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José García Guerrero

Biografía

García Guerrero, José. José Guerrero. Granada, 29.X.1914 – Barcelona, 23.XII.1991. Pintor.

Nació en el seno de una familia humilde, tercero de cuatro hermanos. Su padre era cochero y su madre criada de una familia acaudalada de la ciudad. Sus años escolares, marcados por el paso por diversos centros educativos, terminaron en 1928 en el colegio de los escolapios.

La muerte del padre (1929) y la difícil situación económica que se planteó en la familia obligaron al joven Guerrero a iniciarse tempranamente en el mundo laboral. Su ingreso en un taller de carpintería le llevó a interesarse por el dibujo y a ingresar en 1931 en la Escuela de Artes y Oficios, donde nació su vocación artística.

Allí conoció a otro alumno, Bernardo Olmedo, quien influyó activamente en despertar su sensibilidad al mundo de la música, la literatura y el arte. Durante estos años juveniles alternó el trabajo en el taller con las clases en la escuela que abandonó en 1934.

Pero la influencia de Granada en la obra de José Guerrero no estuvo unida a estos años de aprendizaje de un academicismo de corte costumbrista de la mano de profesores que despreciaban cualquier signo de vanguardia. Más bien está ligada a la memoria y al paisaje de una ciudad pletórica de riquezas artísticas; cuando Guerrero habla de sus años de formación granadinos recuerda la influencia de uno de los grandes maestros del Barroco español, Alonso Cano. Los métodos de composición barrocos, con diagonales entrelazadas, el concepto del espacio como algo que se extiende sin límites más allá del marco del cuadro, así como los efectos de masa y fuertes contrastes de color que Alonso Cano empleaba, quedaron marcados en su conciencia artística y a ellos recurrió en diversos momentos de su trayectoria.

Pero antes de continuar con su formación tuvo que afrontar la instrucción militar que inició en Granada y prolongó en Ceuta en 1935, donde le sorprendió el inicio de la Guerra Civil. Durante esos años recorrió diversos frentes de batalla en la Península dibujando vistas panorámicas. En 1939, tras licenciarse en Mataró y regresar a Granada, decidió retomar sus estudios artísticos y acudió a la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde se interesó especialmente por las clases de Vázquez Díaz y de Lafuente Ferrari.

No es difícil imaginar el panorama cultural español en esos años. En un país arrasado por la Guerra Civil, en el que habían desaparecido, muertos o exiliados, muchos de sus intelectuales más preclaros, en el que la censura se impuso de forma férrea y en el que se comenzaban a cerrar las puertas al exterior, el espacio para lo artístico era muy exiguo. Para Guerrero fueron años de formación y de relación con otros artistas como Carlos Pascual de Lara, Miguel Pérez Aguilera, Antonio Lago y Antonio Lorenzo. También en estos años, gracias a la intervención de su amigo el pintor expresionista Hans Bloch, conoció al que habría de ser su primer galerista, Karl Buchholz.

En 1942 se trasladó a la residencia de la Casa Velázquez de la Francia libre (entonces en la calle de Serrano), gracias a la intervención de su director, el hispanista Maurice Legendre. Durante estos años, en los que para garantizarse el sustento alternó las clases de dibujo y la pintura de cartelones para un cine de la Gran Vía, Guerrero participó del academicismo costumbrista imperante e incluso expuso en los salones oficiales del momento con pinturas de paisajes y tipos locales.

Pero pronto se convenció de las limitaciones que para un joven que quería ser pintor suponía la España de la posguerra e inició su itinerario europeo: “Me marché porque me lo exigía la pintura. Igual que me llegó a ahogar Granada, me ahogaba el Madrid de los años cuarenta. Me fui, pues, con mi caballete y mi macuto”.

En 1945, tras concluir sus estudios de Bellas Artes, se marchó a París gracias a la beca que le concedió el Gobierno francés para estudiar pintura al fresco en la École des Beaux Arts. Se instaló en el pabellón español de la Cité Universitaire, en donde coincidió, primero, con su amigo Antonio Lago y, en estancias posteriores, con Palazuelo, Chillida y Sempere.

