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Gastón de Peralta

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Biografía

Peralta, Gastón de. Marqués de Falces (III), marqués de Peralta, conde de Santisteban de Lerín (V). Pau (Francia), 1510 – Valladolid, 1587. Tercer virrey de Nueva España (1566-1567).

Descendiente de Alonso Carrillo de Peralta, segundo condestable de Navarra, de sangre real, e hijo de Antonio de Peralta y Velasco y de Ana du Bosquet, una dama francesa. Entró muy joven a servir al Emperador, que le nombró mayordomo mayor de la Casa Real de Navarra, y años más tarde Felipe II le designó corregidor de Toledo, por entonces sede de la Corte. Después de enviudar de Ana de Velasco, hija bastarda del duque de Frías y pariente del virrey Velasco el Viejo, con la que se había casado en 1534 y tenido descendencia, contrajo segundas nupcias en 1559, en Zaragoza, con Leonor de Mur, dama viuda de origen aragonés-catalán, y fue el primer virrey que llevó a su esposa consigo hasta México durante todo su mandato, habiéndose publicado la lista de pertenencias lujosas que ambos trasladaron a México. En cuestiones de protocolo, frente al tratamiento menor de señoría dado a los anteriores virreyes Mendoza y Velasco, fue el primer gobernante de México al que se dio el trato de excelencia, continuado después para todos los demás.

Aunque se le envió a la Nueva España con el objetivo principal de afrontar la denominada Conspiración de Martín Cortés, en las Reales Instrucciones que recibió el 10 de marzo de 1566 no se incluía ninguna alusión a este tema, lo cual refuerza la idea de que éstas ya constituían un documento-modelo, sobre el cual se iban añadiendo algunos aspectos concretos de cada período. Divididas en cincuenta y siete apartados, muchos de ellos reiteraban abreviadamente los mismos temas encargados a su predecesor en el cargo (Luis de Velasco, el Viejo), pero se introducían otros nuevos, como la atención a la economía (impulso del azúcar y del colorante de la grana, de tierras de regadío, ganadería, búsqueda de nuevas minas) y, en concreto, al aumento de la Real Hacienda a través de las visitas de inspección de los oidores, las revisiones de tributos indígenas, cobro de diezmos sobre la seda, control de gastos y pagos sin justificar, etc. También se observaba en ese texto la preocupación real por la educación, protección y cuidado hospitalario de mestizos e indígenas y especialmente en cuanto a las niñas, aún más desamparadas.

Para evitar el nepotismo, y como resultado de las informaciones recibidas, se le ordenó vigilar las conexiones de funcionarios con los ricos criollos, a través de matrimonios y negocios conjuntos que se denominaban “granjerías”. En este mismo aspecto, no dio a sus parientes y criados ningún cargo, oficio o ganancia, para evitar el mal ejemplo y desprestigio de la institución virreinal. Eran temas muy repetidos, pero casi siempre incumplidos.

Otro aspecto preocupante fue la vigilancia del orden público, a través de prohibiciones, como la entrada de moriscos (con matices religiosos), vigilar la presencia de casados sin esposas en las Indias, por los problemas sociales que esto suponía, cuidar los pueblos de indios antiguos y recién juntados, prohibiendo que los españoles vivieran en ellos, y ordenar que volvieran a España los frailes apóstatas, por el mal ejemplo que podían dar, sobre todo a los nuevos cristianos.

Llegó a San Juan de Ulúa (Veracruz) el 17 de septiembre de 1566 y entró en la Ciudad de México el 19 de octubre de ese mismo año, después de que la Real Audiencia allí establecida se hubiese encargado del gobierno del virreinato durante más de dos años, desde la muerte de Luis de Velasco, el Viejo, acaecida el 31 de julio de 1564.

El mismo día que tomó posesión, Falces ordenó disolver las tropas, retirar la artillería y que cesara el estado de guerra montado por los oidores para combatir los efectos de la revuelta criolla, lo cual empezó a granjearle la oposición de los citados jueces, que llegaron a acusarle de negligente, e incluso de partidario de los conspiradores, a los cuales quería unir sus fuerzas, reforzando las defensas del palacio virreinal y las fortificaciones de San Juan de Ulúa para alzarse contra el Rey. También mandó que se comenzara la revisión de las causas pendientes contra los conjurados y cuando el fiscal pidió la confiscación del estado y hacienda del II marqués del Valle, el virrey se negó, mientras Martín Cortés recusaba a los miembros de la Audiencia, como enemigos suyos. El siguiente paso de la máxima autoridad fue proponer a los oidores que se ordenara el traslado del reo principal a la Corte, para ser juzgado allí, lo cual aumentó las críticas de éstos ante el Rey, denunciando la debilidad del marqués de Falces.

