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Pedro Pacheco y Guevara

Biografía

Pacheco y Guevara, Pedro. El Cardenal Giennense. La Puebla de Montalbán (Toledo), 29.VI.1488 – Roma (Italia), 5.III.1560. Obispo de Mondoñedo, Ciudad Rodrigo, Pamplona, Sigüenza y Jaén, arzobispo y cardenal, prelado imperial en el Concilio de Trento, virrey de Nápoles, inquisidor, canonista y teólogo.

Nieto del mítico Juan Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, por el que llevaba su apellido, fue Pedro Pacheco un digno sucesor de aquél en cuanto al protagonismo —si bien con diferente cariz— del que disfrutó durante toda su vida.

Pedro Pacheco y Villena procedía de uno de los linajes más importantes del reino de Castilla. Era hijo del señor de Montalbán, Alonso Téllez Girón, y de Marina de Guevara, matrimonio del que nacieron diez hijos. Téllez Girón dictó testamento en 1527 y diseñó el mejor futuro posible para su abultada prole, bien por la vía matrimonial emparentando con linajes como los Chacón-Alvarnáez, o a través de los resortes eclesiásticos. Las hermanas de Pedro Pacheco se habían casado de forma conveniente, pero endeudaron al padre por las cantidades astronómicas para las dotes y arras. Quizás la hermana más conocida del futuro cardenal fue Catalina, progenitora del famoso I conde de Puñoenrostro. Aparte de las casadas, otras dos hermanas de Pedro profesaron como monjas, con la consabida espléndida dotación, en el Monasterio de Santa Isabel de Toledo. Pero si las hermanas trajeron cuantiosas deudas, los cuatro hijos varones del matrimonio Téllez Girón-Guevara siguieron desigual suerte. El hermano mayor del futuro prelado imperial y continuador del linaje, Juan Pacheco, falleció prematuramente, de forma que fue su sobrino Alonso el continuador de una línea que, andando el tiempo, enlazaría con los duques de Uceda. Otro hermano fue caballero de la encomienda de Villafranca de la Orden de Calatrava y falleció sin descendencia. El tercero, Diego, tampoco dejó rastro familiar. Finalmente fue el propio Pedro el más sobresaliente de todos los hermanos al seguir una brillantísima carrera eclesiástica.

Pacheco realizó sus estudios en Salamanca distinguiéndose, ya en 1518, con una capellanía regia, y ejerciendo como visitador de las reales chancillerías de Valladolid y Granada. Visitador de la Universidad de Salamanca, fue sucesivamente obispo de Mondoñedo, Ciudad Rodrigo, Pamplona y, desde 1545, Jaén, dignidad por la que ha pasado a la historia. En calidad de cardenalis giennensis actuó en Trento, eje de su vida y carrera eclesiástica.

Su primer contacto con Roma se produjo a través de su cargo como camarero secreto de Adriano VI, antes cardenal de Utrecht. A partir de ese momento, comenzó un ascenso imparable como representante de los intereses del emperador Carlos V, gobernando sus diócesis a través de provisores durante sus ausencias romanas. Cardenal presbítero sin título —desde 1547 con cierta resistencia del Papa— que él cambió por el de la iglesia romana de Santa Balbina con el cardenal de Augsburgo. No hubo cargo ni dignidad que Pacheco no ejerciera, logrando una destacada actuación, a la cabeza del llamado partido imperial, en Trento, donde protagonizó una ingente actividad política, diplomática y, naturalmente, dogmática, doctrinal y disciplinar. Allí no estuvieron ausentes las pasiones políticas ni los enfrentamientos entre los bandos, siendo los principales “partidos”, además del ya citado imperial, el italiano y el curialista. Desde el último, Pacheco se enfrentó con intervenciones audaces tanto a franceses e italianos como a los intentos nepotistas de Pablo III y su curia. Pacheco, al que las fuentes italianas contemporáneas le dedicaban expresivos comentarios —“e questo don Pietro (Pacceco), piccolo, di color bianco, con poca barba, astuto, di età d’anni 55, capo qua nel concilio della natione spagnola e dell’imperiali del regno di Napoli”—, se mostró especialmente apasionado en las famosas discusiones sobre la Inmaculada Concepción, siendo el primero que suscitó el tema en el concilio el 28 de mayo de 1546. Y consiguió que se añadiera al decreto del pecado original una cláusula que exceptuaba expresamente a la Virgen. Paladín de María, en Trento permaneció la famosa expresión de que el concilio “pachequizaba” (“in hoc decreto concilium pachequizavit”). No fue menor su destacada actuación en las sesiones sobre la cuestión de la justificación recogida en el decreto De iustificatione, que desafortunadamente se perdió. También fueron brillantes las intervenciones del cardenal giennense en las otras cuestiones dogmáticas y doctrinales del concilio, así como las de índole disciplinar. Sus actuaciones como canonista, particularmente en temas de reforma, le enfrentaron con valentía ante vicios y abusos eclesiásticos tan graves como la simonía, el nepotismo o el nicolaísmo.

Pedro Pacheco, al que también llamaban el tridentino, se opuso al traslado del Concilio a Bolonia en marzo de 1547 —donde no se pronunciarían decretos—, protagonizando un plante al permanecer en Trento con trece obispos protestatarios. Aquellos imperiales enfrentados a la curia, que seguían las consignas del Carlos V, se reunían en Trento en casa del cardenal Pacheco. Y se salieron con la suya. El Papa puso fin al Concilio de Bolonia y regresó a Roma, adonde también se dirigió Pacheco. La muerte del Pontífice provocó que saliera de Trento para el cónclave de 1549-1550, en el cual se eligió a Julio III, con el que entabló una gran amistad. También pudo asistir a la elección de Marcelo II, que murió a los quince días de ser elegido Papa, trasladándose a Roma por orden directa del emperador Carlos.