La experiencia más productiva de Guerrero en esos años fue el encuentro con la obra de los maestros de la vanguardia francesa. Y de todos ellos los que mayor impacto le causaron fueron Picasso y Matisse, cuya obra vio por primera vez en el París posbélico. Sin saberlo, y aunque de forma más tardía, Guerrero estaba bebiendo de las mismas fuentes que muchos de los pintores de la Escuela de Nueva York, cuyos nombres entonces apenas conocía, y de la que terminó formando parte años más tarde. El interés de Guerrero por asimilar el lenguaje picassiano (con el que ya se había familiarizado gracias a las enseñanzas de Vázquez Díaz), aunque introduciendo referencias matissianas respecto al uso del color, queda claramente manifiesto en una serie de obras de finales de los años cuarenta (Dos hilanderas, 1948).

Su itinerancia europea continuó por Roma, en donde reside entre 1947 y 1948 en la Academia de España (aunque no oficialmente). Aquí pintó una serie de vistas de la ciudad que fue expuesta con gran éxito en la Galleria del Secolo y conoció a la periodista americana Roxane Whittier Pollock, con quien contrajo matrimonio en 1949.

Tras Roma, Bruselas, de nuevo París y finalmente Londres. Son años en los que los paisajes rurales y las panorámicas de las ciudades que visita pueden verse en sus pinturas y dibujos, aunque también es el momento de sus primeras incursiones en la abstracción, como pude apreciarse en una serie de pinturas fechada en París en 1949, de la que sólo queda documentación gráfica. La Galería Buchholz de Madrid, la Galerie Altarriba de París, la Secolo de Roma, Lou Cosyn de Bruselas o la St. George’s Gallery de Londres exhibieron en diversas muestras individuales el trabajo de este período.

Pero si su itinerancia europea había provocado una renovación esencial de su pintura, su marcha al nuevo continente le imprimió un nuevo carácter. Fue en 1949 cuando, animado por su mujer, Roxane, decidió trasladarse a Estados Unidos. Su contacto con la escena artística americana le provocó una gran sacudida: “Recuerdo el choque que me produjo la primera exposición de Pollock, seguida por otra serie de exposiciones de tal valía y de tal vigor que esto me hacía arder interiormente, dándome cada vez más aliento y calor para pintar [...] Porque las obras eran de por sí tan nuevas para mí que en Europa yo no había visto nada que se acercara a esto”.

Guerrero se instaló definitivamente en Nueva York en 1950. En estos primeros momentos conectó con Stanley William Hayter y su Atelier 17, donde se inició en los rudimentos del grabado. En el Atelier 17 comenzó a librarse de sus convenciones artísticas y a introducir en su trabajo formas flotantes monocromáticas que reflejaban el influjo del propio Hayter y en buena medida de Miró. Esta obra grabada le permitió participar en sus primeras exposiciones colectivas en Estados Unidos e incluso le abrió en 1952 las puertas de la Smithsonian Institution de Washington para presentar en solitario sus aguafuertes y monotipos.

También se interesó en estos primeros años por la pintura mural (a este momento corresponde una importante serie de “frescos portátiles”) y sus posibilidades de integración en la arquitectura. Esta fase experimental de su trabajo se tradujo formalmente en la depuración del lenguaje figurativo que había marcado su etapa europea hasta conducirlo al campo de la llamada abstracción biomórfica de cierto contenido simbólico o metafísico. Los títulos de las obras de este momento son muy significativos en este sentido: Sorcery, Black Spirits, Mystic Signs, Sky Apparitions, Ascending Forces... Varios de estos lienzos, junto a algunas pinturas murales, se presentaron en 1954 en The Arts Club de Chicago, en la que fue su primera exposición relevante en Estados Unidos, junto con Joan Miró.

