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Carlos Martínez de Campos y Serrano

Biografía

Martínez de Campos y Serrano, Carlos. Duque de la Torre (III), conde de Llovera (I). París (Francia), 1887 – Madrid, 20.V.1975. Teniente general de Artillería, caballero de la Orden de Calatrava, jefe del Estado Mayor del Ejército, profesor de la Escuela Superior del Ejército, gobernador militar del Campo de Gibraltar, capitán general de Canarias, preceptor del príncipe don Juan Carlos de Borbón e historiador militar.

Carlos Martínez Campos y Serrano nació en París en 1887 del matrimonio formado por José Martínez Campos Martín de Medina, Conde de Santovenia, y María Concepción Serrano Domínguez, hija del Duque de la Torre. Martínez Campos optó por la carrera de las armas, ingresando en la Academia de Artillería de Segovia, centro docente militar de consolidado prestigio militar y científico-técnico desde su fundación en 1764 por el Conde de Gazola en el reinado de Carlos III.  Tras el incendio del alcázar segoviano en 1862 se trasladó al Convento de San Francisco y principios del siglo XX allí estudiaban promociones de artilleros que también eran formados como ingenieros industriales, continuando una tradición competencial de la Artillería Española, la dirección de las industrias militares españolas desde que este sector, en la segunda mitad del siglo XVIII, fuera estatalizado por Carlos III.

Precisamente en 1908, año de la conmemoración del primer centenario de la Guerra de la Independencia, Carlos Martínez Campos finalizaba sus estudios en la Academia segoviana, con el grado de teniente, en la promoción 195.º. Pero su formación militar se completaría diez años más tarde, cuando se diplomó en Estado Mayor.

Según la documentación consultada en su expediente personal, su primera intervención en el campo de batalla daría comienzo de inmediato, siendo destinado en 1909 a las campañas de Melilla, y participando también posteriormente en la Guerra de Marruecos de 1921 a 1923.

La crispación se palpaba en el ambiente en aquellos primeros años del reinado de Alfonso XIII. Durante la última fase de Gobierno del Partido Conservador de Antonio Maura, el centro de gravedad de la política se concentraría en el problema marroquí. La Sociedad Española de Minas del Rif trabajaba en la región en la construcción de un puente de ferrocarril para el transporte de hierro de las minas de Beni-Bu-Fur a Melilla, obras que se veían perjudicadas por los constantes ataques de las cavilas guerreras rifeñas. La tensión creció especialmente tras el denominado desastre del Barranco del Lobo, en julio de 1909, que se produjo como consecuencia de una de estas embestidas, dando lugar a la movilización de reservistas hacia la zona por parte del Gobierno español, y desencadenando, en último término, la “Semana Trágica” de Barcelona.

En este contexto, daba comienzo la campaña del Rif, en la que participó el teniente Martínez de Campos.

El objetivo principal consistió en controlar el estado de anarquía en este territorio próximo a Melilla —perteneciente al país rebelde o Blad-el-Siba— con la creación de una zona de seguridad que garantizase la integridad del área de soberanía española. En el mes de septiembre las tropas españolas tomaron las alturas del Gurugú, liberando a Melilla de la presión de los rifeños, asegurándose dos meses más tarde el dominio del terreno colindante.

Aún hubo otros episodios en los que habría que destacar la presencia de Martínez de Campos en estas campañas de Marruecos. En las acciones del 1 de febrero de 1914 en las cercanías de Beni-Salem, se encontró en una operación dirigida por el general Aguilera, con el fin de proteger de los harqueños autóctonos esa peligrosa comarca y dar así seguridad al tramo Tetuán-Malalién de la carretera de Ceuta.

Como teniente de Caballería, se encuadraba en ese momento en la columna del general Berenguer, que llevó el peso principal de la actuación, resultando herido.

En una posterior etapa de la guerra —tras el descalabro del ejército español en Annual el 20 de julio de 1921— se halló en las operaciones de ocupación de Nador como capitán de Caballería, en septiembre de aquel año, bajo las órdenes supremas del general Cavalcanti; y en la maniobra de protección del convoy que, con destino al fuerte de Tizza, hizo llegar con éxito víveres, agua, elementos sanitarios y materiales de artillería. Este momento cumbre fue relatado como sigue por el propio Martínez Campos: “[...] el Comandante General penetra en el fortín de Tizza, la situación en éste era angustiosa, y los semblantes de alegría y agradecimiento pocas veces recordado [...].

