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Diocleciano

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Biografía

Diocleciano. Diocles. Caius Aurelius Valerius Diocletianus. ¿Salona? (Solin, Croacia), 22.XII.¿245? – Split (Croacia), 3.XII.313. Emperador de Roma (284-305).

Disponemos de muy pocos datos sobre su nacimiento; según Aurelio Víctor (Libro de los Césares, 39, 26) fue originario del Illyricum, mientras Eutropio (Breviario, 9, 19, 2) y otros autores lo llevan a Dalmatia. Es probable que naciera cerca de la ciudad de Salona el 22 de diciembre de un año en torno al 245. Según el Epítome sobre los Césares (39, 1) su madre fue una mujer llamada Dioclea. Eutropio (9, 19, 2) añade que la mayoría de sus contemporáneos pensaron que era hijo de un escriba y algunos que fue liberto del senador Anullinus (así también en Zonaras 12, 31). Su nombre de pila fue Diocles (Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 9, 11 y 19, 5-6). Estuvo casado con Prisca y fueron padres de Valeria, luego llamada Galeria Valeria Augusta.

Ingresó en el ejército antes del año 270 y desarrolló la primera parte de su milicia en la Galia, donde conoció la llegada del emperador Aureliano (270-275) al trono de Roma (Historia Augusta [HA], Caro, 15, 3). Flavio Vopisco, el biógrafo en la Historia Augusta del emperador Probo (276-282), dice que Diocles se formó militarmente al lado de este Emperador como otros muchos personajes de su tiempo, incluyendo al futuro emperador Constantino (HA, Probo, 22, 3); entre los años 270 y 284 sirvió en el ejército y debió de participar en la mayor parte de las grandes campañas de la época, lo que justificaría los elogios como militar que recibe en las fuentes y las repetidas referencias a su experiencia. En ese contexto se explica su presencia en Oriente al servicio de los emperadores Caro y Numeriano en 283-284, convertido ya en jefe de la guardia. Lo que sabemos de su vida depende principalmente de los relatos de Eutropio, Zonaras, Aurelio Víctor y Flavio Vopisco (Historia Augusta).

Por desgracia, no ha llegado hasta nosotros la biografía escrita por su secretario Claudius Eustenius (HA, Caro, 18, 4-5).

Tras la campaña en Oriente contra los Persas, durante la que el emperador Caro encontró la muerte al ser alcanzado por un rayo en el verano del año 283, su hijo y nuevo emperador Numeriano fue asesinado mientras regresaba a Roma en noviembre del año 284; las tropas, que apresaron como presunto responsable del magnicidio al suegro del emperador y prefecto del pretorio Marcus Flavius (?) Aper (Eutropio, 9, 18, 2; Aurelio Víctor, 38, 6-7), proclamaron el 20 de noviembre del 284 en Nicomedia (Izmit, Turquía [Pontus-Bithynia]) como nuevo emperador al jefe de la guardia (HA, Caro, 13, 1; Eutropio, 9, 19, 2).

Mientras ocupó el trono de Roma (284-305), Diocles tomó el nombre de Caius Aurelius Valerius Diocletianus (Lactancio, 9, 11 y 19, 5-6).

Los acontecimientos de finales del año 284 están narrados con bastante similitud en diversos textos. En ellos se alude a que Diocleciano mató personalmente a Aper como responsable del asesinato del joven emperador Numeriano (Eutropio, 9, 20, 1-2; HA, Caro, 13, 2-3 y 15, 5; Aurelio Víctor, 39, 13). Es probable que asumiera su primer consulado durante los últimos cuarenta días de ese año. Según el relato de nuestras fuentes, se enfrentó en el verano del año 285 a Carino, hijo de Caro y hermano de Numeriano, reconocido aún por el Senado como César en Occidente; la batalla tuvo lugar cerca del Margus (Morawa/Moravia; Serbia) (HA, Caro, 10, 1 y 18, 2; Eutropio, 9, 20, 2; Aurelio Víctor, 39, 11); tras el asesinato de Carino a manos de sus soldados, Diocleciano se convirtió en Emperador único de Roma y fue reconocido por el Senado, aunque hubo de retrasar su vuelta a la capital para atender diversas campañas contra pueblos de la zona danubiana, lo que le valdría su primer título honorífico como Germanicus Maximus.