La segunda mitad de los años cincuenta iba a ser para Guerrero el momento de su integración en el engranaje artístico americano. Para ello, fue decisivo el apoyo prestado al pintor por Betty Parsons, una de las galeristas más decisivas de aquel momento y sostén de muchos de los artistas de la escuela de Nueva York, así como el del director del Solomon R. Guggenheim Museum, James Johnson Sweeney, quien adquirió diversas obras para la colección del museo y lo incluyó en varias muestras colectivas. En 1954, José Guerrero realizó su primera exposición individual en la Betty Parsons Gallery, a la que siguieron algunas más durante los años siguientes. Son estos momentos los de la consolidación de su amistad con tres artistas que sin duda influyeron en su manera de sentir la pintura: Rothko, Kline y, especialmente, Motherwell, con el que mantendrá una relación de amistad hasta su muerte. Guerrero (que había adquirido la nacionalidad americana en 1953) debió de sentirse recompensado en su dura lucha por encontrar un sitio en aquel escenario al compartir espacio con muchos artistas americanos en exposiciones como Younger American Painters, celebrada en 1958 en el Solomon Guggenheim Museum; Some Younger Names in American Painting, en el Worcester Art Museum; Action Painting, en el Museo de Dallas, o en la Albright-Knox Gallery, por citar algunas de ellas. También en los primeros años de la década de 1960 Guerrero continuará presentando su obra en espacios netamente americanos como el Whitney Museum, en cuyas exposiciones anuales de artistas americanos participará en cinco ocasiones, o en las muestras internacionales de arte organizadas por el Carnegie Institute de Pittsburg. En fin, es el momento en que coleccionistas y museos de primer orden (Guggenheim, Whitney, Albright- Knox, Brooklyn Museum, Art Institute de Chicago y otros) adquieren obras para sus colecciones e incluso se hace merecedor de la beca de la Graham Foundation para trabajar en un proyecto para la remodelación de la ciudad de Chicago.

Pero cuando parecía que José estaba comenzando a disfrutar de una posición más consolidada, entró en una profunda crisis personal que le llevó al psicoanálisis.

En cuanto a su evolución plástica, en las obras del período 1956-1962 fue abandonando las formas biomórficas para adentrarse en una pintura más gestual, reveladora de la actividad intensa y emocional del artista frente al lienzo y a menudo cargada de un fuerte contenido sexual.

A partir de mediados de los sesenta, aparece una nueva etapa en su pintura, que se prolongará hasta el final de esa década, en la que la gestualidad desbordante de los años cincuenta se fue apaciguando para ordenarse en grandes masas de color. Además, coincidiendo con el inicio de sus viajes a España, en los años 1963 y 1964 apareció un conjunto de lienzos cuyos títulos remiten a imágenes de su infancia y juventud granadinas, como Albaicín, Generalife, Sacromonte, Andalucía o Cueva.

En 1965, José Guerrero y su familia regresaron a España para establecerse, durante algo más de tres años, en Madrid, pasando algunas temporadas en Cuenca, donde conectó con el núcleo de artistas agrupados en torno al Museo de Arte Abstracto, y en Nerja (Málaga), donde acudía las temporadas estivales. Su estancia en España le condujo hacia una obra más serena, más condensada, más grave, lejos del gesto propio del expresionismo abstracto que le había proporcionado el reconocimiento en Nueva York. De este momento, y por su especial significación, cabe destacar La brecha de Víznar (1966), pintada en el treinta aniversario del asesinato de Federico García Lorca, una obra que revela el contenido metafórico que la naturaleza adquiere para el artista y que versionará en diferentes momentos de su carrera.

En 1968, José Guerrero regresó a Nueva York. Al salir esta vez de España el artista se llevaba con él muchas de las cosas que tal vez venía buscando. En lo artístico encontró un ambiente muy propicio para su pintura (no hay que olvidar que en España la incidencia del pop fue reducida y muy específica) y, además, Juana Mordó se convirtió en su galerista, garantizando su presencia en la escena española gracias a sucesivas exposiciones.

La vuelta a Nueva York significó para Guerrero el reencuentro con la cultura urbana y sobre todo la inmersión en un período (1968-1972) marcado, por una parte, por una mayor experimentación y, por otra, por la ejecución de una pintura más construida, más arquitectónica. A finales de los años sesenta, Guerrero introdujo diferentes materiales en sus lienzos (bolsas de plástico, tela o papel) en una serie que parece representar un alejamiento de la pintura “pura” que hasta entonces había practicado y que finalmente le permitió una deriva desde el expresionismo abstracto hacia otras inquietudes aparentemente más próximas a la figuración, e incluso a la estética del pop que dominaba la escena artística del momento.

