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Juan Gallifa Arqués

Biografía

Gallifa Arqués, Juan. San Baudilio de Llusanés (Barcelona), 22.II.1775 – Barcelona, 3.VI.1809. Religioso teatino (CR) y patriota.

El padre Gallifa, víctima de la ocupación napoleónica que sometió a Barcelona de 1808 a 1814, era de una población que rondaba entonces los quinientos habitantes. Hijo de Miguel y María, fue el cuarto de ocho hijos, en una familia de pelaires (que preparan la lana para su tejido). En 1760 Cataluña, con dos mil telares de lana, vestía a la región y enviaba parte al resto de España. Francisco de Zamora (1757-1812), que viajó como funcionario, al referirse a Osona, comarca en la que se halla San Baudilio, con cabeza de partido en Vic, dijo que su gente se sustentaba con dos actividades, el taller artesanal y la agricultura, pues “en cualquier tiempo del año que haya buena sazón, todos salen al campo, y al invierno y en días de lluvia trabajan en sus casas”. De niños, Juan Gallifa y sus hermanos, tres varones y tres mujeres —una había muerto de dos meses—, tuvieron que trabajar en el taller de su padre, que antes fue del abuelo materno, y en el cultivo de la tierra de propiedad familiar, o ajena a sueldo.

Los Gallifa-Arqués tenían gran capital de trabajo con el que podían crear utilidad al ejercitar una de las actitudes más reconocidas de los catalanes. Pero José, el primogénito, nacido en 1766, fue sacerdote y rector de San Andrés de Vola (municipio de San Pedro de Torelló), según el acta de matrimonio de Eduardo (1804), al que casó y quien en ella figura como pelaire. Siguió la tradición familiar. José fue padrino de confirmación de Juan (1779) y de bautismo de Miguel (1781), nacido en sexto lugar, y de Ana (fallecida en 1784), la que murió. En ambas actas de bautismo figura como studens (estudiante, en latín, o seminarista, en Vic). Contra la Cédula (1768) promovida por el conde Aranda de hacer las actas en castellano y no en catalán las escribían en latín. No era común estudiar a los trece años, y menos a los quince o dieciocho. Menos aún el mayor, que debía dar continuidad al taller familiar. Ser del Gremio de Pelaires daba prestigio, y más si se pertenecía desde generaciones. Es cierto que la Ley Chapelier (1791) y la difusión de ideas de libre competencia hicieron decaer a los gremios, las cofradías y la artesanía organizada. El acta de examen de maestro pelaire de Miguel Gallifa (1766) padre es la última del Llibre de la Confraria de Teixidors (Libro de la Cofradía de Tejedores) de San Baudelio. Que Eduardo fuera pelaire facilitó el camino del sacerdocio a José y liberó el de Juan para la vida religiosa. Por las coincidencias de fechas se supone que estudiaron al mismo tiempo en el seminario de Vic u otro, o también en centros distintos. Imposible saber la fecha de ordenación de José. Los testimonios de ordenación del Archivo Episcopal de Vic de aquella época, como otros documentos, se hallan casi reducidos a ceniza, y muy pocos de los que quedan son legibles. Además, de 1779 a 1798 no hay datos de Juan Gallifa.

Que la industria doméstica de los Gallifa-Arqués pudiera prescindir del primogénito (estudiante de trece años) puede significar un moderado desahogo. Más aún si Juan y José estudiaron contemporáneamente. También es posible que se necesitara menos mano de obra. La industria lanera estaba en declive por el progreso de intercambios, las nuevas técnicas de la época preindustrial y precapitalista y la discusión de la funcionalidad y la eficacia del gremio y, como se había introducido la fabricación de algodón e indianas, sería lógico que se necesitaran menos pelaires.

