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Diego Méndez de Segura

Biografía

Méndez de Segura, Diego. ¿Zamora?, c. 1470 – Valladolid, 8.XII.1536. Navegante, descubridor y alguacil mayor de Santo Domingo.

Aunque su niñez y su adolescencia andan envueltos en muchos interrogantes por las vinculaciones que tuvo con Portugal, parece que nació en Castilla, alrededor de 1470, probablemente en Zamora, de donde era natural su padre, pues según testimonio propio, él era “castellano e no estranjero”. Su padre, Garcí Méndez, fue contino de la Casa del rey Enrique de Castilla y tras el fallecimiento de éste, pasó a servir a la princesa Juana, conocida por la Beltraneja y casada con el rey Alonso de Portugal.

De muy niño, Diego Méndez marchó con su padre a Portugal, a la casa del conde de Penamacor, quien lo educó con sus hijos. En 1484 regresó a España con el conde y lo acompañó por Francia, Inglaterra, Flandes, Noruega y Dinamarca. Cuando volvían de Dinamarca, el rey de Inglaterra, a ruego del rey Juan de Portugal, prendió al conde de Penamacor, su señor, y lo tuvo preso cuatro años. Durante ese tiempo, Diego Méndez viajó a Castilla tres veces para negociar con la reina Isabel y el cardenal Mendoza que solicitasen del rey de Inglaterra al liberación, del conde que, una vez en libertad, se trasladó a Barcelona.

En las probanzas de los Pleitos Colombinos hechas en 1535, el mismo Méndez declaró que se encontraba en el real y ciudad de Granada cuando “Cristóbal Colón se concertó con el Rey e Reyna Catholicos a descubrir tierras nuevas”. Durante 1492 Diego Méndez siguió en la casa del conde de Penamacor y lo acompañó a Barcelona, donde permaneció hasta su muerte, acaecida en 1494. En la ciudad catalana, Méndez presenció la llegada triunfal del almirante en 1493 con “algunos indios y grandes muestras de oro”.

La historia personal de Diego Méndez dio un giro total cuando se enroló en el cuarto viaje colombino, como escribano mayor de la flota, entre 1502 y 1504.

De él dice Las Casas que era “persona bien prudente, y honrada, y muy bien hablada, la cual yo muy bien cognoscí”. Durante ese alto viaje, el almirante iba buscando un estrecho que facilitase una vía directa hacia la Especiería, pero que nunca halló. Por orden de Colón, Méndez escribió un libro acerca del viaje.

El 11 de mayo de 1502 partieron de la bahía de Cádiz, camino de las Indias, con cuatro navíos. Tras socorrer a la fortaleza portuguesa de Arcila, llegaron a Canarias y a finales de mayo tomaron rumbo a las Indias en uno de los viajes más rápidos (veintiún días).

Las dificultades con uno de los navíos le obligaron a dirigirse hacia Santo Domingo y recibir la negativa de Ovando cumpliendo la prohibición del almirante de que no recalase en la isla La Española. Fue testigo de la forma que tuvo el almirante de presentir y esquivar el huracán a primeros de julio de 1502, cuando recorrían las costas de Santo Domingo. El almirante y los suyos se salvaron refugiándose en el puerto de Azua.

A finales de julio llegaron a la costa continental de Honduras o Punta Caxinas después de sortear todo tipo de peligros, entre calmas, vientos y huracanes, corrientes adversas y frecuentes tormentas. Al recorrer Centroamérica, junto al cabo de Honduras, el almirante envió a su hermano Bartolomé a tomar posesión de la tierra con todo el ritual propio de la época, y Diego Méndez lo registró en sus papeles.

Recorrieron la costa de Veragua y el istmo de Panamá hasta el golfo del Darién. Desde ahí decidió regresar a La Española, ya que descartaba que hubiera un estrecho. Tampoco los indios eran pacíficos, ni su salud era buena, ni las embarcaciones resistían.

A finales de junio de 1503 se encontraban ya en Jamaica rumbo a La Española, en la actual bahía de Santa Ana, donde encallaron los dos barcos que les quedaban.

