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José Félix de Lequerica y Erquicia

Biografía

Lequerica y Erquicia, José Félix de. Bilbao (Vizcaya), 30.I.1890 – Guecho (Vizcaya), 9.VI.1963. Político, ministro, embajador, representante español ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Coincidiendo con el boom de la economía vizcaína de 1890 nació José Felix de Lequerica y Erquiza en la Plaza Nueva nº 5 de Bilbao; espacio urbano de carácter residencial, institucional (Diputación), social (Sociedad Bilbaina) y de ocio (café Suizo) desde el siglo XIX. Fue uno de los cinco hijos de la familia compuesta por Eloísa Erquiza Meabe y José Lequerica Aguirre, ambos bilbaínos, aunque sus orígenes familiares se vinculan al cincuenta por cien con procedencia guipuzcoana y vizcaína. Sus abuelos paternos fueron José Salvador Lequerica Bergareche, natural de Bilbao, y Josefa Aguirre Balanzategui, de Oñati (Gipuzkoa). Sus abuelos maternos fueron Graciano Erquiza Iparraguirre, natural de Zestoa (Gipuzkoa), y María Teresa Meabe Berasaluce, de Larrabetzu (Bizkaia). Tuvo tres hermanos (Enrique, Luis y Ramón) y una hermana (María Teresa). Enrique fue el único que sobrevivió hasta edad longeva (contrajo matrimonio con Pilar Careaga y Basabe). La familia Lequerica fue clara representante de la burguesía de negocios de la primera industrialización vasca. Además de la Alcaldía detentada por su bisabuelo Agustín, las judicaturas del Consulado y Casa de Contratación de Bilbao tuvieron a varios miembros de su familia como claros representantes del comercio bilbaíno. Su padre estudió Ingeniería y se especializó en Caminos, canales y puertos, cosechando algunos éxitos profesionales que llevan su firma (muelles de Gijón), ocupó la Jefatura del Puerto en Santander y la de Obras Públicas en Vascongadas y Navarra, etc. Su iniciativa como emprendedor lo situó, asimismo, en la constitución de diferentes empresas industriales (Basconia, Tubos Forjados, Vidrieras de Lamiaco, etc).

Ramón de la Sota, miembro destacado de la plutocracia local, recordaba que el joven Lequerica y él mismo se habían sentado en los mismos bancos de las aulas del Instituto Vizcaíno, junto con Gustavo de Maeztu White, Ignacio de Areilza y Arregui, Pedro Gondra, y otros bilbaínos destacados. Sus aficiones adolescentes además del futbol y los toros fueron la pintura y la política. Caricaturista afortunado, mantuvo ese gusto por el Arte que le llevó a ser paladín de la creación de un Museo de Bellas Artes, logrado años después para Bilbao, a respaldar a pintores y a coleccionar obras de arte. Concluidos estudios de Bachillerato (exámenes de grado en 1904), ingresó en el Colegio de Estudios Superiores (luego Universidad de Deusto) para cursar Derecho y Filosofía y Letras, cuyo reconocimiento oficial exigía revalidar estudios ante tribunales de la Universidad de Salamanca. Tras obtener Sobresaliente en su Licenciatura, siguió estudios de Doctorado en Madrid (su tesis versó sobre “Estudios acerca del Sindicalismo”) obteniendo Sobresaliente con opción a Matrícula de Honor. Se convertía con 22 años en doctor en Derecho, el 22 de junio de 1912.

La Junta de Ampliación de Estudios le concedió una beca para matricularse en la London School of Economics. En vísperas de la Gran Guerra, su estancia en Gran Bretaña le permitió conocer las tendencias políticas, económicas (Sidney Webb, etc.) y artísticas más vanguardistas. El para entonces joven jurista, afín al maurismo, comenzó a destacar ante la opinión pública y ante conocidos intelectuales (como el mismo Unamuno).

Retornó a Bilbao con toda clase de experiencias y una admiración hacia Disraeli que se plasmó en su imponente biblioteca personal. Esta atracción hacia la cultura anglosajona y su dominio del inglés le permitieron más tarde explayarse en escritos y conferencias, al igual que cuando hubo de ejercitar la tarea diplomática; más aún en los Estados Unidos. Admirador también de corrientes de pensamiento francesas, participó activamente en la política alfonsina ligado a los partidos dinásticos en el País Vasco. Y aunque criticó “partidos limitados sin hondura ideal ni ánimo reformador” y al propio monarca Alfonso XIII (“poco ideológico y generalizador”) creyó fielmente en las tesis de A. Maura y su sistema (advirtiendo que este estaba “frustrado por el método”), por lo cual se autodefinió como proclive a un “parlamentarismo de verdad”. Fervoroso militante de las Juventudes conservadoras-mauristas desde 1913, fracasó en varias convocatorias electorales (municipal y generales) en territorio vasco, donde el empuje nacionalista era evidente, y sólo obtuvo acta al presentarse por Toledo (diputado cunero por Illescas y Toledo). Lo representaría en el Congreso de los Diputados desde 1916 a 1923.