A pesar del hiato de dieciocho años entre la confirmación de Juan Gallifa (1779) y su ingreso en el convento de los teatinos o Clérigos Regulares (1798), con libros sacramentales, se ha reconstruido la familia y el ambiente de su infancia y adolescencia, complementado con otros datos de aquella sociedad. Son importantes los últimos días de su vida, que le definen para la posteridad por su desenlace entre la conspiración y el martirio. Al acervo documental de mayo y junio de 1809, hay que sumar lo referido a noviciado (1798), profesión (1799), aprobación de examen en cada ordenación, además de la presbiteral (1800), aprobación de la Filosofía y la Teología (1800), solicitud y concesión de licencias para confesar y predicar (1801, 1802 y 1805), actuación como escrutador y partícipe en protestas de la comunidad al obispo en pro del derecho a elegir prepósito, una cédula de Carlos IV lo encargaba al ordinario (1806-1807), solicitud, constancia de examen y la licencia para confesar a mujeres (1807), solicitud de dispensa de edad al prepósito general padre Gualengo para ser vocal y su concesión (1807), nombramiento de procurador de la casa (1807) y comisionado para pagar tributos a las autoridades napoleónicas (1808), examinador del 2.º curso de Teología (1808), defensa del doctor Bassons ante la comisión militar (1809) y notificación de la ejecución al prepósito general padre Nervi por el padre Godayol (1816).

No hay que olvidar la bibliografía referida al complot de la Ascensión (11 de mayo-3 de junio de 1809) en la que destaca la Relación del padre Raimundo Ferrer, rica en datos referidos al padre Gallifa. Este elenco documental es ya una narración biográfica, pero peca de brevedad. Es necesario puntualizar detalles. Que Juan Gallifa entró en el convento con estudios previos lo prueba el breve espacio de tiempo entre ingreso y ordenación. Las Constituciones de los Clérigos Regulares eran muy estrictas respecto a estudios. Ya había antecedentes. También el obispo Díaz de Valdés (1798-1807) era exigente con el clero en la diócesis de Barcelona, y Gallifa tuvo que examinarse ante su comunidad y después hacerlo en el Obispado para cada ordenación o solicitud de licencias. No hay datos sobre dónde pudo cursar los estudios previos. El seminario de Vic, al que el obispo Veyan (1783-1815) le imprimió un sello de seriedad, como otros centros de formación de órdenes religiosas de la comarca, tenía alumnos externos que estudiaban Humanidades junto a los aspirantes al sacerdocio; son dos posibilidades.

Las desamortizaciones y otros sucesos violentos engulleron eventuales documentos probatorios. Un detalle palpable es la progresión de madurez y compromiso de Juan Gallifa, que culminó serenamente en el cadalso. Coroleu, en sus Memorias, decía: “Barcelona no podía hacer más que conspirar y conspiraba. Los que habíamos quedado en la ciudad, fomentábamos la deserción de los soldados enemigos, entrábamos pólvora, balas y armas, nos alistábamos para cuando llegase el momento”. Efectivamente, en diciembre de 1808 y marzo de 1809, hubo dos intentos conspirativos que fracasaron. La conspiración de la Ascensión se preparaba a conciencia. Eran de seis a ocho mil los alistados. Mujeres y hombres anónimos estaban en la preparación y traslado de algodón, vendas, alimentos, armas, municiones, camufladas en carros, cestos, baldes, bajo vestimenta, etc. Había lugares estratégicos y eventuales hospitales de campaña, por toda la ciudad, para reunir a los conjurados, y había buques ingleses, frente a la Ciudadela, para atacar. Se esperaba una señal, a medianoche, que no fue dada. Dos oficiales italianos, Provana y Dottori, cobraron una ayuda con traición.

El padre Gallifa debía estar en el almacén de Rubí en la Riera Alta, cerca del Portal de San Antonio, con los allí reunidos. Fue acusado de ser “capitán y jefe de todos”, “consejero de la Revolución” y de ir “disfrazado de armas”. Pero el doctor Bassons, su abogado defensor, mitigado, denunció “el concepto apasionado de los acusadores y de los jueces”. A partir del viernes 12, hubo registros de conventos, iglesias, casas de los sospechosos de pertenecer a la Junta Suprema Central, que actuaba a favor del rey Fernando VII, o a la junta organizadora del complot. Gallifa no era de ninguna de las dos. Varios de los miembros de estas juntas habían huido de la ciudad, otros estaban escondidos o fueron detenidos. Tras el fracaso del complot, el padre Gallifa siguió con normalidad y no el día 15, según la historiografía al uso, sino el 16, según corrección de Ferrer, fue detenido. El padre Ferrer, en Suplemento al Primer Semestre de 1809, dice: “En la pág. 401 donde pone la prisión del P. Gallifa, en la mañana del día 15; póngase 16”. Esta corrección se ha pasado por alto. El Suplemento es de su obra Barcelona Cautiva.