El recuerdo de lo sucedido no lo olvidó mientras tuvo vida y por eso merece la pena recordarlo como él lo cuenta: “Dende a 10 días el Almirante me llamó aparte y me dijo el gran peligro en que estaba, diciéndome ansí: Diego Méndez, hijo; ninguno de cuantos aquí yo tengo siente el gran peligro en que estamos sino yo y vos, porque somos muy poquitos, y estos indios salvajes son muchos y muy mudables y antojadizos, y en la hora que se les antojare de venir y quemarnos aquí donde estamos en estos dos navíos hechos casas pajizas, fácilmente pueden echar fuego dende tierra y abrasarnos aquí a todos; y el concierto que nos habéis hecho con ellos del traer los mantenimientos que traen de tan buena gana, mañana se les antojará otra cosa y no nos traerán nada, y nosotros no somos parte para tomárselo por fuerza, sino estar a lo que ellos quisieren. Yo he pensado un remedio si a vos os parece: que en esta canoa que comprastes se aventurase alguno a pasar a la isla Española a comprar una nao en que pudiesen salir de tan gran peligro como este en que estamos.

Decidme vuestro parecer”.

Ante la iniciativa colombina, visto el peligro que acechaba, Diego Méndez contestó: “Señor: el peligro en que estamos bien lo veo, que es muy mayor de lo que se puede pensar. El pasar desta isla a la isla Española en tan poca vasija como es la canoa, no solamente lo tengo por dificultoso, sino por imposible; porque haber de atravesar un golfo de 40 leguas de mar, y entre islas donde la mar es más impetuosa y de menos reposo, no sé quién se ose aventurar a peligro tan notorio. Su Señoría no me replicó, persuadiéndome reciamente que yo era el que lo había de hacer, a lo cual yo respondí: Señor, muchas veces he puesto mi vida a peligro de muerte por salvar la vuestra y de todos estos que aquí están, y nuestro Señor milagrosamente me ha guardado y la vida; y con todo no han faltado murmuradores que dicen que vuestra Señoría me acomete a mí todas las cosas de honra, habiendo en la compañía otros que la harían tan bien como yo; y, por tanto, paréceme a mí que vuestra Señoría los haga llamar a todos y los proponga este negocio, para ver si entre todos ellos habrá alguno que lo quiera emprender, lo cual yo dudo; y cuando todos se echen de fuera, yo pondré mi vida a muerte por vuestro servicio, como muchas veces lo he hecho”.

Méndez realizó dos tentativas. En la primera, con una sola canoa, fracasó. Durante la segunda empleó dos canoas al mando de Méndez y Bartolomé Fiesco, cada una con seis españoles y diez indios. Después de 72 horas y haber recorrido unas cien millas de mar recalaron en una isleta de La Española llamada Navasa.

Fiesco quiso regresar a Jamaica pero no encontró a nadie dispuesto a repetir la hazaña. Méndez informó al gobernador Ovando, el cual lo recibió, pero tardó incomprensiblemente varios meses antes de darle la licencia para que intentara rescatar a los que habían quedado en Jamaica.

Un año más tarde, en 1504, Méndez pudo fletar un navío y acudió a salvar a los que habían quedado en Jamaica. Esta hazaña de la canoa fue tan extraordinaria, que la recuerda en su testamento con todo lujo de detalles.

Tras continuar las penalidades que habían caracterizado el viaje, regresaron a España y arribaron al puerto de Sanlúcar de Barrameda el 7 de noviembre de 1504.

Diego Méndez no se separó del descubridor de América y le acompañó, con la lealtad que siempre le caracterizó, durante los últimos días de su vida por tierras de Castilla, en pos de la corte. Cuenta él mismo que, estando el almirante en Salamanca enfermo de gota, le dijo al descubridor: “Señor; ya vuestra señoría sabe lo mucho que os he servido y lo más que trabajo de noche y de día en vuestros negocios; suplico a vuestra señoría me señale algún galardón, para en pago dello”. A lo que el almirante contestó “que yo lo señalase y él lo cumpliría, porque era mucha razón”. Pidió que se le hiciese merced del alguacilazgo mayor de la isla La Española para toda su vida.

Colón consideró justa la petición y prometió cumplirla él o Diego, su hijo y heredero. Sin embargo, hasta poder disfrutarla, tuvieron que pasar muchos años.

En 1506 se producía la muerte del descubridor, al mismo tiempo que sobrevenía una profunda crisis en la cabeza del reino castellano con el enfrentamiento entre Felipe el Hermoso y Fernando el Católico.

Diego Méndez, mientras tanto, continuó ocupando un puesto de confianza entre la familia Colón, vigilando con gran lealtad los intereses de Diego, segundo almirante de las Indias.

Diego Méndez fue testigo y participó activamente, con protagonismo indiscutible, entre la primavera y el verano de 1508, de las grandes decisiones que se tomaron en Burgos (Junta de Burgos) sobre las Indias, especialmente el nombramiento de Diego Colón (9 de agosto) como nuevo gobernador general de las Indias sustituyendo a Ovando. En una carta al segundo almirante, que estaba lejos de Burgos, Méndez le puso al corriente de las tensiones y disputas habidas en la corte entre los Álvarez de Toledo, con el duque de Alba a la cabeza, defensores del heredero colombino por su reciente casamiento con María de Toledo, sobrina del duque, y los contrarios al almirante, con el poderoso obispo Rodríguez de Fonseca a la cabeza.

