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San José María Díaz Sanjurjo

Biografía

Díaz Sanjurjo, José María. Santa Eulalia de Suegos (Lugo), 25.X.1818 – Nam-Dinh (Vietnam), 20.VII.1857. Protomártir de Ocaña, santo y misionero dominico (OP), primer lucense canonizado por la Iglesia.

Sus padres, José Díaz y Josefa Sanjurjo, eran acomodados y buenos cristianos que supieron dar a su primogénito, José María, una esmerada educación, por lo que lo enviaron a Lugo a los diez años para comenzar sus estudios de latín y continuarlos en el Seminario de Lugo y en la Universidad de Santiago de Compostela. Ante la oposición de su padre, y después de cumplir con el deber filial de enterrar a su madre, dejó furtivamente su patria y se marchó al Colegio de Ocaña, donde tomó el hábito de Santo Domingo el 23 de septiembre de 1842, y el 24 de septiembre de 1843 hizo la profesión religiosa. Como tenía la carrera hecha y se mostró desde el primer día varón perfecto, al medio año de profesión fue enviado a Cádiz para que allí se embarcase en la misión que debía partir de aquel puerto para Filipinas. Mientras esperaba, recibió en el mismo Cádiz las órdenes sagradas el 10 de marzo de 1844, y el 10 de mayo de 1844 se hizo a la vela junto con sus compañeros. Fue nombrado jefe de la misión y dejó admirados a sus compañeros por su ecuanimidad y su manera de afrontar los inconvenientes del largo viaje. Después de cuatro meses de peligrosa travesía, arribó la embarcación el 14 de septiembre de 1844 al puerto de Manila. Allí continuó su vida edificante en el convento de Santo Domingo, y antes de los seis meses fue aprobado para misionero de Tonkín, conforme a su solicitud. Con este fin se embarcó para Macao el 2 de febrero de 1845 y el 12 de septiembre ya había llegado al término de su viaje.

Al llegar a la misión empezó su inculturación con la imposición del nombre vietnamita: Duc-Thay- An y el aprendizaje de la lengua y la cultura del país.

Aprendida con facilidad la lengua vietnamita, administró con celo y diligencia la cristiandad, constituida por varios pueblos con siete conventos —cada uno de ellos con más de treinta religiosas—, adyacente al colegio de latinidad o seminario menor de Nam-Am, con más de setenta jóvenes aspirantes a catequistas y sacerdotes. Las obras de apostolado que se llevaron a cabo en las difíciles circunstancias de la persecución fueron múltiples. El venerable Díaz Sanjurjo las especifica con los pormenores de una estadística minuciosa, referente tan sólo al año 1848: bautismos de párvulos, 9.089; de adultos, 847; de niños, hijos de infieles, 13.506; confesiones oídas, 152.973; comuniones, 138.433; extremaunciones administradas, 3.080; matrimonios celebrados, 1.766. Claro es que el sacerdote gallego contaba con la ayuda de varios sacerdotes indígenas para realizar labor tan abrumadora.

En 1849 el vicariato oriental, cuyo vicario apostólico era san Jerónimo Hermosilla y su coadjutor monseñor Domingo Martí, se dividió en dos: el vicariato oriental y el vicariato central. San Jerónimo Hermosilla quedó como vicario apostólico del vicariato oriental, y monseñor Domingo Martí fue nombrado vicario apostólico del vicariato central. Como los dos vicarios apostólicos tenían que elegir a su coadjutor, monseñor Martí eligió a José María Díaz Sanjurjo, quien, junto con el padre Alcázar, designado por monseñor Hermosilla para ser su coadjutor, fue ordenado obispo con el título de Platea (Boecia, Grecia).

Pronto Díaz Sanjurjo tuvo que asumir la dirección del vicariato central al morir monseñor Martí. Una de sus primeras diligencias para que el vicariato central no quedase sin pastor, pues la persecución ponía en peligro a todos los misioneros, fue la de nombrar su coadjutor. Puso sus ojos en el padre Melchor García Sampedro, mártir y santo, a quien ordenó con solemnidad, con el título de obispo de Tricomia, el 16 de septiembre de 1855. Cayó preso en manos de los esbirros reales el 21 de mayo de 1856, en su misma residencia de Bui-Chu; le quitaron el pectoral y le ataron fuertemente con las cuerdas que llevaban preparadas.

Le presentaron posteriormente al comandante de las tropas de la ciudad, quien quedó impresionado por la noble y majestuosa presencia del prelado y mandó que fuera desatado inmediatamente; mantuvo con él una amigable conversación hasta llegar al río, a un cuarto de legua de distancia, donde debía ser embarcado para trasladarle a la capital de la provincia.

Mientras tanto, la muchedumbre entraba en la casa del vicario apostólico apresado, sin perdonar nada que encontrase a su paso.

Fue conducido luego a Tuan-Phu y de allí a Nam- Dinh, capital de la provincia meridional, desde donde escribía a los demás vicarios apostólicos y misioneros: “Carísimos señores y hermanos míos: salud y gracia.