Poco después de la llegada del General empezaron a entrar los primeros elementos del convoy, mientras el Capitán, cumpliendo su palabra y presentándose ante el caudillo conduciendo una acémila y herido decía: mi General, ha llegado el convoy, tenemos tantas bajas”.

Durante este mismo período, Martínez de Campos tuvo también ocasión de ampliar horizontes y conocimientos al ser enviado en diferentes ocasiones en misiones diplomáticas al extranjero, en calidad de agregado militar. De este modo, en 1918, conocería China y Japón; y, tras su intervención en las citadas campañas marroquíes en 1923, se le destinó a Roma, Sofía, Atenas y Ankara. Sin duda fue uno de los militares españoles de la época que más viajó por el mundo y que, por tanto, poseía un bagaje de conocimientos sobre los ejércitos extranjeros que condicionaría sus destinos y su trayectoria militar futura.

Al comenzar la Guerra Civil en julio de 1936, siendo ya teniente coronel, se alineó con los sublevados en el ejército del Norte, dirigido por el general Mola. Desde los primeros momentos, incorporado en Pamplona, tomó parte, como jefe de Estado Mayor de la columna Beorlegui, en las ocupaciones de Oyarzun, Irún y San Sebastián.

Además, es conocida su intervención en el rescate del escritor Pío Baroja, detenido por un grupo de requetés navarros, ayudándole a cruzar la frontera francesa.

En aquellos días, se encargaba de la atención de todos los servicios, de la formación de las primeras unidades y del abastecimiento de las tropas, organizando las evacuaciones. Estabilizado este frente de Guipúzcoa, tras la conquista, casi íntegra, de la provincia por los nacionales, asumió el mando de una Agrupación de Infantería, y posteriormente el de la Artillería de la División de Navarra, equivalente, por sus efectivos, a un Cuerpo de Ejército.

Una vez descartada Madrid, a cuya ocupación el Ejército Nacional tuvo que renunciar temporalmente, los objetivos se centraron en controlar otros frentes, como los de Vizcaya, Santander y Asturias, en los que se acumulaban grandes reservas materiales y humanas.

De esta forma, se disponía en primer lugar la formación de una masa artillera destinada a la zona vizcaína, a cuyo mando se puso al teniente coronel Martínez de Campos. Siguiendo un meticuloso plan de fuegos en coordinación con la aviación —se ha de resaltar aquí la importancia de la Legión Cóndor alemana— y tras la ruptura del “Cinturón de hierro” de Bilbao, fue ocupada Álava el 19 de junio de 1937.

En los meses siguientes intervino asimismo en la victoria sobre el frente de Santander y, una vez dominada la provincia cántabra hasta el margen del río Deva, se encontró ante la imponente tarea de someter Asturias, último baluarte de la resistencia republicana en el norte.

Las fuerzas del Ejército Nacional del Norte en la región, al mando del general Dávila, iban a contar para esta maniobra con la potente artillería de la agrupación del coronel Martínez de Campos, organizada a base de las baterías que acababan de ser intervenidas en las operaciones de Santander, seis grupos y varias baterías independientes. La compleja orografía, que obligó en ocasiones al transporte de las piezas a brazo, unida a la ferocidad de la resistencia, dificultarían en grado sumo las operaciones. Tras la ocupación inicial de las posiciones del puerto de Pajares, Ribadesella, margen derecha del Sella, Cangas de Onís y el santuario de Covadonga, el 21 de octubre el frente asturiano se derrumbaba, con la caída de Avilés, Gijón y Trubia.

Paralelamente, en el verano de 1937, se había reactivado el frente de Aragón, sobre el que operaba el ejército republicano del Este. Nombrado ya comandante general de Artillería del ejército del Norte, Martínez de Campos se posicionaría con sus tropas en esta zona, entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938, interviniendo en la ciudad de Teruel y sus alrededores. La misma Teruel, Las Celadas y el Muletón, junto con Mansueto y Santa Bárbara, fueron los principales puntos en que se destacó y venció la artillería del llamado bando nacional.

