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Juana de Portugal

Biografía

Juana de Portugal. Almada (Portugal), 31.III.1439 – Madrid, 13.VI.1475. Reina de Castilla, segunda esposa de Enrique IV.

Novena hija de Duarte, rey de Portugal, y de Leonor, infanta de Aragón, hermana de quienes desempeñaron tan destacado protagonismo en la escena política castellana durante el reinado de Juan II. Su nacimiento, seis meses después del fallecimiento de su padre, en la Quinta de Monte Olivete, en las proximidades de Lisboa, adonde su madre se había retirado hasta el alumbramiento, marcó el final del paréntesis abierto en la lucha por la regencia del heredero portugués, Alfonso V, que en ese momento contaba con siete años de edad.

En el momento de la muerte de Duarte, además de la pugna por el ejercicio del poder entre la nobleza y la Monarquía, se hallaba abierto un debate sobre la continuación o abandono de las operaciones militares en África que habían tenido un desastroso resultado en 1437. En ambas cuestiones había desempeñado un gran protagonismo la reina Leonor frente a sus poderosos cuñados, los infantes Pedro y Enrique; la cuestión tenía conexiones con la situación política castellana, donde los infantes de Aragón libraban su enfrentamiento con Álvaro de Luna y, en 1439, forzaban su destierro de la Corte.

Por el momento, en Portugal se estableció un equilibrio entre don Pedro, defensor del reino, cabeza del proyecto de autoridad monárquica, y el partido de la reina, que pretendía situar a la nobleza a la cabeza del poder. A lo largo de 1440 la balanza se inclinó a favor de don Pedro, y Leonor que, a pesar del éxito de sus hermanos en Castilla, no logró que le prestasen un apoyo eficaz, optó por abandonar Portugal e instalarse en Toledo en diciembre de 1440: la acompañó su pequeña, Juana, que iniciaba su vida en Castilla.

Juan II de Castilla aceptó de buen grado que se fijara una pensión para Leonor y su hija con la condición de que no volviera a Portugal. La reina portuguesa murió en Toledo, en febrero de 1445, pocos meses antes de que sus hermanos fueran derrotados en Olmedo; Juana volvía a Portugal.

Es probable que ya en 1447, en el marco de la lucha contra don Álvaro, Juan Pacheco sugiriese al príncipe de Asturias el matrimonio con su prima Juana; el hecho de que Enrique estuviera casado con Blanca, hija de Juan de Navarra, planteaba problemas políticos y, sobre todo, canónicos. Se volvió sobre el proyecto a lo largo de 1452 y se llegó a un acuerdo previo con Alfonso V en marzo de 1453, en vísperas de la prisión de Álvaro de Luna. Para Enrique significaba la afirmación de su autoridad frente a sus hermanastros, ganar el apoyo portugués y cerrar definitivamente la era de los infantes de Aragón en Castilla.

El 11 de mayo de 1453, Luis de Acuña, administrador apostólico de la diócesis de Segovia, que había sido capellán de Enrique y era sobrino de Juan Pacheco, hacía pública en Alcazarén la sentencia de nulidad del matrimonio de Enrique y Blanca, basándose en la impotencia del varón en relación con su esposa, pero no con otras mujeres, para lo que se aducía el testimonio de algunas mujeres de Segovia cuyo nombre y condición se silencian.

El 20 de diciembre de 1453 se firmaron las primeras capitulaciones para el matrimonio de Enrique y Juana, luego sustituidas por unas nuevas. Se preveía una dote para la novia, con cargo a su hermano Alfonso, que debería hacerla efectiva en el plazo de un año; no obstante, su importe, como donación, fue depositado previamente por el novio una semana antes de la firma: quedaría en poder de Juana, aunque el matrimonio no llegase a celebrarse o por cualquier razón fuese nulo. El primer día de este mes se fecha una bula de Nicolás V que aceptaba la sentencia dictada por Luis de Acuña y comisionaba a tres prelados castellanos, Alfonso Carrillo, Alfonso Sánchez y Alfonso de Fonseca para que otorgasen dispensa para este matrimonio si hallaban ciertas las razones esgrimidas.

No se ha hallado el original de esta bula, ni su registro en el Archivo Vaticano, ni se conoce la ejecución de la misma por los comisarios.