Este pecador rictus in Domino, saluda y se despide de todos hasta la gloria. Perdón les pido de todos los disgustos y ofensas. Este cepo y cadenas son regalados adornos llevados por Jesús. Mi alma regresa, esperando que mi sangre se derrame, y unida con la que nuestro amable Redentor vertió en el Calvario, purifique todas mis iniquidades. Confío me ayudarán con fervorosas oraciones a conseguir el don de fortaleza y perseverancia final. Supongo que me restan pocos días, pero entre estos leopardos-sanguijuelas se hacen ellos muy largos. ¡Ojalá sean el purgatorio de mis pecados! Escribo con una rajita de caña en la hoja de un libro y no puedo alargar ésta. Mi declaración no compromete a nadie, y la verdad queda salva. Hay mucho empeño en coger al P. Trac (religioso indígena de la Orden). Me prometían salvar la vida de ambos, se le hiciera presentarse, y me vi comprometido para evitar sus preguntas sin ofender a la verdad; gracias al Señor, ya salí del apuro, y ahora si me preguntan, les respondo ‘ad ephesios’. Adiós, amigos, por última vez. Cárcel de Nam-Ding y mayo 28 del 1857. Fr.

José María”.

En el mes de julio hicieron los mandarines correr la voz de que el ilustre preso no sería decapitado, en atención a que el Rey mandaba que fuese conducido a la Corte. El mismo gobernador, por medio de dos hijos suyos recién llegados de la Corte, llevó esta nueva al venerable preso. Todo esto y otras razones más ilusionaron a los misioneros, no así al venerable prelado, que sabía muy bien que todo aquello era una farsa.

En efecto, la sentencia del gobernador de Nam-Dinh fue confirmada en la Corte y ejecutada el 20 de julio de 1857. Hacia las 12 del mediodía lo sacaron al patíbulo con su pesada carga al cuello y cargado de cadenas que le impedían caminar. Llegados al lugar designado, le hicieron sentar para amarrarle las manos a la espalda; habiéndole roto el anillo de la cadena que pendía del cuello y la de los pies, le aseguraron a una estaca que habían fijado a su espalda con cordeles que le sujetaban el pecho y el vientre. En esta actitud, dada la convenida señal por el mandarín, al segundo golpe del verdugo cayó la cabeza del santo mártir en tierra. Expuesta después al público en un cesto, según costumbre, la arrojaron al río con grandes precauciones a fin de que no pudiese ser rescatada por los cristianos. No permitió el Señor que lograsen su impío propósito, si bien lo consiguieron con el venerable cadáver, que nunca pudo ser rescatado.

La cabeza del santo mártir fue llevada al convento de Santo Domingo de Ocaña —del cual es el protomártir— el 27 de septiembre de 1891, donde es voz común que a través de esa santa reliquia el Señor ha obrado prodigios y curaciones milagrosas, una de ellas autenticada jurídicamente por la curia arzobispal de Toledo. Fue beatificado, con un grupo de misioneros y cristianos mártires del Tonkín, por Pío XII, el 29 de abril de 1951, y canonizado con los demás beatos mártires de Vietnam por Juan Pablo II el 19 de octubre de 1988.

 

Obras de ~: Resumen histórico de los principales sucesos ocurridos en las misiones de Tonkin, Manila, 1858; Cuatro relaciones sobre la Misión de Tonkin (1853-1858), Manila, 1858; Relación del Estado de la Misión (Tonkin), 1854 (impresa en Manila, 1858); “Cartas a familiares, religiosos y amigos”, en G. Marcos, Historia de las Misiones de la provincia del Rosario en Tonking, Ávila, 1927, y en Cartas Pastorales y Circulares a los cristianos, MV IV, págs. 252-253.

 

Bibl.: M. García Sampedro, Relación del martirio del Venerable Señor Don Fray José Díaz de Sanjurjo, 1858 [mandada a Ocaña con fecha 22 de febrero de 1858, publicada en Misiones Dominicanas, año I, n.º 1 (octubre de 1917), págs. 39-40]; Actas de los Capítulos provinciales y Congregaciones intermedias de la Provincia del Rosario, s. l., 1859; F. Trapiello y Sierra, Vida del Venerable Protomártir del Colegio de Dominicos de Ocaña Reverendísimo Padre Fr. José María Díaz Sanjurjo, Obispo de Platea y Vicario Apostólico del Tung-King Central, Lugo, Tipografía de Gerardo Castro, 1899; P. Álvarez, Santos, Venerables de la Orden de Predicadores, vol. 2, Vergara, Tipografía del Santísimo Sacramento, 1921, págs. 642-665; Fr. J. Celaya, “Venerable Sr. D. Fray José María Díaz Sanjurjo, Protomártir de este colegio”, en Breve reseña histórica del Convento-Colegio de Santo Domingo de Ocaña y de los hijos ilustres del mismo, c. VIII, Madrid, Blass, 1926, págs. 54-46; M. Gisper, Historia de las misiones de la Provincia del Rosario en Tonkin, Ávila, 1927, págs. 523-529; F. Vázquez Saco, Esbozo Biográfico de San José Ma. Díaz Sanjurjo, Lugo, Imprenta de la Diputación, 1951 (reed., 1988); M. González Pola, “Díaz Sanjurjo, José María”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 754; Fr. F. Zurdo, Sangre en Vietnam, los 60 mártires de las Misiones Dominicanas, Madrid, 1988, págs. 65-67 (separata de C. Puebla, Testigos de la fe en Oriente, Hong Kong, Secretariado Provincial de Misiones Provincia Dominicana de Nuestra Señora del Rosario, 1988, págs. 285-287); A. López, José María Díaz Sanjurjo, un gallego en Vietnam, Lugo, Diputación Provincial, 1991; H. Ocio, G. Arnaiz y E. Neira, Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente, Tomo 2, 1836-1940, Manila, Life Today Publications, 2000, págs. 54-55.

 

Maximiliano Rebollo, OP