El balance de su gestión parlamentaria no resulta trivial, pues se implicó entre otros temas, en los estratégicos debates arancelarios del momento. Bilbao bullía en este tiempo previo a la dictadura de Primo de Rivera, tanto desde sectores conservadores como desde el republicanismo-socialista, comunista y el sindicalismo radical. 1918 fue un año crucial para el maurismo vizcaino (el famoso banquete de Archanda de marzo así lo revela simbólicamente). La crisis abierta en el interior del Partido Conservador en 1913 con la “escisión datista” le mantuvo fiel a Maura, quien premiaría poco después su talento al nombrarle subsecretario de la Presidencia (1921) en el último de los gobiernos por él presididos. Según P. J. Chacón “Lequerica representa, dentro de la derecha vizcaína, el paso lúcido desde el viejo monarquismo liberal hasta el nuevo monarquismo autoritario, a tono con los regímenes dictatoriales del periodo de entreguerras”.

Desapareció de la escena política madrileña en 1923, según dijo “por propia decisión y ostracismo voluntario”, aunque las desavenencias partidistas le descolocaron. Su falta de aprecio hacia Primo de Rivera (“piccolo Mussolini”) era evidente. La fase de alejamiento forzoso de la política activa le llevó a intensificar su rol en los negocios industriales de la familia y a desplegar una frenética actividad en prensa local y nacional (La Noche, El Pueblo Vasco, El Dia Gráfico, etc.). Como resultado de sus artículos dominicales en el diario El Pueblo Vasco se editó una obra de notable impacto: Soldados y políticos (1926). En sus páginas —repletas de erudición histórica y rezumando iniciativas a la desesperada hacia quien todavía era su jefe político—se contenía la intención de resistencia pacífica frente al régimen primorriverista. Intervino en empresas editoriales (Hermes) y su presencia en la afamada tertulia del Lion D’Or pasó a ser un icono del clima de debate político-cultural de la capital vizcaína.

Había acompañado a Alfonso XIII en su viaje a Italia donde reunió postulados del movimiento fascista italiano, adentrándose teóricamente en el controvertido fenómeno. Volvió a Italia en 1929 mostrando ideas simpatizantes con el régimen italiano en cuanto garante de la unidad del Estado. Con la llegada de la denominada “dictablanda” del general Dámaso Berenguer (enero 1930 - febrero 1931) y luego, con el gobierno Aznar (dos meses de duración) se le nombró para la Subsecretaria de Economía (5 de septiembre 1930-abril 1931), evaluado políticamente por entonces comoun culto doctrinario de la Monarquía” (Manuel Aznar).

La evolución de los asuntos públicos se aceleraba. Desde el pronunciamiento militar de diciembre de 1930, intervino en el control de dos de los principales órganos de la oposición periodística madrileña: El Sol y La Voz, como también advierte J.M. Cuenca. Con la llegada al poder del republicanismo, viajó al extranjero, visitó prensa británica en calidad de representante de El Sol y se entrevistó con el Rey en Fontainebleau, donde al parecer éste le hizo un halagador ofrecimiento (convertirse en Jefe de Gobierno) que él rechazó abrumado ante el desorden de los partidos conservadores. Buscó sitio electoral en la República, pero la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) le cerró tal posibilidad. En sus escritos plasmó su rechazo al nacionalismo vasco y a los proyectos de autonomía. Su condena de la política de Gil Robles le acercaron a las posiciones de Renovación Española, con cuyo líder —José Calvo Sotelo— estrechó postulados. Respaldó a Ramiro Ledesma Ramos en la creación de La Conquista del Estado y a Gimenez Caballero y su Gaceta Literaria. Siguió de cerca la fusión de la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de Ramiro Ledesma, pero sin cerrar compromiso con ellos. Tras el fracaso de la Sanjurjada (1932) se involucra en un ambiente conspiratorio (se le encarceló durante dos meses por haber participado en la preparación del golpe). Estuvo entre los propulsores de empresas ligadas a Acción Española y colaboró con ABC de forma reiterada desde 1932. Figura entre los firmantes del Bloque Nacional en 1934 (alfonsinos, tradicionalistas, falangistas, cedistas, independientes, etc) en el que el liderazgo de Calvo Sotelo parecía indiscutible.