En 1553, Carlos V lo nombró su lugarteniente, virrey y gobernador general de Nápoles, dignidad que ostentó durante doce años, reemplazando al virrey Pedro de Toledo, marqués de Villafranca. No fue fácil el gobierno de Nápoles al que Pedro se enfrentó con determinación, como lo demuestran sus pragmáticas sobre diversos problemas, desde la guerra de Siena al pirata Dragut-Rais, la prisión de Ascanio Colonna, restaurando la pequeña ciudad de Vierti en la Pulia o resistiendo a tiranos varios. En Napóles proclamó con toda pompa la llegada al trono de Felipe II, que le mantuvo en Roma con el encargo de suavizar las relaciones con el pontífice Pablo IV, un Papa que provocó, prácticamente, una ruptura diplomática con España. El Rey, que no dejó de consultar a sus teólogos —siendo una de las respuestas más oportunas la de Melchor Cano—, acertó de pleno al elegir al cardenal giennense, cuya oportunidad y cuya prudencia evitaron males mayores.

Obispo de Albano, camarlengo del Sacro Colegio, Pacheco, desde 1555, ejerció también de inquisidor romano, así como de delegado pontificio en 1558 para la elección del sucesor de Ignacio de Loyola como general de la Compañía de Jesús. De esta manera asistió al capítulo general que se celebró en Roma, siendo elegido el segundo general de los jesuitas Diego Laínez.

El último acontecimiento en el que tomó parte el gran cardenal Pacheco estaba acorde con su vida: estuvo a punto de ser elegido Papa —a falta de tres votos— en el cónclave de 1559, donde no faltaron banderías e intrigas. Los especialistas subrayan que su condición de español arruinó sus posibilidades de éxito total faltándole únicamente tres votos para ser elevado al solio pontificio. Nombrado legado a latere en los reinos de España, Pacheco no tardó en morir —concretamente a los sesenta días de aquellos acontecimientos—, como si quisiera cerrar su vida con la última hazaña, prácticamente conseguida.

Su cadáver fue enterrado en Santa María de Ara Coeli y no consta que fuera trasladado a las Concepcionistas de La Puebla de Montalbán, en donde había dado orden de que se construyera su sepulcro. Ese Monasterio manchego, que él mismo fundó o restauró, había sido dotado para acoger su sepultura y dejaría incorporado su patronato al mayorazgo de los señores de La Puebla, una decisión confirmada por bula papal en 1553. El hombre que había vivido cuatro cónclaves y sobrevivido a cuatro Papas —Julio III, Marcelo II, Pablo IV y Pío IV— y que estuvo a punto él mismo de serlo, murió en Roma a punto de comenzar la primavera de 1560.

 

Bibl.: S. de Sopranis, “El Monasterio de la Concepción de La Puebla de Montalbán y el Cardenal don Pedro Pacheco”, en Archivo Iberoamericano, 12 (1952), págs. 173-205; J. Pérez carmona, “El Cardenal Pacheco en las sesiones VI-VIII del Concilio de Trento”, en Burgense, 2 (1961), págs. 319-381; A. Marín Ocete, El Arzobispo don Pedro Guerrero y la política conciliar española en el siglo XVI, Granada, Universidad, 1970; C. Gutiérrez, “Pacheco, Pedro”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, págs. 1859-1860; A. Martín González, El Cardenal Don Pedro Pacheco, obispo de Jaén, en el concilio de Trento. Un prelado que personificó la política imperial de Carlos V, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1974; V. de Cadenas y Vicent, El Concilio de Trento en la época del emperador Carlos V, Madrid, Hidalguía, 1990; M. Fernández Álvarez, La España del Emperador Carlos V, introd. de R. Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, 1990; A. Franco Silva, El señorío Toledano de Montalbán. De Don Álvaro de Luna a los Pacheco, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1992; M. I. Pérez de Tudela y Bueso, El Monasterio de Santa Clara La Real de Toledo, Madrid, Universidad Complutense, 1993; J. I. Tellechea Idígoras, “El cónclave de Paulo IV. Cartas del cardenal Pedro Pacheco”, en Cuadernos de Investigación de Historia. Seminario Cisneros, 18 (2001), págs. 379-405; E. Salvador Esteban, Carlos V emperador de Imperios, Pamplona, Eunsa, 2001; A. M. Rouco Varela, Estado e Iglesia en la España del siglo XVI, tesis doctoral leída en la Universidad de Murcia, Madrid, Editorial Católica, Facultad de Teología San Dámaso, 2001; F. Fernández de Bethencourt, Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española, Sevilla, Fabiola de Publicaciones Hispalenses, 2002, 10 vols.; J. M. Suárez de Vivigo y Fernández, “Carta del duque de Alba a Paulo IV en tiempo de la guerra que procuró introducir en el reino de Nápoles. 21 de agosto de 1556”, en Hidalguía, 50 (296) (2003), págs. 41-47; J. García Oro, Cisneros: un cardenal reformista en el trono de España (1436-1517), Madrid, La Esfera de los Libros, 2005; J. Colino Martínez, “Retratos del cardenal don Pedro Pacheco y Guevara”, en Crónicas: revista trimestral de carácter cultural de La Puebla de Montalbán, 15 (2010), págs. 31-33.

 

Dolores Carmen Morales Muñiz y Ángel Fernández Collado