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Gil González Dávila

Biografía

González Dávila, Gil. Ávila, c. 1480 – 21.IV.1526. Descubridor y conquistador.

Las aventuras de descubrimiento y conquista de Gil González Dávila se concentran en las costas del Pacífico de Costa Rica y Nicaragua entre los años 1519 y 1523, después de que en 1519 Juan de Castañeda y Hernán Ponce de León habían descubierto el golfo Dulce, así como las costas y las islas del golfo y la península de Nicoya.

En su natal Ávila, González de Ávila o Dávila fue criado por el influyente obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, lo que le permitió una adecuada formación y, también, posición, que le facilitó la obtención, en 1511, del cargo de contador de La Española y su paso a América.

Los afanes expedicionarios de González Dávila en América están íntimamente ligados a los del gran piloto español: Andrés Niño, hombre adinerado y con experiencias americanas, que estaba interesado, al igual que muchos, en aventuras por el océano Pacífico, recién descubierto por Vasco Núñez de Balboa. Así, Andrés Niño pasó de Tierra Firme a España para solicitar la licencia necesaria para descubrir en las costas del Pacífico. Pero al llegar a las Cortes, tomó conciencia de que eran muchos los interesados y no había para tantos; por lo tanto, era necesario recurrir a la influencia y al favor de alguien bien relacionado en aquel ambiente. Este socio lo encontró en Gil González Dávila, que había regresado temporalmente de la isla La Española y, gracias de nuevo a la influencia del obispo Fonseca, obtuvieron el 18 de junio un contrato con el Rey, para ir a descubrir hasta mil leguas por las costas del Pacífico hacia el poniente. Gil González fue nombrado, como era de suponer por su influencia, capitán general de la armada; la inversión para aquella empresa quedó dividida entre Gil González Dávila (358.941 maravedís), Andrés Niño (1.058.078), Cristóbal de Haro (551.814) y la Corona (1.800.000). La expedición salió, en tres navíos y bien provista de hombres, animales y bastimentos, del puerto de Sanlúcar el 13 de septiembre de 1519; después de unos pocos días en La Española, llegaron al puerto de Acla en enero de 1520.

Para infortunio de la expedición, a pesar de haberse dispuesto la sustitución del terrible gobernador Pedrarias Dávila su relevo del cargo con Lope de Sosa, todavía no se había producido, lo que obligó a Gil González a tener que pedirle excusas por haber desembarcado en Acla sin permiso del gobernador, alegando que, en aquel momento, era el paso más estrecho entre los dos océanos. Pero aquello no fue suficiente para calmar el disgusto de Pedrarias, ni tampoco la visita que le hiciera Andrés Niño, con las cédulas reales, en las que le ordenaban entregar las naves que había construido Vasco Núñez de Balboa. Pero el genio de Pedrarias se hizo presente y, a pesar de las cédulas reales, se negó a entregar las naves, pues alegó que aquéllas no habían sido construidas por Vasco Núñez de Balboa, sino también por trescientos hombres que eran, en cierta forma, condueños, y que por eso no podía entregarlas. A pesar de su insistencia, Andrés Niño tuvo que regresar a Acla, donde se encontraba Gil González, con la mala nueva; a lo que se sumó que el 1 de mayo de 1520, a bordo del navío que lo llevaba al Darién, murió Lope de Sosa, con lo que Pedrarias se mantuvo en su cargo.

Gil González decidió ir personalmente a reclamar sus derechos ante el tiránico gobernador, pero, al igual que Andrés Niño, salió con las manos vacías. Esto lo llevó a tomar una decisión radical, valiente y, a juicio de alguno, alocada: construir sus propias naves en el Pacífico. Para eso había llevado carpinteros, aserradores y calafateros desde España. El lugar escogido fue el río Las Balsas que desemboca en el golfo de San Miguel a 14 leguas de Acla. Para llegar al lugar tuvo que abrir el camino, en una empresa épica que dejó “el trayecto sembrado de cadáveres de hombres y animales; el clima, el hambre, la aspereza terrible de la tierra fueron obstáculos que sólo pudo vencer la constancia admirable y la energía de bronce del capitán, que al propio tiempo tenía que luchar con la abierta hospitalidad de Pedrarias”, narra el historiador Ricardo Fernández Guardia.