Gallifa, el 16, después de celebrar misa de siete y media en San Cayetano, como cada día, fue citado por el impetuoso regente Juan Madinaveytia, con quien tuvo una discusión ácida y mordaz. Identificado Gallifa, le dijo: “Vm. no se llama Padre Gallifa sino Padre Asesino”. Le preguntó qué había estudiado; Gallifa dijo: “Filosofía, Teología y Moral”, y el regente volvió: “Ésta es la carrera de los asesinos”. Siguió con insultos al clero y Gallifa contestó: “Vm. es un irreligionario”. El regente pidió sumisión evangélica ante las autoridades legítimas y Gallifa replicó: “Es lo que falta probar, que sean legítimas”. Le dijo el regente que ya bajaría la voz al llevarle preso a la Ciudadela, y Gallifa, que tal vez no. Siguió: “¿Con que Vm. tendrá la fortaleza de un Sócrates?”. Dijo Gallifa: “A lo menos pienso tener la de un mártir”. Al salir de la Audiencia le detuvieron, le llevaron a la Ciudadela, donde ya estaban monseñor Joaquín Pou, capellán castrense, exrector de la Ciudadela y director del malogrado complot, Juan Massana y Salvador Aulet; ambos habían sido descubiertos en tratos con Provana que les había preparado una emboscada con el comisario Casanova. Allí también estaba el subteniente José Navarro; su misión había sido armar a los prisioneros de guerra del convento de la Merced para unirlos a la conjura. Había muchos más detenidos, de todos los estamentos, pero antes o después los liberaron. Los citados fueron condenados con Gallifa, a garrote vil ambos clérigos y los demás a la horca, el 3 de junio. Gallifa, dijo Ferrer, el más sereno y enérgico, inspiraba respeto y simpatía. En 1862, en el circo Barcelonés, se estrenó El padre Gallifa o un suspiro de la Patria, obra teatral de J. A. Alcántara y M. Llorens; era popular.

Federico Camp (1877-1951) quiso reconstituir el proceso, pues se les acusó de conspiración contra la autoridad española, contra José I, pero se aplicaron leyes francesas de la República y no se respetó el fuero eclesiástico. En 1815, exhumados los restos de los mártires, fueron trasladados a la catedral, en 1909 se inauguró la capilla sepulcral en su claustro y, en 1941, el grupo escultórico de J. Llimona en la plaza Garriga i Bachs. Juan Gallifa tiene calle en su pueblo natal, también en Barcelona como sus compañeros y Julián Portet, Ramón Mas y Pedro Lastortras, ejecutados por tocar arrebato en su muerte.

 

Bibl.: R. Ferrer, Relación de lo ocurrido en la gloriosa muerte que el día tres de junio [...] Los cinco héroes, Barcelona, Imprenta de Antonio Brusi, 1814, págs. 11-12, 15, 41, 47 y 55; Barcelona Cautiva, Barcelona, En la oficina de Antonio Brusi, 1815-1821 [Contiene: Apéndices al primer semestre de 1809, pág. 10]; J. Coroleu, Memorias de un menestral de Barcelona (1792-1864), Barcelona, Tipografía de La Vanguardia, 1901, pág. 9; F. Camp, “Les lleis napoleòniques comentades per l’autor”, en Revista Jurídica de Catalunya, 1926, págs. 41- 42; A. Closas, Una conspiració barcelonina el 1809, Dalmau, Barcelona, 1970, págs. 19-34; F. de Zamora, Diario de los viajes hechos en Cataluña, Barcelona curial, 1973, págs. 59-70; J. Cassà Vallès, Un caso de catalán intersticial, Joan Gallifa y Arqués (1775-1809), Barcelona, 2000 (inéd.), págs. 121-149, 195-204 y 337-365.

 

Jordi Cassà Vallès, CR

 

 

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