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Óscar Pérez Solís

Biografía

Pérez Solís, Óscar. Juan Salvador. Bello (Asturias), 1882 – Valladolid, 1951. Político comunista.

De familia de clase media, recibió de su padre influencias republicanas y anticlericales, y de su madre, de origen hidalgo, la impronta católica y un cierto espíritu aristocrático. Por imposición paterna hubo de emprender la carrera de las armas e ingresó en la Academia de Artillería de Segovia. Ya de oficial, destinado en Las Palmas, entró de lleno en contacto con las ideas republicanas y anarquistas por la amistad de un soldado, Juan Salvador, nombre que utilizó como pseudónimo. Fueron, sin embargo, las doctrinas socialistas las que, tras una ardua aproximación en la que se impuso Jaurès sobre Marx, acabaron atrayéndolo.

En Valladolid, donde a la sazón residía su familia, ingresó en la Agrupación Socialista, cuando contaba veintisiete años. Tres años más tarde, en 1912, abandonó el Ejército.

Pérez Solís desarrolló en el socialismo vallisoletano una política que denominó “anticaciquil”, basada en el ataque sistemático a la influencia de Santiago Alba y su grupo liberal, en la política provincial y nacional.

Al tiempo, procuró alcanzar notoriedad en el socialismo esgrimiendo una posición regeneracionista, dada la impronta que dejó en él la lectura de Macías Picavea.

Frente a la conjunción con los republicanos que mantenía el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde 1909, de la cual fue un crítico acerbo, Pérez Solís se mostró partidario de integrar una especie de bloque regeneracionista en torno al prohombre del nacionalismo catalán Francisco Cambó, con el que simpatizó.

De esta forma perseguía, bajo el liderazgo de la Corona, arrumbar la alternancia entre los partidos constitucionales conservador y liberal, prescindiendo de un cambio de régimen a favor de la república. Estas posiciones, junto con sus críticas a la huelga de agosto de 1917, entre otras iniciativas controvertidas que se le atribuyeron, infundieron una profunda desconfianza hacia su persona en el círculo de amistades de Pablo Iglesias y las direcciones del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores (UGT). A finales de 1919, su ofensiva personal contra Alba le valió una condena de destierro de más de tres años de la capital castellana y vio así frustradas sus esperanzas de salir diputado por Valladolid.

Hubo entonces de mudarse a Bilbao, mientras la dirección nacional del socialismo contemplaba con una indiferencia glacial sus dificultades.

En Vizcaya tuvo, en principio, la confianza de Prieto, quien le colocó al frente del periódico La Lucha de Clases, para dar la batalla contra el grupo radical de Facundo Perezagua. Las de Prieto y Pérez Solís fueron las voces más elocuentes en defensa de la Segunda Internacional y en contra del bolchevismo, escuchadas en los dos primeros congresos extraordinarios del PSOE, dedicados a fijar su actitud hacia la Internacional Comunista, en diciembre de 1919 y junio de 1920, respectivamente.

Pero esta sintonía sobre la orientación internacional y la política interior del socialismo español se rompió en Vizcaya. Allí, Pérez Solís se fue deslizando rápidamente hacia una postura de familiaridad y simpatía con las posturas violentas de los jóvenes socialistas y de los sectores obreros más radicales de la agrupación socialista. Al tiempo, y en razón de sus propios intereses electorales frente a los de Prieto, que contaba con la simpatía de la Liga Monárquica, Pérez Solís se aproximó a los nacionalistas, a través del periódico independiente Las Noticias, que financiaban estos últimos. Para sorpresa de propios y extraños, el antiguo capitán de artillería se inclinó por la Internacional Comunista en vísperas del tercer y decisivo Congreso extraordinario que los socialistas celebraron para asumir o rechazar sus Veintiún Condiciones, en abril de 1921. Es más, Pérez Solís se empleó a fondo en aquella ocasión para persuadir —con la inestimable ayuda de García Quejido— a dos veteranos socialistas de gran prestigio, Facundo Perezagua e Isidoro Acevedo, a que abandonaran el PSOE, una vez rechazadas por el Congreso las Condiciones de Moscú y pasaran a encabezar la escisión comunista del Partido Comunista Obrero Español (PCOE). Desde ese momento, el antiguo capitán de artillería se convirtió en el dirigente de más influencia en el nuevo Partido Comunista de España (PCE), donde promovió una política aventurera que veía en la implantación de la dictadura militar el mejor preámbulo al triunfo de la “revolución proletaria”.