Varios meses después, y tras enorme esfuerzo y sacrificio, cuatro barcos se hacían a la mar para dar inicio a la expedición; pero, al llegar a las islas de las Perlas, pagaron caro su impericia constructiva y se perdieron las cuatro naves. Gil González Dávila dio una prueba absoluta de su coraje, y en vez de limitarse a llorar sus desgracias, decidió por segunda vez construir las embarcaciones y el 21 de enero de 1522, se hizo a la vela con otros cuatro barcos; después de casi dos años de ardua lucha. Después de navegar cien leguas, cuando estaban a la altura de la costa de Chiriquí, se presentaron dos inconvenientes: los barcos habían sido atacados por la bruma, y el agua en las vasijas estaba inútil; decidieron, por lo tanto, navegar hacia la costa y desembarcar. Ahí, Gil González consideró necesario dividir la expedición en dos grupos: uno, al mando de Andrés Niño, se quedaría reparando las naves y las vasijas de agua; otro, con Gil González, continuaría por tierra, con parte de la gente, y una vez listos los navíos, Niño navegaría hacia el oeste por la costa, hasta encontrar un buen puerto, en donde los esperaría.

Gil González encontró a Andrés Niño, nuevamente, en bahía Caldera, Costa Rica. Pero antes, había hecho una extraordinaria expedición por la costa pacífica de Panamá y el sur de Costa Rica, a veces internándose diez o más leguas en el territorio. Andrés de Cereceda, de la expedición, hizo un relato detallado de la cantidad de poblados indígenas visitados, pacificados, bautizados y la cantidad de oro recogida, que sería muy extenso transcribir aquí, pero que es interesante porque pone en evidencia el éxito de la expedición.

Además, Gil González tuvo que culminar esta parte de la travesía transportado en una hamaca, ya que el paso de los ríos, la humedad y el calor, le provocaron “un reuma muy agudo que le imposibilitó para seguir andando [...]”. Su mal estado de salud y los fuertes dolores que lo aquejaban lo llevaron a refugiarse en la casa de un cacique principal “que vivía en una isla formada por dos brazos del Río Grande de Terraba, que era alta y espaciosa y edificada sobre postes” para evitar las inundaciones del río. Sin embargo, los torrenciales aguaceros que se produjeron, no sólo se llevaron la casa del cacique y del poblado, sino que Gil González tuvo que soportar dos días de intensa lluvia permanente, a la intemperie, en una especie de hamaca entre dos árboles, para protegerse de la inundación general, al igual que su gente, los indios cargadores y los de la zona. Dada la condición, decidieron construir balsas para salir al mar y retomar, luego, el camino por la costa, lo que les permitió llegar a Caldera a encontrarse con Andrés Niño.

A partir de este punto, la expedición se dividió en tres partes: una con Andrés Niño y dos naves continuó por mar; otra con el propio Gil González por tierra, a pesar de su mal estado de salud, y una tercera quedó anclada con dos barcos en Caldera y al cuidado de los 40.000 castellanos en oro que habían obtenido hasta aquel momento. Gil González recorrió parte de la costa del Pacífico central de Costa Rica, hasta que llegó a Nicoya, en donde el cacique le obsequió con 14.000 castellanos de oro, se bautizó él, su familia y más de seis mil súbditos. Después de diez días de estancia en Nicoya, partió de nuevo y llegó al golfo de Papagayo, donde tuvo noticias del poderoso y aguerrido cacique Nicaragua, que vivía en lo que hoy se conoce como el istmo de Britto, entre el lago del mismo nombre y el océano Pacífico. Rechazando el consejo de indios y españoles, Gil decidió continuar adelante y, aparentemente, no se equivocó, puesto que Nicaragua lo recibió en paz, le entregó 15.000 castellanos de oro se bautizaron más de nueve mil indios y en nombre de España tomó posesión del lago, al que llamó la Mar Dulce.