Escasos meses más adelante, en abril de 1938, según se refleja en su hoja de servicios que se conserva en el Archivo General Militar de Segovia, Martínez Campos tomó parte también en la batalla del Ebro, de nuevo al frente de la Artillería, en el que sería el momento culminante de la contienda. El coronel destacaría concretamente en las acciones de los frentes de Corbera, Gaeta y la sierra de Caballs.

La ofensiva contra Valencia por parte de los nacionales se suspendía de inmediato al cruzar las fuerzas republicanas el río Ebro, comprometiendo todo el dispositivo nacional en una audaz y complicada operación. El enfrentamiento se desencadenó en el cauce bajo del valle del Ebro, en la zona occidental de la provincia de Tarragona (Terra Alta) y en la zona oriental de la provincia de Zaragoza (Mequinenza), durante los meses de julio a noviembre de 1938.

Martínez de Campos llegaría a disponer bajo su mando de unas quinientas baterías, poniéndose de manifiesto la superioridad artillera del ejército nacional, a pesar de que, según contaría el propio coronel, sus cañones estaban tan gastados que muchas veces no llegaban a alcanzar el objetivo, habiendo de pedir suministros a los aliados alemanes.

No obstante, la resistencia republicana era grande y apenas conseguían avanzar en un terreno demasiado estrecho, en sucesivos ataques y contraataques. Tras el fracaso de las maniobras de ala planeadas, los nacionales decidieron efectuar un ataque por el centro, ocupando la sierra de Caballs. En octubre, se emprendía la acción decisiva en la que la Artillería tendría un papel de absoluta relevancia, con la responsabilidad de anular las fortificaciones enemigas, colapsando a los defensores. Campos convocaba una junta de artilleros el día 24 en la que se distribuirían las misiones, articulando las unidades. Aún tardarían seis días en lograr la ruptura del frente contrario. Tras más de cien días de cruento combate, el 3 de noviembre cedía la resistencia, facilitándose así la ocupación del área que se extiende desde el río Segre hasta el mar y la frontera francesa, debilitadas las mejores unidades republicanas sin tiempo ya para reorganizarse.

Aún restaba territorio por rendirse al ejército nacional, que emprendía entonces su gran ofensiva sobre Cataluña. Martínez de Campos dirigiría con éxito la Artillería por el Norte, en el sector de Tremp, formada por más de trescientas bocas de fuego. El 10 de febrero de 1939 se ponía fin a la resistencia catalana.

Sucesivamente, el 28 de marzo capitulaban Madrid y el Grupo de Ejércitos Republicanos de la Región Central. Las tropas nacionales entraban en la capital y el cuartel del general Franco emitía su último parte de operaciones el 1 de abril, en lo que suponía el final de la guerra.

En sus memorias, publicadas con el título de Ayer, en dos volúmenes, Martínez Campos reconoce en el “Prólogo” al segundo tomo de esta obra, que trató todo lo referente a la Guerra Civil desde el punto de vista de su Arma, por lo que esta etapa —según sus propias palabras— “queda reducida a una simple ‘crónica artillera’ (local, inclusive)”.

Sin embargo, de su intervención en la guerra cabe señalar que Martínez Campos no se apartó del frente más que un solo día, sin ser herido en ningún momento, ni disfrutar de permiso alguno “las casi mil jornadas de lucha transcurrieron para él al pie del cañón”.

Sobre estas memorias, el autor aseguraba que “sin ser historia propiamente dicha, ni una autobiografía, se han escrito en la intención de dar a conocer ambientes de una época vivida intensamente”.

Finalizada la Guerra Civil, Martínez de Campos fue ascendido a general de brigada en 1940, a general de división en 1943 y a teniente general en 1953. Además, fue condecorado con la Medalla Militar Individual, por su acción el 4 de septiembre de 1936 en Oyarzun e Irún (Guipúzcoa), entre otros honores.

Entre 1939 y 1941 fue nombrado jefe del Estado Mayor Central, ocupando un despacho que años antes había sido de Franco, y con el general Varela como ministro de la Guerra. Su experiencia y conocimiento de otros ejércitos extranjeros adquiridos en destinos diplomáticos anteriores, fue un activo determinante para su nombramiento. Él mismo lo reconocía así en sus memorias: “Tanto tiempo fuera: en Europa, Asia, África y América; y todo este tiempo meditando sobre lo aprovechable para España, me había enseñado lo necesario para ejercer mi cargo”.