Esta accidentada llegada al trono contrasta con la ordenada política de su etapa de gobierno, marcada en lo administrativo por la instauración del sistema tetrárquico, en lo militar por los numerosos conflictos exteriores e interiores —incluyendo las primeras revueltas de los bagaudas gálicos—, en lo religioso por la persecución del cristianismo y en lo económico por el Edicto de Precios máximos. Entre sus colaboradores conocemos a su consejero Celsinus (Historia Augusta [HA], Aureliano, 44, 5) y a los prefectos del pretorio Verconius Herennianus (HA, Probo, 44, 2) y Afranius Hannibalianus. En su tiempo, Aelius Spartianus escribió las biografías de la Historia Augusta referidas a Adriano, Aelio Vero y a algunos emperadores de la casa de los Severos.

Las fronteras de Roma se extendían desde Britannia al Medio Oriente y ya no eran tan seguras como dos siglos antes. De la intensa actividad militar del gobierno de Diocleciano hasta el año 305 puede dar idea el elevado número de títulos honoríficos que recibió el Emperador para conmemorar sus victorias: Britannicus maximus (285-288), Germanicus (285), Gothicus (287), Sarmaticus (289 o 290), Persicus (290), Medicus, Carpicus (301), Armeniacus y Adiabenicus.

A fin de asegurar una respuesta militar eficaz a las amenazas que sufría Roma, Diocleciano asoció como César el año 285 a Maximiano (Eutropio, 9, 20, 3), un “amigo leal, aunque poco civilizado, y buen soldado” (Aurelio Víctor, 39, 17-18). Eutropio (9, 20, 3) y Aurelio Víctor (39, 17) justifican la medida por la rebelión bagauda en la Galia, encabezada por Aelianus y Amandus. Era sólo el comienzo de los conflictos que conocería el gobierno de Diocleciano, pues a éste seguirían los intentos de usurpación de Carausius y Allectus en Britannia (286-293 y 293-297), el de Lucius Domitius Domitianus y Aurelius Achilleus en Egipto (297 y 297/298) y el de Eugenius en Siria c. 303.

El 1 de abril del año 286 Maximiano fue elevado a la categoría de Augusto con el nombre de Marcus Aurelius Valerius Maximianus y se le asignó el control de las provincias occidentales del Imperio Romano.

Con ello nacía la diarquía, basada en una teología política según la cual Diocleciano descendía de Júpiter (Diocletianus Iovius) y Maximiano de Hércules (Maximianus Herculeus).

Sólo unos años después, en la primavera del 293, la diarquía se convirtió en tetrarquía reforzando el trono con la asociación de dos Césares. Galerio (Caius Galerius Valerius Maximianus) se convirtió en Nicomedia en el César de Diocleciano y el futuro Constancio I (Constancio Cloro; Flavius Valerius Constantius) pasó a ser el César de Maximiano en una ceremonia en Milán (Eutropio, 9, 22, 1; Aurelio Víctor, 39, 24); la composición de la tetrarquía quedaría inmortalizada en las imágenes del arco de Salonica.

La tetrarquía se basaba en el reparto de funciones entre los dos Augustos, auxiliados por los respectivos Césares, justificada por las fuentes coetáneas como un refuerzo del poder de Roma y no como una división del Imperio (HA, Caro, 18, 4); de esa armonía de gobierno es expresión el famoso grupo de los tetrarcas de la fachada de San Marcos en Venecia, donde los cuatro gobernantes aparecen abrazados, y que podría considerarse la expresión gráfica del principio básico de la concordia tetrárquica. Esta estructura aseguraba al mismo tiempo la sucesión de los Augustos por parte de los respectivos Césares e impedía los peligrosos vacíos de poder por falta de herederos.

En la práctica, se produjo una asignación de provincias en las que ejercía el control militar cada uno de los cuatro gobernantes. En Occidente, asignado a Maximiano y a su César Constancio, el primero parece que tuvo bajo su mando Hispania, Italia y África, mientras Constancio Cloro se hacía cargo de Britannia y la Galia. La corte de Diocleciano estuvo primero en Nicomedia, y luego en Antioquía de Siria.