El siguiente enfrentamiento entre el poder gubernativo y el judicial se debió al modo en que Martín debía ser trasladado hasta el puerto de Veracruz, ya que, en contra de la opinión y dudas de los miembros del Tribunal, el gobernante decidió que el reo fuera sin escolta, pero después de haber prestado pleito homenaje, como juramento de caballero fiel al Rey, de que se presentaría ante el general de la flota en Veracruz y ante el Consejo de Indias en España, sin necesidad de ir escoltado y vigilado durante el camino real entre la ciudad de México y la costa del Caribe, ni después en la metrópoli. Como reconocimiento, el marqués del Valle, antes de embarcarse, escribió al virrey confiándole la protección de sus dos hijos, niño y niña, todavía muy pequeños, a lo cual éste contestó que los cuidaría y criaría lo mejor que pudiera.

Otra medida polémica tomada por este gobernante fue conmutar la pena de muerte contra Luis Cortés, hijo natural de Hernán Cortés, sentenciada por la Audiencia mexicana, por la de destierro a Orán para servir al Rey durante diez años, y confiscación de todos sus bienes. También el licenciado Espinosa, Pedro de Aguilar y Pedro y Baltasar de Quesada, figuras importantes en la conspiración, obtuvieron del virrey permiso para pasar a España. El primero lo hizo enseguida, mientras que los hermanos Quesada, al retrasarse, dieron lugar a que de nuevo se revisaran sus juicios y fueran decapitados por orden del visitador Muñoz, después de que Falces abandonara el cargo.

Toda esta actividad iba llegando al Consejo de Indias y a Felipe II, parece ser que sólo con la versión de la Audiencia al encargar los oidores al conocido factor de la Real Hacienda Ortuño de Ibarra, que pasó por entonces a la Corte llevando cartas de Gastón, que interceptase la correspondencia virreinal, dando lugar a que el Monarca se preocupara de que su autoridad real no se aplicaba con decisión por parte de su alter ego nombrado por él, y fuera pensando en destituirle, nombrando varios jueces: el licenciado Jaraba, del Consejo Real; el licenciado Alonso Muñoz, del Consejo de Indias; y el doctor Luis Carrillo, alcalde de casa y corte. Ellos debían tomar decisiones más drásticas y modélicas respecto a los conspiradores y los criollos que les apoyaban pero el primero murió durante la travesía. Los otros dos llegaron a México en octubre de 1567.

Pese a su corto gobierno, este virrey también se preocupó del largo problema de los ataques chichimecas en el norte de la Nueva España entre enero y mayo de 1567, como se refleja en la correspondencia entre la máxima autoridad y la Audiencia de la Nueva Galicia, establecida en Guadalajara, que incluye el nombramiento de Alonso de Castilla como lugarteniente de capitán general en la denominada Gran Chichimeca.

No dejó Falces memoria de su gobierno para el siguiente gobernante, pero sí envió a Felipe II el 23 de marzo de 1567 un memorial sobre las condiciones de la Nueva España durante su corto período de mandato.

En esta información daba explicaciones sobre el proceso contra el marqués del Valle y sus hermanos, justificando sus decisiones al respecto en mantener la seguridad de aquellas tierras. También basaba en la prudencia y la sensatez sus opiniones respecto a las demandas planteadas por el Cabildo de la Ciudad de México, que reivindicaba el reparto de aquellas tierras entre los criollos descendientes de conquistadores y primeros pobladores, considerando que se debían atender las peticiones de mestizos y criollos, cada año más numerosos, para evitar males mayores. Destacaba su apoyo a la propuesta de convocar Cortes en tierras mexicanas, con el fin de que se tratasen en ellas esos temas importantes, pero dentro de la convicción de que se iniciaran jurando fidelidad al Rey, para evitar futuros problemas, como el que este gobernante había tenido que afrontar.

Por tanto, Gastón de Peralta gobernó durante menos de un año. Al ser destituido por los jueces y sometido, a su vez, a juicio, presentó informes de sus actividades y decisiones, pero ambos visitadores decidieron remitirlos al Consejo de Indias, ante quien iría también el propio marqués de Falces para responder a esos cargos. Está claro que su actitud conciliadora le valió muchas críticas, pero también tuvo defensores entre los descendientes de conquistadores, nueve de los cuales escribieron a Felipe II a fines de 1567 elogiando su gobierno y actitud y criticando los falsos informes en contra suya, enviados por los miembros de la Audiencia mexicana.

Fue cesado el 11 de noviembre de 1567 y decidió abandonar inmediatamente la capital, retirándose a Veracruz para esperar la llegada de la flota, regresando a España en mayo del año siguiente. Mientras tanto, de nuevo se había encargado el gobierno interino a la Audiencia de México y Muñoz juzgó con dureza durante ocho meses, cambiando las anteriores sentencias.

