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Gonzalo Queipo de Llano y Sierra

Biografía

Queipo de Llano y Sierra, GonzaloMarqués de Queipo de Llano (I). Tordesillas (Valladolid), 5.II.1875 – Camas (Sevilla), 9.III.1951. Teniente general del Ejército, jefe del Ejército del Sur durante la Guerra Civil, gran cruz laureada de San Fernando, Medalla Militar individual.

Hijo de Gonzalo Queipo de Llano y Sánchez, juez municipal de Tordesillas, y de María de las Mercedes Sierra y Vázquez de Novoa. En 1887 realizó el examen de ingreso en el bachillerato en el Instituto de Ponferrada, cuyos tres primeros cursos aprobó con excelentes calificaciones en el de León mientras estudiaba en el Seminario Diocesano de esa misma ciudad. En 1891 se fugó del seminario y marchó a Ferrol, donde se alistó en el 4.º Batallón de Artillería de Plaza como educando de trompeta y aprobó cuarto de bachillerato en el Instituto de La Coruña. Al cumplir dieciocho años sentó plaza de artillero de segunda en la citada unidad y comenzó a preparar la oposición de ingreso en la Academia de Caballería de Valladolid, a la que se incorporó como alumno el 1 de septiembre de 1893, en la misma promoción de la que formaban parte Santiago Mateo Fernández y Sebastián Pozas Perea.

El 21 de febrero de 1896, al necesitarse cubrir las numerosas vacantes de oficial ocasionadas por la guerra de Cuba, el gobierno de Cánovas decidió anticipar la entrega de despachos de los alumnos de las academias militares y la promoción de Queipo fue promovida al empleo de segundo teniente, siendo destinado al Regimiento de Dragones de Santiago, de guarnición en Granada. En julio, solicitó pasar al Ejército de Operaciones de Cuba, llegó a La Habana en agosto y se incorporó al Regimiento de Caballería Pizarro, con el que entró inmediatamente en combate en la zona de Pinar del Río, donde operaban las partidas de Antonio Macías. En octubre, su brillante comportamiento en aquella campaña le valió el ascenso a primer teniente por méritos de guerra, reconociéndose por primera vez el valor que siempre le caracterizaría.

En febrero de 1897 fue destinado al Regimiento Expedicionario del Príncipe, que operaba en la zona de Las Villas, volviéndose a distinguir por su arrojo en las numerosas acciones en las que intervino en las inmediaciones de Ciego de Ávila, por las que fue promovido a capitán por méritos de guerra. Continuó combatiendo en aquella zona contra las partidas de Máximo Gómez hasta la capitulación de Santiago de Cuba a primeros de julio de 1898, siendo recompensado con la cruz de María Cristina, entonces la mayor condecoración concedida en tiempo de guerra después de la cruz laureada de San Fernando. En octubre regresó a la Península y quedó agregado al Regimiento de Reserva de Valladolid, en situación de excedente de plantilla.

En noviembre de 1900 obtuvo destino en el Regimiento de Lanceros de Villaviciosa, de guarnición en Jerez de la Frontera, del que se trasladó en marzo de 1901 a Salamanca, al de Lanceros de Borbón, y poco después al de Farnesio en Valladolid, donde residía su madre viuda. Los frecuentes cambios de unidad, como se observará más adelante, caracterizarán siempre su peculiar carrera militar. En Valladolid, donde llegó a permanecer dos años, contrajo matrimonio en la parroquia de San Pedro con Genoveva Martí y Tovar, hija del magistrado juez presidente de la Audiencia Territorial; al no haber solicitado la preceptiva licencia del Ministerio de la Guerra, el enlace no se regularizó militarmente hasta que se acogió a la amnistía decretada en mayo de 1918. En octubre de 1902 solicitó el traslado al Regimiento de Lanceros de la Reina en Alcalá de Henares, donde fue recompensado en 1908 con la cruz de Beneficencia por su arrojo y valor al lanzarse al río Henares para salvar la vida de un soldado cuyo caballo había perdido pie al vadearlo y había sido arrastrado por la corriente. En noviembre de 1909, marchó a Melilla con su unidad para intervenir en la campaña iniciada tras la masacre del Barranco del Lobo.

