionada por la circunstancia histórica (fue redactada en el momento en que procedían de la Francia revolucionaria todo tipo de dudas sobre la pervivencia de las monarquías europeas), en la que hay una explícita defensa de la monarquía absoluta. En 1798 tercia de nuevo en la polémica con su respuesta a la Carta del obispo Grégoire al inquisidor general Arce sobre la supresión de la Inquisición, donde Villanueva insiste en la defensa del carácter católico de la Monarquía española. Sin embargo, ciertos juicios relacionados con la disciplina eclesiástica contenidos en este último texto provocaron que fuera denunciado a la Inquisición, sin mayores consecuencias.

Al iniciarse, en 1808, la guerra contra Napoleón, Villanueva se mostró partidario sin titubeos de la resistencia española y contribuyó a los preparativos que en este sentido se realizaron en Madrid. En el verano de 1809 marchó a Sevilla, como miembro de la Comisión Eclesiástica creada por la Junta Central para preparar los asuntos que sobre esta materia deberían tratarse en las Cortes de próxima convocatoria. En septiembre de ese año la Central le nombró canónigo de Cuenca, cargo del que tomó posesión el 5 de febrero de 1810. Pocos días después fue elegido diputado titular por Valencia a las Cortes Generales y Extraordinarias. El 24 de octubre de 1810 llegó a Cádiz, tras un viaje muy accidentado, del que dio cuenta en un diario donde recoge su actividad parlamentaria, en especial durante las sesiones secretas, publicado después de su muerte con el título de Mi viaje a las Cortes. En las Cortes desempeñó un papel muy relevante, tanto por sus numerosas intervenciones (participó en el debate de todos los grandes temas, en particular en cuantas ocasiones se trataron asuntos relacionados con la religión y la Iglesia), como por su decisiva actuación en la Comisión Eclesiástica. A Villanueva se debe la redacción de los principales documentos relativos a la reforma de la Iglesia emanados de esa Comisión, entre otros, el plan de reforma de las órdenes regulares, un proyecto para la renovación del episcopado y, fundamentalmente, el borrador para la convocatoria de un concilio nacional, documento que constituye el auténtico programa de política religiosa del primer liberalismo español. Cuando llegó a las Cortes, el pensamiento de Villanueva distaba de los postulados políticos liberales, los cuales nunca llegó a asumir con claridad, pero en el transcurso de la sesiones se fue decantando progresivamente de parte de este sector y con él votó las principales resoluciones parlamentarias, quedando como uno de los diputados liberales más notorios. El interés fundamental de Villanueva como diputado consistió en lograr la reforma de la Iglesia de acuerdo con los postulados episcopalistas y desde una posición regalista moderada. Puso gran empeño, asimismo, en demostrar la compatibilidad entre el sistema constitucional y la doctrina de Santo Tomás de Aquino, a lo cual dedicó un libro: Las angélicas fuentes o el tomista en las Cortes (1811), redactado en colaboración con su hermano Jaime.

En 1813 fue elegido, de nuevo, diputado por Valencia a las Cortes Ordinarias, trasladadas a Madrid tras la apertura de sus sesiones en octubre de ese año en Cádiz. En abril de 1814 Villanueva viajó a Valencia como integrante de la comisión parlamentaria designada para cumplimentar a Fernando VII. A principios de mayo regresó a Madrid con el séquito real y, al igual que otros destacados diputados y políticos liberales, durante la noche del 10 de mayo fue detenido en su domicilio y embargados sus papeles. Sometido a proceso, permaneció preso durante año y medio en la cárcel de la corona, tiempo que aprovechó para escribir un importante alegato en defensa de los diputados liberales represaliados: Apuntes sobre el arresto de los vocales en Cortes.... El 15 de diciembre de 1815 es condenado a destierro en el convento de La Salceda (Guadalajara) y destituido en todos sus cargos. Allí redacta De la divina providencia, texto inédito, que trata sobre la presencia de Dios en la vida de los hombres. Tras el pronunciamiento liberal de Cabezas de San Juan, en enero de 1820, recuperó la libertad de movimientos y marchó a Cuenca para ocupar su puesto como canónigo, pero en mayo es elegido una vez más diputado a Cortes por su provincia natal y se traslada a Madrid. Durante las legislaturas de 1820- 1821 (en las elecciones para la de 1822 no fue elegido diputado) Villanueva desarrolla, como en Cádiz, gran actividad y destaca de nuevo por sus numerosos dictámenes emitidos en calidad de integrante de la comisión eclesiástica. En esta ocasión radicalizó sus propuestas reformistas y acentuó considerablemente su oposición a la intervención de la curia romana en la Iglesia española, como, entre otros extremos, queda reflejado en su obra —polémica como tantas otras— titulada Cartas de don Roque Leal... (1820), la cual alcanzó un considerable éxito editorial.