El 15 de diciembre de 1508, cuando el rey Fernando se dirigía desde Sevilla a tierras castellanas por la ruta de la Plata, se detuvo en la villa de Fuente de Cantos (Badajoz) y armó caballero de las espuelas doradas a Diego Méndez. Méritos no le faltaron y apoyos tampoco.

En 1509 acompañó al nuevo gobernador de las Indias, Diego Colón, y a la virreina, María de Toledo, en su primer viaje a Santo Domingo. Partió de Sanlúcar de Barrameda el 3 de junio, para arribar en el puerto del Ozama el 9 de julio. Pasó a Indias como secretario y contador del segundo almirante. El primero de octubre de ese mismo año era recibido como vecino por el cabildo de la villa de Santo Domingo.

Lo que no recibió fue el alguacilazgo mayor de la isla, como se le había prometido, ya que durante estos años lo ocuparon el adelantado Bartolomé Colón y Francisco de Garay.

Al año siguiente, el 22 de mayo de 1510, el nuevo gobernador hacía un reparto general de indios en la isla y asignaba a Diego Méndez una encomienda de 82 indios. La carta de encomendación, aportada en un pleito y que resulta ser uno de los documentos más antiguos de la isla, dice así: “Por la presente se encomiendan a vos, Diego Méndez, vecino de la villa de Santo Domingo, treynta personas con el cacique Perico del Atuhey e cincuenta naborías de casa, para que tengays cargo de los enseñar en las cosas de nuestra santa fee e os sirvays dellos sacando oro y en vuestras haziendas e granjerías el tiempo que se contiene en las hordenanças que cerca desto están fechas y pagándoles lo que por su trabajo está mandado, e a las dichas naborías trayéndolas vestidas”.

Durante 1511, con otros mercaderes y navegantes de la isla, llevó a cabo, sin grandes resultados, algunas expediciones por las pequeñas Antillas a la busca y captura de esclavos caribes.

A principios de 1514, Diego Méndez decidió volver a la corte para convencer al Rey y tratar de tramitar una gran armada contra los caribes. Esto lo aprobaron el almirante y los oficiales de Santo Domingo, dándole licencia oficial de un año para llevarlo a cabo y comprometiéndose a que, durante ese tiempo, no perdería los indios. Ya en Castilla y pasando el tiempo sin poder realizar su propósito, se enteró de que en el repartimiento de Alburquerque le habían quitado su encomienda, que había ido a parar a Antonio Serrano y a Juan Roldán. Pidió al Rey intervenir y se le concedió (2 de abril de 1515) una prórroga de otros diez meses de licencia, a la vez que se ordenó a los repartidores que si no se hubiera respetado lo anteriormente mandado se le devolviesen los indios. Los repartidores Alburquerque y Pasamonte hicieron caso omiso de esas autorizaciones y repartieron los 82 indios de Diego Méndez al licenciado Antonio Serrano y al bachiller Juan Roldán. Este acto ocasionó un largo pleito con visitas a la corte en seguimiento del mismo que duró veintidós años. Murió Méndez sin verlo concluido.

En 1517 visitó la corte flamenca del nuevo soberano de España, Carlos I, con la misión de negociar algunos asuntos colombinos y también su armada contra los caribes. En Bruselas se le recibió bien y consiguió una Real Cédula (5 de marzo de 1517) por la que se le restituyó de nuevo su encomienda. Es posible que durante esa estancia en Flandes coincidiese con Erasmo en Bruselas o adquiriese alguno de sus libros.

En junio regresó a Castilla y en agosto casó en Sevilla con Francisca de Ribera. Pasó con ella a las Indias, pues consta que desde octubre andaban ya por Santo Domingo, y tuvo con ella dos hijos, Diego y Manuel Méndez de Ribera. No olvidó el negocio del azúcar.

Finalmente, en 1522 alcanzó uno de sus grandes sueños: ser alguacil mayor de La Española, mediante compra que hizo de este oficio a García de Lerma, otro criado de confianza del segundo almirante. No obtuvo el cargo del modo en que lo esperaba, pero al fin lo consiguió.