Modelos no le faltaban, pero en la más inmediata posguerra no se trataba de emprender desde el Estado Mayor Central una reforma más de los Ejércitos, sino una nueva organización general. Por ello mismo, tuvo muchas dificultades, topó con obstáculos de envergadura desde dentro, entre otras razones porque la guerra se olvidaba y —según su propia percepción— “los viejos criterios renacían”. En un destino tan delicado y trascendente para el futuro del Ejército que había salido de la guerra, Martínez Campos no pudo abordar aquella reorganización militar como hubiera deseado, reconociendo en primera persona en sus memorias que “tenía proyectos, pero estos no rebasaron la barrera que limita Buenavista”.

Con posterioridad, fue destinado como gobernador militar a Cádiz, punto de vital importancia estratégica para la defensa, cargo que simultaneó con otro de nueva creación el mando de la Reserva General de Artillería en Madrid, y que con el tiempo se convirtió en Jefatura de Artillería del Ejército. Su destino en Cádiz estaba conectado con la defensa del Estrecho, en unos años muy difíciles en el contexto de las relaciones internacionales. Desde el punto de vista artillero, el general Martínez Campos recordaba con alivio que ya disponían entonces de la dirección de tiro “Costilla”.

En esos años, además de ejercer la Jefatura de la Reserva General de Artillería, desempeñó el profesorado de Estudios Estratégicos en la entonces recién creada Escuela Superior del Ejército, demostrando no sólo una vocación, sino también unas aptitudes docentes muy reseñables.

Pero su perfil profesional le condicionó sobremanera y durante la Segunda Guerra Mundial fue comisionado al extranjero, concretamente a Suecia, Alemania y Rusia. Asimismo, ocupó la Capitanía General de Canarias hasta 1953, así como la Inspección de Tropas Saharianas.

De igual forma, entre las múltiples comisiones especiales que asumió Martínez Campos a lo largo de su dilatada vida militar, se le encomendó la misión de representar a España en la toma de posesión del nuevo presidente de la República Chilena, general Ibáñez, en 1953, comisión que se prolongó con estancias en Argentina, Perú, Panamá y Cuba.

Este general continuaría su intensa actividad en los siguientes años, dedicándose a partir de entonces con mayor empeño a sus otras grandes pasiones, la historia y la enseñanza de la táctica y la estrategia militar, publicando más de una veintena de obras. En este sentido, cabe recordar también que fue preceptor del príncipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón, además de consejero privado de su padre, don Juan de Borbón y Battemberg.

Durante un tiempo colaboró asimismo como redactor feraz en el Memorial de Artillería, la revista científico-técnica de los artilleros, una verdadera institución del Arma, fundada en 1844 por el que fuera director general del Cuerpo Francisco Javier de Aspiroz y Jalón, para la publicación periódica de las memorias existentes en los Archivos de Artillería, así como para dar cuenta de los adelantos científicos de las fábricas y de cuanto tuviera relación al material y al personal.

Sin duda, Martínez Campos dedicó mucho tiempo y esfuerzos a la investigación histórica, y a la historia militar de España, publicando numerosos estudios y obras entre los que destaca su ya clásica España Bélica.

Pero cuando escribió sobre la Guerra Civil en la posguerra —según confiesa en sus memorias— procuró “caminar despacio porque la censura se cernía sobre cuanto se apartaba de las versiones encauzadas hacia un empalagoso elogio de las operaciones militares”.

En este sentido, es interesante recordar que en 1970, cuando publicó el segundo volumen de Ayer, el veterano artillero reflexionaba en su “Prólogo” sobre la historiografía oficial de la Guerra Civil Española de la que tenía un prolijo y exhaustivo conocimiento, concluyendo que “nuestras obras —las pocas publicadas— eran más subjetivas que objetivas”.

Carlos Martínez Campos ha sido reconocido y recordado por el Arma de Artillería como uno de sus miembros más destacados, pero no sólo a su muerte, sino en vida también. De hecho, toda su trayectoria militar e intelectual le llevó a ser uno de los pocos seleccionados por el Arma, siendo recompensado con la concesión del Premio Daoíz de Artillería, en el quinquenio 1943-1948, el máximo galardón artillero y uno de los más prestigiosos que se otorgan en el Ejército español.