Convencido de las posibilidades de éxito de este sistema de reparto de poderes, Diocleciano instó a Maximiano a abdicar juntos el año 305 (Lactancio, 19, 1). Él mismo lo hizo en Nicomedia el 1 de mayo (Eutropio, 9, 27, Aurelio Víctor, 39, 48; Zonaras, 12, 32) y se retiró a su palacio de Split, en las cercanías de su Salona natal (Eutropio, 9, 28). Maximiano abdicó en Mediolanum (Milán) y se retiró a la Lucania. Diocleciano sólo reaparecerá en la vida pública el 11 de noviembre del 308 para reunirse en Carnuntum con Maximiano y Galerio a fin de enderezar el rumbo de la tetrarquía (Aurelio Víctor, 40, 8), amenazada por las aspiraciones personales de Majencio y el asesinato de Severo en Rávena.

Desde el punto de vista de la organización territorial, el gobierno de Domiciano está marcado por la reordenación del sistema de provincias, cuyos efectos conocemos gracias a la información del Laterculus Veronensis, de la Notitia Dignitatum o del Breviario de Rufus Festus, entre otros documentos que describen la estructura territorial romana y, en el caso de la Notitia, su sistema defensivo. Las provincias pasaron de ser 48 a convertirse en 104, agrupadas en unidades mayores llamadas diocesis, regidas cada una por un vicarius. Hispania se convertiría en la diocesis Hispaniarum, una de las 12 que tejían la red territorial del Imperio Romano, y sus tres provincias de época altoimperial (Baetica, Lusitania y Citerior o Tarraconensis), pasaron a ser seis con el apéndice de los territorios norteafricanos: Baetica, Lusitania, Carthaginiensis, Callaecia, Tarraconensis y Mauritania Tingitana. La división y formalización del nuevo sistema debió tener lugar hacia el año 297, aunque sería modificado casi un siglo después para convertir a las Islas Baleares en una séptima provincia. Cada uno de estos territorios estaba administrado por un gobernador —consular o ecuestre según los casos y las épocas— apoyado por el correspondiente aparato administrativo. El vicarius, con jurisdicción sobre los gobernadores, residía en Augusta Emerita (Mérida), convertida así en epicentro administrativo de la Península Ibérica.

Junto a la reordenación del sistema provincial, Diocleciano reorganizó todo el sistema defensivo de las fronteras de Roma e incrementó el número de legiones, que pasaron a ser un total de sesenta. Quizá ya bajo su gobierno se diferenciaron las tropas de frontera (limitanei) de las de reserva (comitatenses). La Notitia Dignitatum, redactada probablemente hacia el 395, muestra que la guarnición de Hispania estaba formada por una legión, la VII Gemina que continuaba en su campamento de León, y cinco cohortes distribuidas en otros tantos campamentos en la zona septentrional de la Península de los que conocemos los de Petavonium (Rosinos de Vidriales, Zamora), Lucus Augusti (Lugo), Veleia (Iruña, Álava) y Iuliobriga (Retortillo, Cantabria); todas ellas eran formalmente tropas de limitanei pero no estaban distribuidas en una frontera.

Es probable que fueran las ciudades las responsables de asumir los gastos de su propia defensa, manifestada por nuevos y eficaces amurallamientos como el de Barcino (Barcelona). Esta evidencia de la vitalidad de la vida urbana se pone de manifiesto también en la información arqueológica.

Una de las medidas más importantes del gobierno de Diocleciano fue el intento de frenar la inflación y la devaluación de la moneda mediante un Edicto de Precios máximos publicado en noviembre o diciembre del año 301 en nombre de los cuatro tetrarcas (Edictum de pretiis rerum venalium o Edictum maximum) y precedido por una reforma monetaria que se viene fechando en el 294 y que incluyó la apertura de la ceca de Nicomedia. La utilidad de este decreto, que afectaba a unos mil productos y a las tarifas de las principales profesiones y servicios, fue cuestionada por sus opositores (Lactancio, 7, 7), pues el Estado fue el primero que no respetó los precios fijados. El edicto estaba destinado principalmente a Oriente, donde conocemos copias como las de Delfos (Grecia) o Aphrodisias (Turquía), cuyo preámbulo explica la inmoderación que habían alcanzando los precios y muestra que el legislador pensaba básicamente —aunque no sólo— en la situación de penuria de los soldados. La copia de Pettoraro (Italia) podría evidenciar su empleo también en Occidente.

Los efectos del Edicto no fueron los deseados, debido a lo que Burckhardt denomina “un desconocimiento total de los verdaderos conceptos del valor y del precio” y que Seston atribuye a una dosis de ingenuidad en el manejo de la política económica. En la práctica produjo acaparamiento de mercancías y carestía, lo que condujo a una nueva elevación de precios que significó una drástica reducción del poder adquisitivo de los grupos sociales menos favorecidos de la sociedad romana.