Es probable que Juan II, que no había sido consultado, se opusiese al acuerdo. Su fallecimiento, el 22 de julio de 1454, modificaba la situación y requería una nueva negociación de las capitulaciones en un momento en que las relaciones castellano-portuguesas conocían cierta tensión, en razón del reparto de rutas de navegación en la costa africana. Las nuevas capitulaciones se firmaron el 22 de enero de 1455, confirmadas un mes después por Enrique IV: doña Juana no tendría dote, pero recibiría, además de los 100.000 florines depositados en Medina del Campo, otros 25.000 más y una renta anual de 1.500.000 maravedís, todo lo cual retendría con pleno derecho caso de no consumarse el matrimonio. Se detallaba su derecho a disponer de sus propias damas, pero nada se decía de la bula de dispensa de parentesco.

Juana viajó de Lisboa a Badajoz, donde fue oficialmente recibida; luego se reunió con Enrique IV, que salió a recibirla, y se trasladaron a Córdoba, donde tuvo lugar la boda, el día 25 de mayo, domingo de Pentecostés. Resulta imposible conocer el detalle de los acontecimientos, porque las noticias que proporcionan las crónicas del reinado están irremediablemente teñidas de las posiciones adoptadas por cada uno en razón de acontecimientos posteriores; durante seis años no hubo descendencia de la real pareja.

En agosto de 1461, a su regreso de la frontera navarra, en apoyo del príncipe de Viana enfrentado con su padre, Enrique IV recibió de su esposa, que había permanecido en Aranda de Duero, la noticia de que estaba embarazada. Dio a luz en Madrid, el 28 de febrero de 1462, a una niña a la que el 7 de marzo se bautizó con el nombre de su madre. Ninguna voz discordante de la alegría oficial se levantó en este momento planteando objeción alguna acerca de la legitimidad de la recién nacida.

Desde la primavera de 1463, fracasado el acercamiento de Castilla a Francia, se reorientó la política exterior castellana hacia una alianza con Portugal, lo que supuso una mayor influencia de doña Juana. Proyecto suyo fue el matrimonio de su hermano Alfonso V con la infanta Isabel, que el monarca portugués accedió a negociar a pesar de la diferencia de edad entre los contrayentes. En abril de 1464 se entrevistaron los Reyes con Alfonso V en Puente del Arzobispo; allí conoció el monarca portugués a Isabel y decidió proseguir el proyecto, aunque Enrique consideró imprescindible consultar aquel importante asunto al Consejo.

Esta orientación de la política exterior, considerada por Juan Pacheco, Pedro Girón y Alfonso Carrillo separación del poder que venían ejerciendo, fue la publicación de un manifiesto, en mayo de este año, que apuntaba contra la Reina y contra su hija: denunciaban la situación de cautividad de Isabel y Alfonso, el proyecto de asesinar a éste, de casar a Isabel con quien no convenía, sin consentimiento de los Grandes, y de dar la sucesión del reino a quien no le pertenecía en derecho. Desde este momento, la lucha política exigió arrojar cuanta infamia fuera posible sobre la actuación pasada y futura de doña Juana; los Grandes intentaron apoderarse por la fuerza de Isabel y Alfonso, en el alcázar de Madrid, y una vez más, incluyendo también a la Reina, en el alcázar segoviano, aunque fracasaron en ambos intentos.

Entre octubre y diciembre de 1464, en el curso de varias conversaciones muy desconsideradas para la dignidad real, Enrique se entregaba en manos de Pacheco y su partido. Reconocía a Alfonso como su heredero, aunque con el compromiso de contraer matrimonio con la princesa Juana; el príncipe pasaría a la custodia de Villena, que también controlaría a Isabel para la que se constituía casa propia. Tratando de evitar una guerra civil, Enrique aceptaba de hecho la ilegitimidad de su hija, admitía una gran infamia para su esposa, devolvía el poder a Pacheco y abandonaba el proyecto de estrecha alianza con Portugal.

El programa político de los nobles tomó forma escrita en la llamada sentencia de Medina del Campo; cuando Enrique IV se negó a aceptar este documento, la respuesta fue la deposición del Rey en esa ceremonia bufa que se conoce como Farsa en Ávila (5 de junio de 1465). Proclamado Rey, Alfonso firmaba un manifiesto en el que, entre otros aspectos se afirmaba la impotencia del Rey y la ilegitimidad de la princesa Juana, cuya paternidad correspondía, ahora se decía por primera vez por escrito, a don Beltrán de la Cueva.