De vuelta a Vizcaya, donde permaneció hasta enero de 1924, su labor al frente del neonato partido comunista se vio marcada por la creciente violencia que ensangrentó a menudo la relación con los socialistas y que convirtió en sonoros fracasos las huelgas generales mineras de 1921 y 1923. Esta última, mezclada con un intento de insurrección en Bilbao y un plante de soldados en Málaga, que iban a ser embarcados con destino a Marruecos, coadyuvó con eficacia a la crisis del gobierno de la Concentración liberal de García Prieto y al golpe militar, el 13 de septiembre, del general Primo de Rivera.

En junio de 1924, Pérez Solís viajó a Moscú para asistir al V Congreso de la Internacional Comunista, de cuyo Comité ejecutivo pasó a formar parte. En Moscú conoció a Ramón Casanellas, uno de los anarquistas que asesinaron al presidente del Gobierno, el conservador Eduardo Dato, el 8 de marzo de 1921, y a quien había ayudado a pasar de España a Francia.

Allí fraguó, con Joaquín Maurín y otros delegados españoles, la eliminación de la dirección del PCE de la mayoría integrada por tímidos terceristas, a la que acusaban de pasividad ante la dictadura de Primo de Rivera y de no movilizarse contra la guerra de Marruecos y la presencia española en el norte de África.

Esta iniciativa fraguó en una conferencia nacional, reunida en Madrid en noviembre de 1924, presidida por el delegado de Moscú, Jacques Doriot. Pérez Solís pasó a residir en Barcelona, donde se trasladó la dirección del PCE, dominada por él y Maurín. Pero la dictadura, que inicialmente buscó una avenencia con los comunistas si éstos renunciaban a la agitación, replicó a la tentativa comunista de avivar aquélla, con un conjunto de detenciones que dio en la cárcel con la mayoría de los dirigentes del PCE, incluido Pérez Solís, que resultó de los últimos en ir a prisión, en febrero de 1925.

Desde prisión favoreció el dominio del partido por la nueva dirección encabezada por José Bullejos, mientras el PCE padecía continuas purgas de sus magras filas como resultado de la política de “bolchevización” dictada por Moscú. Al mismo tiempo, Pérez Solís mantuvo una correspondencia reservada con el padre dominico José Gafo, impulsor del sindicalismo libre. Cuando fue puesto en libertad, en agosto de 1927, se retiró a Valladolid, donde abandonó toda actividad política comunista. Al año siguiente, hizo pública su conversión al catolicismo y aceptó un puesto de la dictadura en el nuevo monopolio de petróleos Campsa. Durante la Segunda República se afilió a la Falange y apoyó el levantamiento militar de 1936, participando en la defensa de Oviedo.

 

Obras de ~: El partido socialista y la acción de las izquierdas, Valladolid, Viuda de Montero, 1918; “Prólogo”, en L. de Andrés y Morera, La Antorcha rusa, Madrid, Huelves y Cía., 1929; Memorias de mi amigo Óscar Perea, Madrid, Renacimiento [1929]; Sitio y defensa de Oviedo, Valladolid, Tipografía de Afrodisio Aguado, 1937.

 

Bibl.: G. H. Meaker, La izquierda revolucionaria en España 1914/1923, Barcelona, Ariel, 1978; P. Pagès, Historia del Partido Comunista de España, Barcelona, Ricou, 1978; L. Arranz Notario, “La ruptura del PSOE en la crisis de la Restauración: el peso del Octubre ruso”, en Estudios de Historia Social, (enero-junio de 1985), págs. 7-97.

 

Luis Arranz Notario

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