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Antonio Maceo Grajales

Biografía

Maceo Grajales, Antonio. Santiago de Cuba (Cuba), 14.VI.1845 – Punta Brava (Cuba), 7.XII.1896. Independentista, general del Ejército de la República de Cuba.

Antonio Maceo, nacido en San Luis, Santiago de Cuba, fue el primogénito de una familia de mulatos libres que hicieron de la lucha por la independencia de Cuba el propósito de sus vidas, un líder popular que trasciende su época y se postula como el paradigma de héroe revolucionario que se define por sus acciones no por la repercusión de su pensamiento político.

Su padre, Marcos Maceo, procedente de Venezuela, había luchado con el ejército español durante la Guerra de Independencia de su país natal y se había establecido junto a su familia en la región de Santiago de Cuba. Casado con Mariana Grajales, los Maceo poseían una hacienda en Majaguabo, San Luis, y se dedicaban a la agricultura y al pequeño comercio —café, tabaco, plátanos—. Su posición económica era ventajosa, la social estaba determinada por el restrictivo código sobre personas libres de color vigente en la legislación colonial cubana; así, Antonio Maceo sólo pudo completar en Santiago los estudios primarios. En 1862 se hizo cargo de la representación comercial del negocio familiar; de la mano de su padrino, el licenciado José Asencio Asencio, pudo prolongar su formación y tuvo cabida en los círculos santiagueros opositores al sistema y próximos a logias masónicas. Poco después de estallar el pronunciamiento revolucionario de Yará, dio inicio la Guerra de los Diez Años (1868-1878), el escenario donde se forjó la aureola de héroe legendario que acompañó a Maceo toda una vida en la que se dice que participó en más de ochocientas incursiones bélicas. Carlos Manuel de Céspedes, sin una estructura militar que lo respaldase, había proclamado en La Demajagua —ingenio cercano a Manzanillo— la independencia de Cuba (10 de agosto de 1868) y dado la libertad a sus esclavos. Maceo y sus dos hermanos mayores (José y Justo), cuyo padre les había proporcionado un entrenamiento militar básico, fueron reclutados desde el principio de la contienda y desarrollaron sus operaciones con el ejército mambí —mambí y mambises designan al insurrecto cubano— en la región de Oriente, donde se desplegaron la mayor parte de las hostilidades. Muy pronto Antonio Maceo revelaría sus buenas dotes militares, su sagacidad y decisión le llevó a que en las primeras semanas de la guerra fuera ascendido sucesivamente a sargento, teniente y capitán, y llegó a comandante en 1869 como premio al valor demostrado en la defensa de Bayamo. Desde este año, bajo el control de un superior —sobre todo del general Máximo Gómez—, pero con libertad de decisión, Maceo operó en lugares cercanos a Santiago con varios destacamentos que se especializaron en ataques por sorpresa, rápidos y eficaces, propios de una guerra de guerrillas, pero ejecutados con una cuidada planificación que revelan su capacidad estratégica. A su vez, Maceo se convirtió en portavoz de a pie de los ideales independentistas y libertarios, pues liberó a las dotaciones de los esclavos de los ingenios en los que se había enfrentado y vencido al ejército español, para luego explicarles el verdadero sentido de la guerra y pedirles que se unieran a él.

Mientras tanto, se sucedían las decisiones políticas entre los líderes insurgentes: reunidos en Guáimaro, los representantes del Centro, Las Villas y Oriente constituyeron la Asamblea que proclamó la República de Cuba en Armas —o República de Cuba Libre—, aprobó su Constitución y eligió el primer gobierno, presidido por Céspedes (1869). Sin embargo, desde un principio se evidenciaron la falta de cohesión de la Asamblea de Guáimaro y entre ella y sus representantes en el exterior —la Junta republicana de Nueva York, especialmente, con Miguel Aldama intentado sufragar la inestabilidad del ejército revolucionario— y la precaria dotación y preparación de las tropas revolucionarias; los dos grandes problemas que harían fracasar la revolución de Yará.

En la etapa inicial de la contienda (1868-1869) fallecieron su hermano Justo, su padre y sus dos hijos pequeños y él recibió una herida severa en una pierna, la primera de otras veinte, a las que siempre pudo sobreponerse a pesar de la extrema gravedad de algunas de ellas; una fortaleza que denota su apelativo de “el titán de bronce”; es también ahora cuando la figura de su madre, Mariana Grajales, empezó a ser conocida por su defensa de los ideales independentistas.

En 1870 volvió a ser herido gravedad y, a mediados de año, ascendido a teniente coronel, se unió al general Máximo Gómez, que amplió el adiestramiento militar y guerrillero y la disciplina de Maceo —que se convirtió en un gran estratega— y de Calixto García, los tres oficiales revolucionarios más señalados de esta guerra. De 1871 data la primera de varias sentencias de muerte, que nunca se efectuaron, contra Antonio Maceo y la mayoría de los hombres de su familia, dictadas por un Consejo de Guerra celebrado en Santiago.