De nuevo relegado de la política activa, criticó el colaboracionismo de Gil Robles con la República, especialmente a raíz de la revolución de 1934. Tras haber asistido al entierro de J. Calvo Sotelo (14 de abril) salió para Inglaterra y se instaló después en territorio francés, donde recibió las noticias del golpe del General Franco y Mola. Iniciada la guerra civil y la ofensiva del Norte se desplazó hasta San Sebastian, presentándose allí y en Burgos ante el nuevo gobierno, asumiendo la idea del “nuevo estado” y el ideario autoritario del régimen. Publicó en el periódico Domingo con el seudónimo El Vigía combatiendo de manera decidida al nacionalismo vasco. Sus discrepancias con R. Serrano Suñer se acentuaron, aunque su postura política fue despejándose y obtuvo el nombramiento para la Alcaldía de Bilbao (19/VIII/ 1938-13/IV/1939), desde donde desplegó un dinámico programa de recuperación (la reconstrucción de los puentes, el aeropuerto, los museos, la hacienda municipal, etc. fueron temas prioritarios del mandato) tras sustituir a José Maria González de Careaga y Urquijo. Entonces como siempre demostró su bilbaína; formó parte del consistorio hasta 1948 en calidad de concejal, pese a que su nombramiento para la embajada de España en París comenzó el 10 de marzo de 1939.

En París y más tarde en Vichy permaneció hasta el 11 de agosto de 1944. Durante su estancia en Francia contrajo matrimonio en el arzobispado de París (1942) con Dña. Josefa Ramirez San Román, bilbaína y doce años más joven que él. Fiel representante del proyecto franquista, se propuso -como el hábil propagandista que fue- un mensaje de pacificación a efectos internacionales, así como la demanda de un lugar para España en la esfera internacional. Sin embargo, su nombramiento suscitó toda clase de antipatías dentro del propio Ministerio de Asuntos Exteriores y fuera de él. No obstante, la intensificación de relaciones bilaterales en Francia fue coincidente con el conservadurismo galo. Política de colaboración y vecindad fueron eslogan de su acción desde París hasta que la capital fuera ocupada por los nazis. Habiéndose firmado previamente el Convenio Jordana-Bernard, el embajador Lequerica acometió acciones muy distintas, temas pendientes de la posguerra española (entre ellos, la devolución del tesoro artístico, la cuestión de los exilados, etc.) y la negociación que concluiría con la firma del armisticio franco-alemán. L’Etat français de Vichy y el escenario de guerra mundial marcaron esta nueva compleja misión diplomática que comenzó en mayo de 1941. A partir de ahí la Embajada sufrió un itinerante proceso (Paris, Tours, Burdeos, Royat y Vichy) de resultados contradictorios. Entre los asuntos más espinosos se contabiliza la detención de L. Companys y J. Zugazagoitia, junto con otros opositores al régimen de Franco. La decisión adoptada por el ministro del ramo, R. Serrano Suñer, fue gestionada por el ministro consejero Castillo quien notificó al ministro la detención desde París, y la conducción del presidente de la Generalitat hasta Madrid junto con un oficial alemán y el funcionario Sr. Urraca, cumpliendo instrucciones del director general de Seguridad.

Los contactos del embajador con responsables nazis en Francia tuvieron por fin diversos aspectos, incluida la evacuación de judíos a los que se les clasificó e identificó como ciudadanos españoles. Aunque se le asocia con un talante antisemita, autorizó a su primer secretario E. Propper de Callejón la tarea durante ocho días para dar curso a innumerables peticiones de visado a judíos desde Burdeos, “casi sin poder dormir normalmente durante varios días”, según relato del propio Lequerica. Su propaganda cultural en favor del régimen de Franco y de la cultura hispana fue destacada. Ante el repentino fallecimiento en San Sebastián del ministro general Gomez Jordana (3 de agosto de 1944) la ambición política del calificado “carguista”, según opinión propia y reiterada por sus detractores, lograría el ambicionado objetivo: la cartera de Estado. Fue un ministerio-interim complicado (agosto 1944-julio 1945). Se valoraba su fidelidad y entrega, pero con él se instaló un cierto funambulismo del régimen dictatorial. Como precisa C. Sanz: "Lequerica, que no era un pro-nazi o germanófilo convencido, sino más bien un franquista radical que se autodefinía simplemente como ‘carguista’, pasó de constituirse como un ejemplo acabado de lo que significaba ser colaboracionista con los alemanes a amoldarse perfectamente a su nuevo papel de lograr un mayor acercamiento a los Estados Unidos y Gran Bretaña y fomentó un progresivo alejamiento respecto de Alemania".