Su actitud excesiva fue puesta después en tela de juicio por el Monarca, que le ordenó pasar a la Corte, para informar, llevando esa orden real a México dos jueces recién nombrados, los antiguos oidores de la Audiencia de México, doctores Vasco de Puga y Villanueva, destituidos en 1564 por el visitador general Gerónimo de Valderrama, lo cual reforzaría, sin duda, el papel gubernativo del máximo tribunal mexicano hasta la llegada de un nuevo virrey. Resulta curioso que, al transmitir estos últimos su sustitución a Muñoz y Carrillo en la Ciudad de México, ambos salieron rápidamente hacia Veracruz y consiguieron alcanzar la flota en la que también iba el virrey saliente, como ya se ha indicado.

Falces y Muñoz debieron presentarse enseguida ante Felipe II, que recibió benignamente al exgobernante, oyendo sus explicaciones y disculpas, mientras que a Muñoz le reprendió por su actitud dura y destructiva.

Según recogen varios autores, al día siguiente el juez apareció muerto en su aposento, sentado en un sillón y en actitud pensativa, apoyando la cabeza en la mano derecha.

Gastón de Peralta y su esposa se retiraron durante un tiempo a sus tierras navarras, como se indica en un documento en el que la marquesa está citada como testigo en la causa contra Martín Cortés seguida ante el Consejo de Indias, fechada entre 1566 y 1575. En esta última fecha murió Leonor en Marcilla. Todavía el marqués, ya mayor, se casó, una tercera vez, con Isabel Díez de Aux y Armendáriz, dama navarra, hija mayor del señor de Cadereyta y de Juana de Sámano, todos ellos parientes del futuro virrey de Nueva España, marqués de Cadereyta, Lope de Aux y Armendáriz (1635-1640).

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Indiferente General, 415, l. II, fols. 123-127, Reales Instrucciones a Falces, El Escorial, 10 de marzo de 1566; Indiferente General, 1624, Memorial del marqués de Falces sobre las condiciones de México, México, 23 de marzo de 1567; Patronato Real, 211, Ramo 4, Testimonio de una información hecha en el reino de Navarra donde residía la marquesa de Falces, mujer del virrey de Nueva España, como testigo en la causa que se seguía en el Consejo de Indias contra Don Martín Cortés sobre la rebelión, 1566-1575.

M. Orozco y Berra, Noticia histórica de la Conjuración del Marqués del Valle, año de 1565-1568, México, Academia Mexicana de la Historia, 1853, doc. 11, págs. 411-440; M. Rivera Cambas, Los gobernantes de México. Galería de biografías y retratos de Vireyes [sic], Emperadores, Emperadores, Presidentes y otros gobernantes que ha tenido México desde Don Hernando Cortés hasta el C. Benito Juárez, t. I, México, Imprenta de J. M. Aguilar Ortíz, 1872, págs. 241-251; Ch. W. Hackett (ed.), Historical Documents relating to New Mexico, Nueva Vizcaya and Approaches Thereto, to 1773, t. I, Washington, D.C., Carnegie Institution of Washington, 1923-1927, págs. 175- 185; F. del Paso y Troncoso, Epistolario de la Nueva España, t. X, México, Antigua Librería de José Porrúa e Hijos, 1939- 1942, págs. 215-217; V. Riva Palacio, Resumen integral de México a través de los siglos, t. 2. El Virreinato (1521-1808), México, Compañía General de Ediciones, 1968, págs. 214- 218; J. López de Toro, “El ajuar de una virreina”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, CLXII (1968), págs. 1-24; Ph. W. Powell y M. L. Powell (eds.), Ward and Peace on the North Mexican Frontier: A Documentary Report, t. I. Crescendo of the Chichimeca War (1551-1585), t. I, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1971, págs. 145-162; L. Hanke (ed.), Guía de las fuentes en el Archivo General de Indias para el estudio de la administración virreinal española en México y en el Perú, 1535-1700. El gobierno virreinal en América durante la Casa de Austria, t. I, Köln-Wien, Böhlau Verlag, 1977, págs. 68-69; Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. México, t. I, Madrid, Editorial Atlas/Biblioteca de Autores Españoles, 1977, págs. 163-185; E. de la Torre Villar y R. Navarro de Anda, Instrucciones y Memorias de los Virreyes Novohispanos, vol. I, México, Editorial Porrúa, 1991, págs. LXIV y 149-155; R. Tateiwa, “La rebelión del Marqués del Valle: un examen del gobierno virreinal en Nueva España en 1566”, en Cuadernos de Investigación del Mundo Latino (Nagoya, Japón), n.º 16 (marzo de 1997), págs. 1-45; I. Arenas Frutos y P. Pérez Zarandieta, “El primer criollismo en la Conspiración de Martín Cortés”, en J. Román Gutiérrez, E. Martínez Ruiz y J. González Rodríguez (coords.), Felipe II y el oficio de Rey: La fragua de un Imperio, Madrid, INAH de México- Universidad de Zacatecas, México-Universidad de Guadalajara, México y Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001, págs. 305-321; I. Rodríguez Moya, La mirada del virrey. Iconografía del poder en la Nueva España, Castellón, Universitat Jaume I, 2003.

 

María Justina Sarabia Viejo

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