Durante 1872 y 1873 continuó su ascenso en el escalafón (coronel y brigadier) y Gómez depositó en él su confianza al designarle jefe al mando de todas las operaciones cuando debía ausentarse —o era apartado del mando por desavenencia con los dirigentes políticos—, quedando a las órdenes de Calixto García.

El curso de la guerra había pasado de ser favorable en las acciones iniciales de los sublevados a estancarse en enfrentamientos interminables contra el ejército español que no les permitía afianzar sus posiciones.

En el asalto a San Miguel de Nuevitas vio morir a su hermano Miguel (1874). Temporalmente las circunstancias parecen propicias tras una victoriosa campaña en la provincia de Las Villas (1875), pero a mediados de año se produce una crisis en la jerarquía revolucionaria que hace peligrar la causa, un momento en el que Maceo revela su sagacidad para armonizar las facciones enfrentadas y unirlas en busca del interés común. Sin embargo, la debilidad del movimiento apremia los acontecimientos y en los últimos años de la guerra el retroceso de la revolución se hizo crítico.

No fue sólo la ofensiva militar española, también se resintió de una campaña articulada para denostar los ideales independentistas. Desde 1877 el general Arsenio Martínez Campos estuvo proponiendo al gobierno republicano que se estipulase un pacto para acabar la guerra. Ese año Maceo cayó gravemente herido en Mayarí y necesitó refugiarse; para entonces, los españoles sabían que la resistencia de los cubanos se desgastaría sin su valiente líder y fue perseguido constantemente, pero logró escapar de una forma prodigiosa in extremis acompañado de su mujer y de una pequeña escolta. La circunstancias se precipitaron, en octubre empezaron a llegar las proposiciones de paz del general Martínez Campos, que fueron rechazadas, y el presidente Tomás Estrada Palma fue detenido y llevado a España. Con su arresto, el gobierno adquirió un cariz marcadamente militar y se intensificaron las desavenencias. En enero de 1878, Maceo ascendió a mayor general del ejército libertador, pero en febrero el Comité del Centro del gobierno cubano ratificó en Zanjón el acuerdo que buscaba Martínez Campos (10 de febrero de 1878). El convenio venía a ser un decreto general de amnistía para los revolucionarios y de libertad para los esclavos que hubiesen combatido con ellos, no plasmaba ninguna concesión a las pretensiones de autonomía ni hablaba de abolición.

Por estas razones, Maceo no aceptaba las bases del pacto y solicitó una entrevista con Martínez Campos “para saber qué beneficios reportaría a los intereses de nuestra patria la paz sin independencia” (H. Pichardo, 1980, I). Durante el encuentro quedó claro que ninguno cedería en sus planteamientos: Maceo y sus partidarios rechazaban lo convenido en Zanjón y se fijó una fecha para la reanudación de las hostilidades; también se redactó una breve constitución que organizaba el gobierno provisional —compuesto por cuatro personas— y designaba a un único general en jefe para dirigir las operaciones militares, cargo que recaería en Antonio Maceo. La protesta de Baraguá significó el último intento serio por mantener una lucha independentista hasta la campaña que años más tarde iniciaría José Martí. Aunque sólo hizo alargar inútilmente el conflicto, y en mayo de 1878 Maceo se vio superado por la realidad de un ejército que desertaba, sin recursos; aceptó exiliarse con objeto de buscar financiación para reemprender el proyecto independentista y el gobierno provisional capituló días después de su salida (21 de mayo de 1878).

El curso que siguió la biografía de Maceo hasta su regreso definitivo a la isla en 1895 fue agitado y lo devolvió por un tiempo a la vida civil. Jamaica y Costa Rica se convirtieron en sus dos centros de actividad, con un paso transitorio por Haití y regulares visitas a Estados Unidos. En Kingston planeó, junto a Calixto García —que presidía el Comité revolucionario cubano de Nueva York—, una nueva sublevación que empezó precipitadamente en agosto de 1879 y acabó fracasando por falta de coordinación —la Guerra Chiquita—. De septiembre data la circular en la que Maceo recordaba a los cubanos que las reformas prometidas por el gobierno español no se habían cumplido y que incluso se había apartado a los cubanos de los órganos de gestión que antes ocupaban. Este mismo año viajó a Haití en busca de nuevos apoyos, sin embargo, la posición de las autoridades haitianas —sospechosas de que los revolucionarios cubanos pretendían mantener la esclavitud tras la independencia— y el seguimiento a que era sometido por agentes españoles acabaron en una situación conflictiva, y en un intento de asesinato. Obligado a salir de manera encubierta, Maceo se refugió brevemente en la colonia danesa de Santo Tomás, de ahí pasó en 1880 a Santo Domingo, donde trabó una duradera amistad con Eugenio María de Hostos, a la colonia británica de Islas Turcas, y regresó a Jamaica, donde permaneció durante la primera mitad de 1881. Comenzó un viaje por Centroamérica, que lo condujo primero a Honduras, país en el que residían varios cubanos independentistas —Tomás Estrada Palma y su compañero Máximo Gómez, entre los más conocidos—, para colaborar en la reorganización del país que promovió el presidente Marco Aurelio Soto (1846-1908); así se incorporó al Estado Mayor del ejército hondureño con el grado de general de división, asumió también la comandancia militar de Tegucigalpa y en 1882 fue nombrado juez suplente del Tribunal Supremo de Guerra. Pero quedaba abierto uno de los temas que preocupaban a Gómez y Maceo: la financiación de las acciones revolucionarias que conducirían a la independencia. Con tal propósito, desde 1884 Máximo Gómez, auxiliado por Maceo y con la colaboración de José Martí, recorrieron ciudades de Estados Unidos, México, Centroamérica y el Caribe con resultados muy desiguales.