Desde ese punto de vista, estas obras constituyen el antecedente de la que será su serie más conocida en España, las Fosforescencias. En ambas series Guerrero eligió un elemento de la iconografía popular, de uso cotidiano y masivo (bolsas y cerillas), como objeto de la pintura. En ambas la composición se construía con elementos verticales, que se centran en el lienzo, coronados por una forma semicircular (asa, arco, nicho, cabeza de cerilla) y en las dos, en realidad, el tema es tan sólo una excusa que refleja claramente su madura reflexión sobre la pintura.

Conforme avanza la década de los setenta, las cerillas y los arcos-nichos van desapareciendo y dan paso a enormes campos de color tan sólo tensados por alguna línea y en los que los bordes, las fronteras entre una forma y otra o la cualidad constructiva de la sustancia pictórica cobran mayor importancia.

Los años finales de los setenta y los inicios de la década de los ochenta ofrecen una gran presencia artística y social de Guerrero en España. Su obra es objeto de diversas retrospectivas en Granada (Fundación Rodríguez- Acosta, 1976), Madrid (Sala de las Alhajas, 1980) y Barcelona (Fundación Joan Miró, 1981), estas dos últimas impulsadas por el Ministerio de Cultura.

Participó en numerosas exposiciones colectivas y realizó numerosas ediciones de obra gráfica. Su figura fue objeto de numerosas referencias en medios de comunicación y revistas especializadas, impartió cursos y conferencias e incluso impulsó una beca de creación artística que convocaba la galerista Juana de Aizpuru. También recibió reconocimientos públicos: se le concedieron la Cruz Oficial de la Orden de Isabel la Católica (1978), la de Officier dans l’Ordre des Arts et des Lettres por el Gobierno francés (1983), la Medalla de Oro de las Bellas Artes (1984), la Medalla de Oro de la Ciudad de Granada y el Premio Andalucía de Artes Plásticas (1989), entre otros. Este redescubrimiento de la obra de Guerrero terminó por convertirlo en un símbolo para una buena parte de la crítica y de los artistas de la llamada generación del “entusiasmo pictórico”, aunque no siempre este reconocimiento contribuyese a una correcta valoración de su papel histórico. Estos últimos años fueron también años de enfermedad; el cáncer fue minando su salud hasta terminar con su vida en diciembre de 1991.

Tras su muerte, la Diputación de Granada, su viuda, Roxane, y sus hijos, Lisa y Tony, impulsaron en su ciudad natal la creación del Centro José Guerrero en el que se conserva parte de su legado.

 

Obras de ~: La aparición, 1946; Panorámica de Roma, 1948; Dos hilanderas, 1948; Autorretrato, 1950; Signos, 1953; Black Followers, 1954; Sombras, 1954; Ascendentes, 1954; Variaciones azules, 1957; Penetración, 1961; Grey Sorcery, 1962; Albaicín, 1962; Black Ascending, 1962-1963; Arco, 1964; Aurora gris, 1964; La brecha de Víznar, 1966; Paisaje horizontal, 1969; Black Arches, 1970; Solitarios, 1971; Penitentes, 1972; Lateral negro, 1974; Expansión azul, 1976; Verde oliva, 1979; Cuenca, 1986; Verde de sapén, 1990.

 