El 31 de agosto de 1822 el gobierno presidido por el general San Miguel lo nombró ministro plenipotenciario ante la Santa Sede. La misión de Villanueva debía centrarse en conseguir apoyo político del papado para el régimen constitucional español, renovar a los titulares de las sedes episcopales y evitar los cuantiosos pagos a Roma por la expedición de bulas, gracias y otras dispensas pontificias. Villanueva salió de Madrid el 1.º de octubre y a la espera de la ratificación de su nombramiento por parte de la Santa Sede, se dirigió a París, donde se encontró con Henri Grégoire, con quien había polemizado años antes a propósito de la Inquisición y ahora coincidía plenamente. Mientras estaba en París, la Santa Sede comunicó al Gobierno español su rechazo de la candidatura de Villanueva, pero a éste no le llegó la noticia hasta el 13 de noviembre, a su llegada a Turín camino de Roma. A la espera de instrucciones precisas, al día siguiente se trasladó a Génova. Allí permaneció casi tres meses, hasta que el Gobierno le ordenó el regreso a España, una vez quedó confirmado que la Santa Sede nunca le aceptaría como embajador por tratarse, como indicó oficialmente el secretario de Estado Consalvi, de una persona que siempre se había mostrado hostil a la Santa Sede por sus escritos y por su actitud personal. El 9 de febrero de 1823 Villanueva embarca en Génova hacia Barcelona, a donde llega siete días más tarde e inmediatamente publica Mi despedida de la curia romana, texto que constituye —según G. Ramírez Aledón— un “furibundo alegato en contra de la Santa Sede” y que fue rápidamente incluido en el índice de libros prohibidos. El Gobierno le ordenó regresar a Madrid, vía Valencia, pero a causa del clima de guerra civil provocada por el levantamiento de las partidas realistas Villanueva navegó de Barcelona a Cartagena y de allí se trasladó a Sevilla, donde desde finales de marzo se habían instalado el Gobierno y las Cortes.

El 3 de octubre de 1823, en cuanto Fernando VII deroga el régimen constitucional, Villanueva toma el camino del exilio. De Gibraltar se traslada a Tánger y de allí, en compañía de sus hermanos Jaime y Lorenzo Tadeo, viaja a Dublín. El 23 de diciembre se instala en Londres, donde vive gracias a la subvención que recibe del Gobierno británico, de algunas traducciones, de una pequeña pensión de la Real Academia Española y de los fondos recaudados por un comité de ayuda a los exiliados en el que participa activamente. De nuevo la actividad literaria se convierte en su principal ocupación y, una vez más, se ve envuelto en la polémica como consecuencia de sus publicaciones. En esta ocasión, su principal contrincante es otro exiliado, Antonio Puigblanch, con quien discutió a propósito de la etimología del castellano. Villanueva pasó los últimos seis años de su vida en Dublín, en casa de William Yore, párroco de Saint Paul. Fue enterrado en el cementerio de Glasnevin de aquella ciudad.

 

Obras de ~: Teses Philosophicae ab auditoribus suis defendendae, 1780 (inéd.); Poema de San Próspero contra los ingratos. Traducido en verso castellano, Madrid, Sancha, 1783; Oficio de la Semana Santa, Madrid, 1784; Oficio de la solemnidad del Corpus y su octava, 1785 (inéd.); Paráfrasis de los Hechos de los Apóstoles, 1787 (inéd.); De la obligación de decir Misa con circunspección y pausa, Madrid, Impr. Real, 1788; De la lección de la Sagrada Escritura en lenguas vulgares, Valencia, B. Monfort, 1791; Año Cristiano de España, Madrid, Impr. Real, 1791-1795, 13 ts.; Prospecto de una nueva edición de la Biblia, según la Vulgata, ilustrada con comentarios de autores españoles, 1793 (inéd.); Catecismo de Estado según los principios de la religión, Madrid, Impr. Real, 1793; Cartas Eclesiásticas de Don ~ al Doctor D. Guillermo Díaz Luzeredi en defensa de las leyes que autorizan ahora al pueblo para que lea en su lengua la Sagrada Escritura, Madrid, Impr. Real, 1794; Cartas de un presbítero español sobre la carta del ciudadano Grégoire, obispo de Blois, al señor Arzobispo de Burgos, Inquisidor General de España, Madrid, Cano, 1798; Dominicas, Ferias y Fiestas Movibles del Año Cristiano de España, Madrid, 1799-1803, 6 vols.; Memoria sobre el fragmento de una cruz de piedra hallada en la antigua Setabis, 1804 (inéd.); Oración fúnebre que en la exequias del Excmo. Sr. Cardenal Patriarca de las Indias D. Antonio de Sentmanat de Cartellá [...], Madrid, Impr. Real, 1806; El Kempis de los literatos, Madrid, Impr. Real, 1807; Instrucción popular en forma de catecismo sobre la presente Guerra Sevilla, 1809; El Jansenismo dedicado al Filósofo Rancio por Ireneo Nystactes, Cádiz, Impr. Junta Superior, 1811; Las angélicas fuentes o el Tomista en las Cortes, Cádiz, 1811-1813, 2 vols.; Conciliación político-cristiana del sí y el no. Diálogo [...], Cádiz, A. Murguía, 1812; De la divina Providencia, 1814? (inéd.); Apuntes sobre el arresto de los vocales de Cortes ejecutado en mayo de 1814, escritos en la Cárcel de la Corona por el diputado Villanueva uno de los presos, Madrid, Fontenebro, 1820; Nuevos Apuntes del diputado Villanueva sobre las Cartas del Señor Alcalá Galiano, Madrid, Repullés, 1821; Cartas de D. Roque Leal a un amigo suyo sobre la representación del Arzobispo de Valencia a las Cortes fecha 20 de octubre de 1820, Madrid, Fontenebro, 1820-1821, 2 vols.; Cuestión importante: si los diputados de nuestras Cortes son inviolables respecto de la Curia romana o Nuevos Apuntes sobre las cartas de don Antonio Alcalá Galiano, Madrid, 1821; Mi despedida de la Curia Romana, Murcia, 1823; Vida Literaria, Londres, 1825, 2 vols.; Juicio de la obra del señor Arzobispo Depradt intitulada Concordato de México con Roma, Londres, 1827; Carta de Juanillo el Tuerto a su primo Sáiz Castellanos, Londres, 1828; Catecismo moral, Bogotá, 1829; Carta de Don ~, al señor D. Antonio Puigblanch, Londres, 1828; Poesías escogidas, Dublín, 1833; Mi viaje a las Cortes, Madrid, Impr. Nacional, 1860.