En 1889 el gobierno colonial lo autorizó a trasladarse a Cuba en aparente misión de paz y permaneció hasta la mitad de 1890. Su finalidad oculta era promover un nuevo alzamiento. Maceo quería conocer personalmente la grave situación de la isla y el apoyo con que contaba. En La Habana recuperó la relación con conocidos independentistas —Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez— y, sobre todo, informó de su proyecto a los jóvenes cubanos. Pero la tentativa de alzarse en Santiago volvió a fracasar y la conspiración fue abortada en interés de los azucareros y de las explotaciones de manganeso, mineral que da nombre al acuerdo de tregua: “Paz del manganeso” (agosto de 1890).

Expulsado de la isla, se instaló unos meses en Kingston y retomó la antigua idea de Máximo Gómez de establecer una colonia cubana en un país centroamericano; finalmente la colonia se fundó en Costa Rica.

En 1891 se trasladó a vivir a Costa Rica para poner en práctica el antiguo proyecto de establecer una colonia agrícola cuyos beneficios irían a parar a las arcas de la independencia. Contó con la autorización presidencial —de José Joaquín Rodríguez (1830-1917)— y una concesión de tierras en la costa del Pacífico, para fundar la colonia en Nicoya, a la que en enero de 1892, según un diario de La Habana, se trasladaron unos quinientos cubanos, entre los cuales se encontraban importantes ex combatientes de la Guerra de los Diez Años. Allí tendría lugar la entrevista que sostuvieron Maceo y Martí a mediados de 1893.

Martí presentó a Maceo las bases del Partido Revolucionario Cubano, fundado el año anterior, y el proyecto acordado con Gómez conocido como “plan de Fernandina”, por el que se originarían levantamientos simultáneos en toda la isla a la vez que se produciría el desembarco de tres expediciones con soldados y material de guerra. Un programa que coincidía con lo que el mismo Maceo pensaba. Paralelamente, la tranquilidad y el bienestar de que disfrutaban los cubanos en Nicoya languidecían frente a un clima político confuso (1894), aunque la proximidad de la invasión y una segunda visita de Martí tenían entusiasmado al general. Hacia finales de 1894 sufrió un atentado en San José de Costa Rica, en el que recibió una puñalada en la espalda, pese a la cual impartió formación militar a los cubanos que iban a acompañarle en la expedición. Las buenas perspectivas se frustraron cuando los barcos que Martí había contratado fueron detenidos por las autoridades estadounidenses en enero de 1895. Pero los planes siguieron adelante: en febrero surgía en la isla un levantamiento armado, y en abril desembarcaron en Cuba los principales dirigentes —Martí (que cayó mortalmente herido el 19 de mayo), Gómez y Maceo—, con lo que dio comienzo la Guerra de Independencia.

Durante los cuatro primeros meses, Maceo, comandante en jefe del Ejército, desarrolló la campaña de Oriente, en la que logró hacerse con la región y atajar al general Martínez Campos, nuevamente enfrentados, y Máximo Gómez controló la región camagüeyana; sólo debió lamentar la muerte de su hermano, el general José Maceo el 5 de julio de 1896. En la segunda mitad de 1896 ocuparon la parte occidental y animaron a las poblaciones por las que pasaron a unirse a ellos; a medida que se aproximaban a La Habana el fracaso militar de Martínez Campos y la destrucción causada por la guerra y el fuego era más visible. Cerca de La Habana, Maceo comprendió que la defensa de la capital era fuerte y se dirigió hacia Pinar del Río para preparar el asalto a La Habana. Sin embargo, un ataque les sorprendió cuando estaba el ejército asentado en la zona de Vuelta Abajo, y tras una breve escaramuza, recibió una herida en el cuello, que en esta ocasión sí acabaría con su vida.

 

Obras de ~: Epistolario de héroes: cartas y documentos históricos, ed. de G. Cabrales, La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1922; Disciplina y dignidad (cartas y circulares, 1895-1896), La Habana, Talleres de Cultural, 1936.

 

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Izaskun Álvarez Cuartero