La más completa descripción de la situación económica después del Edicto de Precios se encuentra en el texto de Lactancio (7, 2-11), obra escrita en Nicomedia entre los años 314 y 315. La manifiesta hostilidad de este apologista cristiano hacia Diocleciano obliga a tomar sus datos con mucha precaución. Según Lactancio, las crecientes necesidades económicas del Estado, cuya administración se había multiplicado por el aumento del número de monarcas y el desmesurado crecimientos de sus ejércitos, produjo un importante desarrollo de la estructura burocrática destinada a la recaudación fiscal y la drástica elevación de impuestos. Con el célebre argumento de que “era mayor el número de los que vivían de los impuestos que el de los contribuyentes”, Lactancio justificó incluso el abandono de los campos por parte de algunos colonos, que no podían atender la presión impositiva regular o la exigencia de donaciones extraordinarias; en su obra se habla también de confiscaciones que ninguna otra fuente corrobora. Parte de ese esfuerzo financiero extraordinario fue destinado a la restauración de los edificios públicos de algunas ciudades (Lactancio, 7, 8-10), para lo que se recurrió también a imponer servicios personales extraordinarios y a la requisa de medios de transporte.

El año 303, Diocleciano desencadenó una de las mayores persecuciones contra los cristianos (Lactancio, 11, 1-2); el relato de Eusebio de Cesarea, referido a los mártires de Tiro (Líbano), alude incluso a los combates con fieras. Las razones que llevaron a Diocleciano a impulsar esta persecución son discutibles, máxime si tenemos en cuenta que su esposa Prisca y su hija Valeria parecen ser cristianas o catecúmenas, y que algunos cristianos formaban parte de la Corte. Quizá empujado por Galerio, un firme defensor del paganismo, trató de atajar el riesgo que el cristianismo podía suponer para la autonomía y supervivencia del propio Imperio Romano. Las incipientes comunidades cristianas de Hispania anteriores al Concilio de Elbira (c. 305-310) tuvieron en estos años sus mártires, cuya relación conocemos por el Peristéphanon del calagurritano Prudencio (Aurelius Prudentius Clemens). En esa relación aparecen Acisclo y Zoilo en Corduba (Córdoba), Justo y Pastor en Complutum (Alcalá de Henares), Félix en Gerunda (Gerona), Emeterio y Celedonio en Calagurris (Calahorra) entre otros. Por aquellos años la religión romana no sólo tenía enfrente al cristianismo, sino que seguía coexistiendo con cultos de origen local y con tradiciones orientales. En tiempos de Diocleciano se celebraron en Hispalis (Sevilla) las Adonias, fiestas en honor de Astarté y Adonis que conocemos por las Actas martiriales de Justa y Rufina; el propio Prudencio (Peristéphanon, 1, 94-98) alude a sacrificios entre los vascones, que algunos autores consideran que eran humanos. La mayor parte de la población hispana de aquellos años parece continuar siendo pagana, lo que explicaría el reducido número de mártires conocidos.

La irrupción del cristianismo en la sociedad romana coincidió también con los primeros casos conocidos de objeción de conciencia por parte de cristianos que se negaban a empuñar las armas. Seston los consideró casos aislados de indisciplina y fruto de la propaganda antirromana de la Persia sasánida a través de los maniqueos, muy numerosos en África y contra los que se legisló seguramente el año 302. Pero casos como los de Fabius en Caesarea Maritima (Israel) en el 299 o el de Cassianus en Tingis (Tánger) el 298 indican que el problema era importante. Si hacemos caso a Lactancio (10, 1-5) y a Eusebio, el ejército fue depurado o, al menos, su oficialidad, para erradicar de él a los cristianos.

Respecto a Hispania, además de los datos ya citados, cabe indicar que durante el gobierno de Diocleciano continuó la reparación y acondicionamiento de calzadas, como muestran los miliarios de la Bética, el sudeste peninsular y varias zonas de Portugal.

Esta preocupación por el trazado viario coincide en el tiempo con la redacción del Itinerario de Antonino, que utiliza datos de época severiana. El hecho de que Diocleciano tuviera asignada la parte oriental del Imperio seguramente explica el reducido número de estatuas suyas que conocemos: junto a Maximiano fue homenajeado en Tarragona y a finales de la centuria fue objeto de una dedicación en Valeria (Cuenca).

 

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Juan Manuel Abascal

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