La reina Juana desempeñó un gran protagonismo en la reacción de su esposo contra los rebeldes: era imprescindible si se pretendía consolidar la legitimidad de su hija y, más aún, para obtener ayuda portuguesa en la inevitable guerra, a cuyo efecto había de imprimir nuevos bríos a la negociación del matrimonio de Alfonso V e Isabel, para el que se firmaron capitulaciones en septiembre de este año; fue clave en lograr el apoyo de importantes linajes a la causa del Rey. Se convertía también en objetivo esencial de Pacheco y Fonseca, porque ella sería el gran obstáculo a cualquier negociación que sacrificase los derechos de su hija y porque, vehículo de la alianza con Portugal y a través de este reino con Inglaterra, significaba un inaceptable refuerzo de la posición del Monarca.

El gran problema era la permanente indecisión de Enrique IV, siempre abierto a negociaciones con sus enemigos; incluso aceptó una propuesta de Fonseca que incluía el matrimonio de Isabel y Pedro Girón, maestre de Calatrava, ponía a éste en la misma línea hereditaria del trono y bloqueaba los proyectos de doña Juana, firmemente apoyada por los Mendoza, y único gran obstáculo frente a los proyectos de sus enemigos. La muerte del maestre, el 2 de mayo de 1466, deshacía el proyecto, pero no los nuevos planes de Fonseca tendentes a lograr un acuerdo que había de pasar por restituir la obediencia a Enrique IV, devolver a Alfonso la condición de heredero y dejar al margen a quienes sustentaban posiciones menos conciliadoras: desde luego Carrillo, pero también la reina Juana, con ultraje de su honor y de la legitimidad de su hija.

Juana comprendió la gravedad del momento hasta el punto de buscar el apoyo del marqués de Villena, al que consideraba árbitro de la situación; por sí solo este hecho muestra su grado de turbación en las semanas finales de 1466: entregada a sus enemigos, calumniada por una parte importante de la opinión del reino, parecía aspirar únicamente a salvar la legitimidad de su hija. Los planes de Fonseca fracasaron y Enrique buscó el apoyo de los Mendoza, que fue para la reina Juana el único refugio futuro; pocos meses después, a comienzos de agosto de 1467, la infanta Juana era puesta bajo custodia de los Mendoza en Buitrago.

Siguieron oscuras negociaciones, cambios de bando, choques armados, alguno de tanta importancia como el de Olmedo (19 de agosto de 1467), y conspiraciones como la que permitió la entrada de Alfonso en Segovia (17 de septiembre de 1467), que estuvo a punto de hacer prisionera a la reina Juana, que se refugió en el Alcázar; casi como una prisionera iba a presenciar los contactos entre ambos bandos. En efecto, perdida su ciudad favorita, Enrique IV, prescindiendo de los Mendoza, buscó la negociación con Fonseca, cuya primera condición fue la entrega de la Reina a su custodia. El 28 de septiembre entraba Enrique en Segovia y se reunía con su esposa en el Alcázar.

El 1 de octubre salía Juana de Segovia; inmediatamente comenzaban entre Enrique y los partidarios de Alfonso unas negociaciones, largas y muy difíciles de seguir, en las que se despeñaron los restos de autoridad de la Monarquía. La Reina fue trasladada a Coca y luego a Alaejos, bajo la custodia de un sobrino del arzobispo Fonseca, Pedro; pronto nació entre ambos una duradera unión, definitiva, de la que nacieron dos hijos, Andrés y Pedro. Era un acontecimiento, probablemente buscado, que tendría inevitables y trascendentales consecuencias políticas.

La muerte de Alfonso (5 de julio de 1467) cambió radicalmente un panorama hasta ese momento nada despejado; Isabel no se tituló reina, sino únicamente heredera del reino: había, por tanto, un solo rey en Castilla y la negociación parecía nuevamente viable, excepto por la presencia de la Reina, que, al afirmar la legitimidad de su hija, hacía imposible olvidar sus derechos; ahora, además, siendo dos mujeres las candidatas a la herencia, no era posible intentar una solución matrimonial como se pensara en 1464.