El 11 de agosto de 1944 juró como ministro en el Pazo de Meirás, tomando posesión del cargo dos días después en Madrid. La decisión volvió a suscitar críticas desde sectores de la vieja diplomacia y de antiguos monárquicos. La inmediatez de la derrota del Eje llevó a Madrid a articular una nueva política exterior por medio de la aproximación a británicos y estadounidenses, pero también con la hostilidad hacia los japoneses. El Consejo de Ministros del día 11 de abril de 1945 decidió romper relaciones diplomáticas con Japón, debido a la masacre de población civil de Manila, colonia española incluida, por parte del Ejército japonés, además de la destrucción de numerosos edificios culturales, mercantiles e industriales españoles. El embajador británico en España Samuel Hoare, repitiendo frase de Sthendal, lo calificó como “cést un homme que digére”. Sin embargo, la huella ambivalente de su gestión le curtió, dada la gimnasia negociadora que practicó el gobierno durante el aftermath de la segunda guerra mundial. Lequerica pretendió iniciar una nueva política exterior fomentando la relación atlántica y para restaurar posiciones entre los aliados. Sin embargo, cometió errores de gestión evidentes que le llevaron a perder la confianza de sus valedores, estando Carrero Blanco en el centro de la crisis política que decidió instalar un nuevo ministro que no despertara “ni filias ni fobias”. El régimen franquista quedó excluido de la conferencia de San Francisco que daría nacimiento a la ONU. Pero su cese ministerial en julio de 1945 no significaría una caída en desgracia ante Franco. Procurador en Cortes, vicepresidente de éstas, consejero nacional, muy pronto el “generalísimo” le confió la misión más trascendental durante los años del bloqueo que internacionalmente se impuso al régimen. Con A. Martin Artajo en Exteriores, el 18 de abril de 1948 se le confió la Inspección de las Misiones diplomáticas y consulares de España, destinado en el Ministerio con categoría de Jefe de Sección. Viajó a Londres, la Haya y Washington.

En la primavera de 1948 estaba ya al frente de la Embajada en los Estados Unidos actuando como embajador oficioso. Una estancia (1947-1950) que cuestionada de inicio con beligerancia, siguió el dictado de recomendaciones que el propio Franco le hizo llegar en su correspondencia bilateral. Ante la desorganizada Embajada española, uno de sus primeros objetivos fue la creación de una misión cultural permanente, a pesar de seguir -como se ironizaba- en calidad de embajador “at large”. 1948 fue decisivo en la tarea de construcción de un muro de contención, apoyándose en la banca, la ITT, la “aristocracia política norteamericana” y prensa influyente. Su experiencia organizando un aparato de propaganda y la ayuda recibida desde determinados sectores de la Iglesia católica le permitieron diseñar un plan de acción con la ayuda también del lobby senatorial. La conexión con el abogado Charles Patrick Clark devino en la organización de una suerte de lobby español.

Finalmente presentó sus credenciales ante el presidente Truman el 17 de enero de 1951. Logrado el placet para el Embajador “at last”, confirmó su estilo personal en público y privado. Su Libro de Menús denotaba, como en Vichy, un peculiar savoir faire en protocolo y diplomacia. Las concesiones económicas estadounidenses siguieron un curso negociador lento. Una primera ayuda financiera, anulada finalmente por decisión personal de Truman, no desanimó al diplomático vasco, experto ya en el juego político estadounidense durante aquellos años cruciales de la guerra fría. Embajador acreditado (hasta1954), intervino de manera destacada en la gestación y firma de los célebres Pactos entre Norteamérica y España de septiembre de 1953, punto culminante de su andadura diplomática. La visita del Almirante Sherman a Franco confirmó el interés militar norteamericano por consolidar posiciones geo- estratégicas (puertos y aeropuertos) en Europa. El empréstito votado en favor de España llegó en 1951. Pero 1953 fue el año en que culminó la negociación dando paso a los Pactos de Madrid.

Su deseo de recuperar la cartera de Exteriores se frustró, pero le cupo el honor de ser el primer representante español al conseguirse el ingreso de España en la ONU, en 1955. La firma de su nombramiento (23 de diciembre de 1955) como jefe de misión en las Naciones Unidas afrontó objetivos nada rutinarios; antes bien, las actas de la ONU muestran sus intervenciones en las plenarias del areópago internacional destacando la imagen que España buscaba en aquellos años decisivos, e influyendo entre diversas delegaciones latinoamericanas.