El 5 de febrero de 1523, Diego Colón, en su calidad de virrey, dio una Real Provisión en contra de la Audiencia y Diego Méndez, como alguacil mayor, la tuvo que ejecutar. El hecho fue muy grave, por lo que los jueces, sorprendidos, lo amenazaron con la pérdida de todos los oficios. Tras enviar una copia a España de la Real Provisión, provocó una dura carta del Emperador en la que este ordenaba al virrey regresar inmediatamente a la corte. Al mismo tiempo, varios oficiales colombinos, entre ellos Diego Méndez, fueron arrestados regresando a Castilla. En 1526 volvió de nuevo a Santo Domingo, ya como alguacil mayor de la isla.

Estando en la isla recibió varios golpes: el principal fue la muerte de su mujer, unida a las dificultades para su enterramiento en la capilla mayor de San Francisco de Santo Domingo. El otro golpe se refiere a sus fracasos como comerciante de caballos, alimentos y otras cosas útiles a México, pues fue burlado por maestres de los dos barcos que fletó.

Cuando la virreina, María de Toledo, decidió volver a Castilla en 1530 a impulsar un final rápido y beneficioso de los Pleitos Colombinos, la acompañó Diego Méndez que ejerció de procurador de los Colón.

Con la fidelidad que siempre demostró, ahora siguió a María de Toledo, hasta que en Valladolid, como años antes le había sucedido al descubridor, le visitó la muerte.

En una cláusula de su testamento dice: “Mando que mis albaceas compren una piedra grande, la mejor que hallaren, y se ponga sobre mi sepultura, y se escriba en derredor della estas letras: aquí yace el honrado caballero Diego Méndez, que sirvió mucho a la Corona Real de España en el descubrimiento y conquista de las Indias con el Almirante D. Cristóbal Colón, de gloriosa memoria, que las descubrió, y después por sí con naos suyas a su costa; falleció, etc. Pido de limosna un Paternóster y una Avemaría. [...] en medio de la dicha piedra se haga una canoa, que es un madero cavado en que los indios navegan, porque en otra tal navegó 300 leguas, y encima pongan unas letras que digan: canoa”.

El cronista Castellanos resume en una estrofa este ascenso caballeresco de Diego Méndez así: “Por parecelle bien al rey guerrero / Aquella lealtad digna de loa, / Al Diego Méndez hizo caballero / Con rentas, y por armas la canoa”.

La cercanía de Hernando Colón debió de contagiarle o aumentarle su afición por los libros. De ahí su orgullo por dejárselos a sus hijos como mayorazgo.

De los diez libros que legó, cinco eran de Erasmo: Enchiridion; El Arte de bien morir; Los colloquios; Las querellas de la paz y Lingua Erasmi, lo que significa un nivel cultural muy significativo y nuevo.

Falleció en Valladolid el 8 de diciembre de 1536 y, según sus deseos, debía ser enterrado en el hoy desaparecido Monasterio de San Francisco de la citada ciudad castellana.

 

Bibl.: A. Ballesteros Beretta, Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, Barcelona-Buenos Aires, Salvat Editores, 1945; S. E. Morison, Cristóbal Colón. El Almirante de la Mar Océano, Buenos Aires, Librería Hachette, 1945; J. Almoina, La biblioteca erasmista de Diego Méndez, Ciudad Trujillo, Universidad de Santo Domingo, 1945; M. Fernández de Navarrete, Colección de los viajes que hicieron por mar los españoles desde el siglo xv, Madrid, Atlas, 1954; “Diego Méndez, secrétaire de Chistophe Colomb, et le comte de Penamacor”, en Bulletin des Études Portugaises, 30 (1969), págs. 40-41; E. Rodríguez Demorizi, Los Dominicos y las Encomiendas de Indios de la Isla Española, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971; T. S. Floyd, The Columbus Dinasty in the Caribbean 1492-1526, México, University of New Mexico Press, 1973; L. A. Vigneras, “Diego Méndez, Secretary of Christopher Columbus and Alguacil Mayor of Santo Domingo: A Biographical Sketch”, en Hispanic American Historical Review, 58 (4), (1978), págs. 676-696; L. Arranz Márquez, Don Diego Colón, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1982; C. Varela, Cristóbal Colón. Textos y documentos completos, Madrid, Alianza Editorial, 1982; H. Colón, Historia Del Almirante, ed. de L. Arranz, Madrid, Historia 16, 1984; Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española. El Repartimiento de Alburquerque de 1514, Madrid, Fundación García Arévalo, 1991; J. Pérez de Tudela, C. Seco, R. Ezquerra y E. López Oto (eds.), Colección Documental Del Descubrimiento (1470-1506), Madrid, Real Academia de la Historia, CSIC y Fundación Mapfre, 1994.

 

Luis Arranz Márquez