Bibl.: B. Dorival, Antonio Lago Rivera et José García Guerrero. Peintures, Paris, Galerie Altarriba, 1946; M. Legendre, Exposición de obras de José García Guerrero dedicadas a La Alberca (Sierra de Francia), Madrid, Galería Pereantón, 1946; B. Becca, José Guerrero, Roma, Galleria del Secolo, 1948; P. Haesaerts, “La peinture de José Guerrero ou le combat entre la fougue et la discipline”, en VV. AA., José Guerrero. Peintures, catálogo de exposición, Bruxelles, Galerie Lou Cosyn, 1948; J. L. Fernández del Amo, Pinturas de José Guerrero, Madrid, Galería Buchholz, 1950; “O regresso de José Guerrero”, en José Guerrero, Lisboa, Galería Buchholz, 1964; J. Guillén, José Guerrero, Madrid, Galería Juana Mordó, 1967; A. Häggquist, José Guerrero, Estocolmo, Galería Ostermalm, 1970; J. Johnson Sweeney y A. Bonet Correa, “José Guerrero y la nueva escala óptica”, en José Guerrero, 26 años de pintura, catálogo de exposición, Madrid, Galería Juana Mordó, 1976; S. Amón, José Guerrero, Sevilla, Galería Juana de Aizpuru, 1976; M. Olmedo, José Guerrero, Antológica, Granada, Fundación Rodríguez-Acosta, Banco de Granada, 1976; J. Johnson Sweeney, José Guerrero, New York, Gruenebaum Gallery, 1978; J. M. Bonet, “Ejemplo de José Guerrero”, y P. Ortuño, “Conversación con José Guerrero”, en VV. AA., José Guerrero, catálogo de exposición, Madrid, Caja Madrid, Sala de las Alhajas, 1980; F. Rivas, “José Guerrero sobre la marcha”, en Telas y pinturas sobre papel, Granada, Galería Laguada, 1980; J. M. Ballester, José Guerrero. Pinturas, Granada, Ayuntamiento, 1985; J. M. Bonet, “José Guerrero, entre dos culturas”, en Arte actual. Andalucía, catálogo de exposición, Sevilla, Junta de Andalucía, 1985; “José Guerrero, como pez en el agua”, en VIII Salón de los 16, catálogo de exposición, Madrid, Grupo 16, 1988; “Guerrero o el canto del color”, en José Guerrero, Barcelona, Galería Carles Taché, 1990; “En los setenta y cinco años de José Guerrero”, en José Guerrero. Pintura 1950-1990, Sevilla, Museo de Arte Contemporáneo, Diputación de Granada, 1990; F. Calvo Serraller, “El regreso del Guerrero”, en José Guerrero. Obra de los años sesenta, Madrid, Galería Jorge Mara, 1993; J. M. Bonet, “Guerrero, la pintura necesaria”; J. L. Fernández del Amo, “José Guerrero, amigo”, y S. Guilbaut, “Viaje a los centros de la modernidad: Los colores de libertad de José Guerrero”, en José Guerrero. Antológica, Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 1994; J. Justé, “Atajos y brechas”, en José Guerrero, Zaragoza, Ibercaja, 1996; D. Ashton, “José Guerrero”; Y. Romero, “José Guerrero en Granada”, y T. Guerrero, “Las manos de papá”, en VV. AA., La colección del Centro, Granada, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, 2000; G. Solana, “Tres instantáneas de José Guerrero”, en José Guerrero, Madrid, Galería Antonio Machón, 2000; M. de Corral, “La sabiduría del color”, y S. B. Olmo, “La energía pausada: la senectud visionaria”, en Guerrero-De Kooning. La sabiduría del color, Granada, Centro José Guerrero, Diputación, 2001; A. Muñoz Molina, José Guerrero. El artista que vuelve, Granada, Diputación, 2001 (Los Libros de la Estrella, 3); Pocaplata, “Pasen y vean (entreacto)”; S. B. Olmo, “Guerrero-Campano: El color y la memoria”; J. Navarro, “Maquis en el ring”, y W. Jeffett, “Miguel Ángel Campano: hacia una poética del silencio”, en Rojo de cadmio nunca muere. Guerrero-Campano, Granada, Centro José Guerrero, Diputación, 2002; G. Solana, “José Guerrero”, en Los sonidos negros, catálogo de exposición, Burgos, Caja de Burgos, 2002; Y. Romero, “Fosforescencias y otros objetos cotidianos en la pintura de José Guerrero”; M. Brusatin, “Fósforos solitarios y color”, y M. D. Jiménez Blanco, “Sobre algunas obras de José Guerrero”, en VV. AA., Fosforescencias y otros objetos cotidianos en la pintura de José Guerrero, 1968-1972, catálogo de exposición, Granada, Centro José Guerrero, Diputación, 2003; E. Juncosa, “Tigres en el jardín, José Guerrero-Sean Scully”, en VV. AA., Tigres en el jardín, catálogo de exposición, Granada, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, 2004; M. Navarro, “El efecto Guerrero”, y J. C. Rosales, “La presencia de José Guerrero en Granada”, en VV. AA., El efecto Guerrero. José Guerrero y la pintura española de los años 70 y 80, catálogo de exposición, Granada, Centro José Guerrero, Diputación, 2006; H. Grace, “Narelle Jubelin y Reconciliation”, en Ungrammatical Landscape (Paisaje agramatical), Narelle Jubelin 2003-2006, Granada, Centro José Guerrero, Diputación, 2006.

 

Yolanda Romero Gómez

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