Este premio fue instaurado en 1908 —coincidiendo con la conmemoración del Primer Centenario de la Guerra de la Independencia— por el capitán de Artillería Francisco Villalón-Daoíz, vizconde del Parque, en honor de su antepasado, el insigne artillero protagonista del 2 de mayo. El Premio Daoíz estaba cuantiosamente dotado, con la suma de 25.000 pesetas y la entrega de un sable de honor, con la inscripción conmemorativa y un puño de madera con filigrana de oro. Desde su creación el premio era concedido cada cinco años al jefe u oficial de Artillería en activo que hubiera realizado mayores aportaciones o servicios en el campo científico y militar, siempre relacionados con el Arma.

El retrato del general Carlos Martínez Campos y Serrano forma parte de la Galería Iconográfica de los Premios Daoíz, que, en la actualidad, se conserva en el Real Alcázar de Segovia, con sus recuerdos históricos, donde se instaló procedente del Museo del Ejército.

Para finalizar, cabe señalar que el general Martínez de Campos perteneció a diferentes sociedades e instituciones eruditas. Entre otros nombramientos, es importante recordar que fue presidente honorario de la Real Sociedad Geográfica de España, vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, académico de número de la Real Academia Española desde 1950 y de la Real Academia de la Historia desde 1963.

 

Obras de ~: La Artillería pesada en la guerra campal, 1916; Artillería y aviación, 1918; Consideraciones sobre la zona francesa de Marruecos, 1919; Las fuerzas militares del Japón en 1921, 1921; Pájaros de acero, 1922; Con las tropas italianas en el Fezzan, 1927; El Arte Militar aéreo, 1928; La Artillería en la batalla, 1929; La Artillería de Campaña en terreno montañoso; El problema orgánico de las grandes unidades desde el punto de vista táctico-terrestre, 1933; La cuestión de los servicios en el Ejército, 1934; La guerra terrestre, 1935; El dominio del mar, 1935; El fuego. Ensayo analítico sobre acciones aéreas, navales y terrestres, 1936; Los fuegos, 1936; Apuntes sobre el empleo de la Artillería, 1941; Cuestiones de ante-guerra, 1942; Teoría de la guerra, 1945; Ayer. 1892-1931, 1946; Las campañas del Pacífico y del Extremo Oriente, 1946, t. VIII de la Historia de la Segunda Guerra Mundial; ¿Otra guerra?, 1951; Dilemas, temas militares, 1953; España sin alianzas, 1953; Figuras históricas, 1958; El desequilibrio de las fuerzas políticas, 1958; La Reina Cristina y el desastre, 1959; Dos batallas de la guerra de liberación de España, 1962; El archipiélago de Svalbard, 1968, Ayer. 1931-1953 (2.ª parte), 1970; Francisco Serrano y Domínguez, 1972; España bélica, 1972.

 

Bibl.: Índice General del Memorial de Artillería (enero 1901-diciembre 1920), Madrid, 1935, Serie 4.ª, t. IV, pág. 299; J. Vigón, Historia de la Artillería española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1947, 3 vols.; J. M. Gárate Córdoba (coord.), España en sus héroes. Historia bélica del siglo XX, Madrid, Ornigraf, 1969, 2 vols.; Galería militar contemporánea, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1970, 6 vols.; R. Carr (ed.), Estudios sobre la República y la Guerra Civil, Barcelona, Ariel, 1973; J. M. Martínez Bande, “La batalla de Teruel”, en Monografías de la guerra de España, n.º 10, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1974; “La batalla del Ebro”, en Monografías de la guerra de España, n.º 13, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1978; Historia de las campañas de Marruecos, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1981, 3 vols.; S. G. Payne, Los militares y la política en la España contemporánea, Madrid, Sarpe, 1986; M. Artola Gallego (dir.), Enciclopedia de Historia de España. Vol. 4, Diccionario biográfico, Madrid, Alianza Editorial, 1991; A. Carrasco García (coord.), Las campañas de Marruecos (1909-1927), Madrid, Ediciones Almena, 2001.

 

María Dolores Herrero Fernández-Quesada

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