Bibl.: M. A rtola, “Estudio preliminar” a J. L. Villanueva, Mi viaje a las Cortes, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, t. XCVIII, 1957; J. S. Laboa, Doctrina canónica del Dr. Villanueva. Su actuación en el conflicto entre la Santa Sede y el Gobierno de España (1820-1823), Vitoria, 1957; M. Ardit, Els valencias de las Corts de Cadis, Barcelona, Dalmau, 1968; A. Ventura, Vida i obra de Joaquim Llorenç Villanueva, xativenc, diputat del Regne a les Corts de Cadis, Valencia, Centro de Cultura Valenciana, 1968; I. Lasa Iraola, “El primer proceso de los liberales”, en Hispania, 115 (1970), págs. 327- 383 y “El proceso de Joaquín Lorenzo Villanueva, 1814-1815”, en Cuadernos de Historia. Anexos de la Revista Hispania, 4 (1973), págs. 29-81; J. L. Haro Sabater, “Un eclesiástico valenciano, diputado liberal en las Cortes de Cádiz: Joaquín Lorenzo Villanueva”, en Primer Congreso de Historia del País Valenciano, Valencia, 1974, IV, págs. 273-284; V. Llorens, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (1823-1834), Valencia, Castalia, 1979; V. León Navarro, “El grupo valenciano y el reformismo de Joaquín Lorenzo Villanueva anterior a las Cortes de Cádiz”, en Anales de la Universidad de Alicante. Historia Contemporánea, 2 (1983), págs. 9-34; J. Varela Suanzes-Carpegna, La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico (Las cortes de Cádiz), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983; E. La Parra, El primer liberalismo español y la Iglesia. Las Cortes de Cádiz, Alicante, Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1985; L. Barbastro, Revolución liberal y reacción (1808-1833). Protagonismo ideológico del clero en la sociedad valenciana, Alicante, Caja de Ahorros Provincial de Alicante, 1987; A. Mestre, Influjo europeo y herencia hispánica. Mayans y la ilustración valenciana, Valencia, 1987; G. Ramírez Aledón, “Joaquín Lorenzo Villanueva (1757-1837): un paradigma de la crisis de la Ilustración española”, introducción a J. L. Villanueva, Vida Literaria, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1990; A. Vauchelle, “Reacciones de dos eclesiásticos españoles ante la carta del abate Grégoire al Inquisidor General Arce”, en Trienio, 17 (1991), págs. 21-34; M. Morán Ortí, Revolución y reforma religiosa en las Cortes de Cádiz, Madrid, Actas, 1994; G. Ramírez Aledón, “Joaquín Lorenzo Villanueva, Diputado a Cortes, liberal, jansenista, hombre de su tiempo”, en J. L. Villanueva, Mi viaje a las Cortes, Valencia, Diputación, 1998, págs. 9-38; E. Soler Pascual, El Viaje Literario y Político de los hermanos Villanueva, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2002; G. Ramírez Aledón, “La Santa Sede ante la revolución liberal española: diplomacia y política en el Trienio constitucional”, en E. L a Parra-G. Ramírez (eds.), El primer liberalismo: España y Europa, una perspectiva comparada, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2003, págs. 213-286.

 

Emilio La Parra López

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