Continuó Gil González su recorrido sometiendo pacíficamente a muchos pueblos, cuando recibió la visita del poderoso cacique Diriangén, con una presentación extraordinaria. Acompañado de quinientos indios y una rica carga de oro y comestibles, pidió a Gil González muchos detalles sobre su presencia, a lo que recibió las respuestas correspondientes acerca de Dios y el rey de Castilla. Terminaba la explicación, se les solicitó bautizarse, a lo que Diriangén respondió que volvería en tres días. En realidad, el poderoso cacique lo que pretendía era conocer, a ciencia cierta, cuál era el poderío en hombres y armas de aquellos extranjeros, y al ver que eran tan pocos, decidió atacarlos el

17 de abril de 1523. Ese día cayó por sorpresa sobre la expedición de Gil González, que logró salvar su vida y la de la mayoría de sus hombres, por el aviso de alarma que, en el último momento, dio un indio del pueblo. Se trenzó una intensa batalla y, al final, Gil González y sus huestes lograron salvar su vida, pero se vieron obligados a retirarse, ya que con sólo sesenta hombres que quedaban, consideraron muy peligroso continuar hacia adelante. Sin embargo, aquella retirada no fue pacífica, pues Nicaragua quiso aprovechar la situación y recuperar el oro que había dado y algo más. Por eso, al pasar Gil González por el poblado, hacia las once de la mañana, tuvo que hacer frente a un ataque del cacique

por el resto del día, enviando por delante a Andrés de Cereceda con el oro obtenido. Al final Nicaragua se rindió y se disculpó e, incluso, atribuyó aquel ataque a otro cacique. Gil González, convencido de la necesidad de regresar, marchó a jornadas forzadas y casi sin descanso, hasta llegar a Caldera, en donde ya estaba Andrés Niño de regreso, después de descubrir la bahía de Fonseca y el golfo de Tehuantepec en México.

De ahí, regresaron a Panamá, adonde llegaron el 25 de junio de 1523, y fundieron el oro obtenido por un valor de 112.524 castellanos, de baja ley; a lo que se sumaban más de treinta mil bautizados. El éxito de Gil González Dávila despertó la ambición de Pedrarias Dávila que intentó despojarlo de sus riquezas; pero Gil González, avisado a tiempo, compró una embarcación y huyó hacia La Española.

En la isla armó una expedición para volver a Nicaragua, y se dirigió a Honduras y Guatemala, donde fundó, en la costa del golfo Dulce, la ciudad de San Gil de Buena Vista en 1524. En esta expedición, Gil González enfrentó dos enemigos poderosos: Pedrarias Dávila, que se había apoderado de Nicaragua, y Hernán Cortés, cuyo lugarteniente, Cristóbal de Olid, lo hizo prisionero injustamente en Honduras y, después de varios hechos, Cortés lo envió prisionero a España para que lo juzgaran de delitos que no había cometido. Sobre la figura de Gil González Dávila escribió el historiador Ricardo Fernández Guardia: “Merece lugar prominente en la galería de los grandes aventureros españoles. La construcción de sus navíos, su marcha de 224 leguas con un puñado de hombres por entre numerosas tribus guerreras, su lucha contra los obstáculos de la naturaleza, más parecen fábulas que obras humanas [...] Gran cazador de oro, pero humano, supo llegar a sus fines sin cometer exacciones ni crueldades”. Murió en Ávila, poco después de su llegada a la Península, el 21 de abril de 1526.

 

Bibl.: R. Fernández Guardia, El Descubrimiento y la Conquista, San José, Costa Rica, Librería Lehmann y Cía., 1941, págs. 40-53; R. Obregón Loría, De Nuestra Historia Patria (Los Gobernadores de la Colonia), San José, Universidad de Costa Rica, Ciudad Universitaria Rodrigo Facio, 1979, págs. 32-33; J. F. Sáenz Carbonell, “La villa de Bruselas”, en Costa Rica en Internet, 2000 [en línea], disponible en http://www.tiquicia.com/columnas/historia/006q21100.asp.

 

Óscar Aguilar Bulgarelli