Para Isabel no había otra solución que reconocer a Enrique, de quien procedía su propia legitimidad, pero también afirmar la ilegitimidad de Juana, derivada de la invalidez del matrimonio de sus padres: la negociación sólo podría permitir que se alcanzasen las máximas compensaciones para ella. Preparadas las bases de un acuerdo, reclamó Enrique la presencia de su esposa; Juana, que se halla en avanzado estado de gestación, no tuvo otra solución que huir con su amante y refugiarse en Cuéllar, bajo la protección de los Mendoza.

En noviembre dio a luz a su hijo Andrés.

Así se entraba en la solución que significaba el acuerdo de Cadalso-Cebreros (18 de septiembre de 1468), ejecutado al día siguiente en los Toros de Guisando.

Se reconocía a Isabel como heredera, por no haber otros legítimos herederos, con lo que se declaraba la ilegitimidad de Juana, sin explicar claramente la razón de dicha ilegitimidad. En cuanto a la Reina, se hacía constar su conducta deshonesta, de un año a esta parte, y la nulidad de su matrimonio con el Rey, sin explicar las razones de tal nulidad; en todo caso, ya no podía decirse que su hija había nacido dentro del matrimonio: sería devuelta a Portugal, pero su hija sería custodiada en la Corte. Desde Buitrago, doña Juana rechazó los actos de Guisando y elevó su apelación al legado.

Rotos los acuerdos de Guisando, el marqués de Villena ideó una marcha atrás de la situación de ellos derivada sobre la base de reconocimiento de la legitimidad de Juana y su matrimonio con el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia. Al acto de Valdelozoya, no lejos de Buitrago (25 de octubre de 1470), para el que se ganó el apoyo de los Mendoza, asistió la Reina, que juró que su hija lo era también del Rey, en un imposible intento de recuperación de la legitimidad negada tiempo atrás. A Juana, que había de separarse de su hija, se le asignaban rentas para vivir, con aprobación tácita de su situación personal. No se logró otra cosa que incrementar el enfrentamiento con pocas posibilidades de futuro arreglo.

En los meses siguientes, Pacheco propuso sucesivamente el matrimonio de Juana, que tenía ocho años, con Alfonso V de Portugal, que se negó, y con Enrique Fortuna, hijo del infante Enrique, muerto en 1445 como consecuencia de las heridas recibidas en la batalla de Olmedo. Este proyecto reunió en Madrid a la Reina, que había dado a luz a su segundo hijo, y a su hija en el otoño de 1472; fracasado inicialmente, se volvió a él en noviembre de 1473, como destino más honroso para Juana, con el trasfondo de una reconciliación de Enrique IV e Isabel; la enfermedad del Rey dejó en suspenso el proyecto.

Pacheco volvió a proponer el matrimonio de Juana con Alfonso V; ahora aceptó y con ello establecía la base de intervención portuguesa en la guerra civil. El 25 de mayo de 1475, con la proclamación de Juana como Reina, en Plasencia, se iniciaba el enfrentamiento.

La reina Juana apenas alcanzó a conocer estos acontecimientos, porque falleció quince días después; tenía treinta y seis años.

 

Bibl.: I. del Val Valdivieso, Isabel la Católica, princesa, Valladolid, Universidad, 1975; M. I. Pérez de Tudela Velasco, “Dos princesas portuguesas en la corte castellana: Isabel y Juana de Portugal”, en VV. AA., Actas das II Jornadas luso-espanholas de Historia Medieval, vol. I, Porto, Istituto de Cultura i Lingua Portuguesa, 1987, págs. 357-384; R. Pérez Bustamante y J. M. Calderón Ortega, Enrique IV de Castilla (1454- 1474), Palencia, Diputación Provincial, 1998; VV. AA., Enrique IV de Castilla y su tiempo, Valladolid, Universidad, 2000; L. Suárez Fernández, Isabel I, reina, Barcelona, Ariel, 2000; Enrique IV: la difamación como arma política, Barcelona, Ariel, 2001; J. L. Martín, Enrique IV, Fuenterrabía, Nerea, 2002.

 

Vicente Ángel Álvarez Palenzuela

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