Falleció el 9 de junio de 1963 en su domicilio de Las Arenas, tras haber sido ingresado en una clínica, debido a un cáncer. Sus honras fúnebres fueron expresión del respeto que las autoridades locales y nacionales le demostraron. Entre coetáneos que le conocieron bien estuvieron F. Castiella y Jose Maria de Areilza, quien expresó en su obituario una de las tantas definiciones que diera de su amigo: “Fue uno de los hombres de nuestro siglo que llevaba más porvenir dentro de su espíritu”. “Lequerica tenía quizá la cabeza mejor amueblada de los políticos de su tiempo. Las circunstancias no le ayudaron para que cuajara en una gran figura del hombre de Estado. Veía mucho y veía lejos”. Su enorme talento, sagacidad negociadora y extensa cultura le convierten seguramente en uno de los más brillantes políticos del primer franquismo.

El 14 de diciembre de 1954 había sido elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (medalla 22). Tomó posesión el 26 de junio de 1956 con un discurso sobre “La actividad económica de Vizcaya en la vida nacional”. Estuvo en posesión de la Gran Cruz de Carlos III, Gran Cruz de Isabel la Católica, Gran Cruz de la Orden del Sol de Perú, Orden de Amigos de Filadelfia, Legión de Honor, la cruz Pro Ecclesia et Pontífice y Medalla de Oro de Bilbao. En junio de 1952 se le dio el título de doctor honoris causa por la Universidad católica de Washington y, en septiembre del mismo año, por el colegio de Vilanova, de Filadelfia. Ciudadano de honor de Nueva Orleans.

 

Obras de ~: Soldados y políticos, Bilbao, Editorial Voluntad, 1928; La posición de España en la política internacional (discurso pronunciado el 12 de octubre de 1944 y declaraciones al director de la Associated Press en España, el día 18 de enero de 1945), Madrid, Dirección de América, 1945; La actividad económica de Vizcaya en la vida nacional (discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y contestación del académico de número J. Larraz López), Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1956; La experiencia política del mundo actual, Madrid, Servicio de Información y Publicaciones de la Organización Sindical Pueblo, 1961.

 

Bibl.: M.ª J. Cava Mesa, Los diplomáticos de Franco: J. F. de Lequerica, temple y tenacidad (1890-1963), Bilbao, Universidad de Deusto, 1989; “José Félix de Lequerica embajador en Francia (1939-1944). El gesto retórico”. en A. C. Moreno Cantano (coord.), Propagandistas y diplomáticos al servicio de Franco (1936-1945), Gijón, 2012, págs. 81-116; J. M.ª de Areilza, Así los he visto, Barcelona, Editorial Planeta, 1974; Memorias Exteriores. 1945-1964, Barcelona, Editorial Planeta, 1984; J. Tusell, Franco y los católicos. La política interior española entre 1945-1957, Madrid, Alianza Universitaria, 1984; J. Tusell, F. Montero y J. M.ª Marín, Las derechas en la España contemporánea, Barcelona, 1997; P. Preston, Franco: a biography, Londres, 1993; C. Hayes, Misión de guerra en España. Madrid, 1946; E. Moradiellos, Franco frente a Churchill. España y Gran Bretaña en la Segunda guerra mundial, Barcelona 2005; F. Rodao, Franco y el imperio japonés, Barcelona, 2002; A. Viñas, Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos. Bases, Ayuda económica, recortes de soberanía, Madrid, 1981; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705- 1998), Madrid, 1998, págs. 614-617; J. M. Cuenca Toribio, Estudios de Historia política contemporánea, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 2000; P. J. Chacón, Nobleza con libertad. Biografía de la derecha vasca, Bilbao, 2015; C. Sanz, España y la República Federal de Alemania (1949-1966). Política, Economía y emigración entre la guerra fría y la distensión, Madrid, 2006; J. Agirreazkuenaga Zigorraga, M. Urquijo Goitia, et al., Bilbao desde sus alcaldes: Diccionario biográfico de los alcaldes de Bilbao y gestión municipal en la Dictadura, Vol 3:1937-1979, págs. 147-167; A. Arozamena (seudónimo de I. Estornés) rhttp://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/eu/lequerica- erquiza-jose-felix/ar-78213/; J. Casanova y C. Gil Andrés, Twentieth-Century Spain: A History, Cambridge, 2014; L. Suárez Fernández, Franco. Los años decisivos. 1931-1945. Barcelona, 2011.

 

M.ª Jesús Cava Mesa

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