Nada más regresar a Madrid protagonizó el primero de los numerosos conflictos con el mando y con el poder constituido que jalonarán toda su trayectoria, a la par que ponían de relieve su determinación y capacidad de liderazgo. La guarnición de Madrid había comenzado a crisparse al conocer la prodigalidad del ministro de la Guerra, general Agustín Luque, en algunos casos y su cicatería en otros para recompensar los discutibles hechos de armas de la fugaz campaña de Melilla, en especial con respecto a la oficialidad de las unidades enviadas desde la península. El diputado carlista Joaquín Llorens había aprovechado la ocasión para criticar en la prensa y en el parlamento la citada política de recompensas y Queipo de Llano, bajo el seudónimo de Santiago Vallisoletano, decidió erigirse en portavoz del malestar de sus compañeros y firmó dos cartas abiertas, dirigidas a Llorens, que publicó en primera plana La Correspondencia Militar los días 31 de diciembre de 1909 y 1 de enero de 1910. El director de El Ejército Español, órgano oficioso de Luque, replicó airadamente el 3 de enero y Queipo volvió a insistir en sus planteamientos por el mismo medio el 5 y el 11 de aquel mes. El ministro tomó cartas en el asunto para identificar al autor de los artículos, de los que se había hecho eco la prensa madrileña y habían provocado una interpelación parlamentaria, y Queipo respondió organizando el día 12 una tumultuaria manifestación de oficiales frente a la redacción de La Correspondencia Militar para exigir que no se intentara silenciar al mensajero y respaldar su actitud. El incidente le costó dos meses de arresto en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz y la pérdida de su destino, quedando en situación de excedencia forzosa en Madrid. Recién cumplido el arresto, solicitó un año de licencia sin sueldo para estudiar la ganadería argentina y, a poco de regresar de Buenos Aires, le correspondió ascender a comandante por antigüedad en noviembre de 1911.

En enero de 1912 logró acomodo en la Junta Provincial del Censo de Ganado Caballar y Mular de Albacete. Solo permaneció allí hasta que, en septiembre, pasó destinado al Regimiento de Cazadores de Vitoria, al que se incorporó en Granada, embarcando inmediatamente hacia Alcazarquivir para hacerse cargo de los tres escuadrones destacados al recién constituido Protectorado de Marruecos. En febrero de 1913 volvió a cambiar de destino, esta vez al Grupo de Caballería de Larache. Al alzarse en armas El Raisuni, participó en diversos combates por los que fue recompensado con una segunda cruz de María Cristina. Sus continuas y brillantes actuaciones al frente de una columna montada en los meses siguientes le valieron el ascenso a teniente coronel por méritos de guerra en abril de 1914 y, al mando de un Grupo de Caballería formado por tres escuadrones traídos de la Península, volvió a combatir en la misma zona hasta que, al regresar aquellos a su base en noviembre de 1915, se hizo cargo de la Yeguada Militar de Larache. En abril de 1916 cesó en este destino y pasó a encargarse del Juzgado Militar de dicha plaza, puesto que desempeñó hasta que, en noviembre, afectado por una grave enfermedad regresó a Madrid e ingresó en el Hospital Militar de Carabanchel, siendo dado de alta en febrero de 1917 y destinado al Establecimiento de Remonta de Córdoba. Solo permaneció dos meses allí, pues en mayo solicitó la excedencia para restablecerse en Ávila.

En abril de 1918 volvió al servicio activo, siendo destinado al Regimiento de Húsares de Pavía. Apenas llegado a Alcalá de Henares, fue trasladado al Depósito de Reserva de Lugo, donde ascendió a coronel en agosto, lo que supuso su enésimo cambio de destino, esta vez de vuelta a Alcalá de Henares para mandar el Regimiento de Lanceros de la Reina, en el que ya había estado de capitán y en el que permaneció cuatro años hasta que, en diciembre de 1922, Niceto Alcalá-Zamora decretó su ascenso a general de brigada y le nombró 2.º jefe de la Zona de Ceuta. Durante el año 1923 y los primeros meses de 1924, al frente de su propia columna de operaciones, se ocupó de sofocar los focos rebeldes que hostigaban los movimientos de las tropas españolas en Gomara. En mayo de este último año, Primo de Rivera, consciente de su escasa sintonía con la política marroquí del recién instaurado Directorio Militar, le trasladó al Gobierno Militar de Cádiz, pero al poco de incorporarse a su destino, el general Aizpuru, alto comisario de España en Marruecos, le reclamó para que se hiciera cargo del mando de la Zona de Ceuta, poniéndose inmediatamente al frente de una columna para operar en el área de influencia de Tetuán.

En esta su última estancia en el Protectorado, fundó junto con el teniente coronel Francisco Franco la Revista de Tropas Coloniales, cuyos seis primeros números dirigió y en la que escribió cuatro artículos, volviendo a mostrarse crítico con el sistema de concesión de recompensas en Marruecos en dos de ellos. Aunque de contenido mucho más respetuoso con quien en aquellos momentos las concedía, es decir, con el general Primo de Rivera, este debió de pensar que Queipo representaba un peligro potencial al frente de una publicación que comenzaba a adquirir gran predicamento en ambientes castrenses.

Conocidos además sus conciliábulos con Franco para deponerle, debido a la política abandonista del Directorio, y sus contactos con el general Aguilera para restaurar el régimen parlamentario, Primo de Rivera le destituyó fulminantemente en septiembre de 1924 y le impuso un mes de arresto en el castillo de Ferrol. Enemistado visceralmente desde ese momento con el dictador, un año después se mostró favorable a unirse al Comité Militar Revolucionario que estaba constituyendo el laureado coronel de Caballería Segundo García, por lo que el Directorio decidió alejarle de Madrid y le envió a mandar la III Brigada de Caballería, puesto que llevaba aparejado el de gobernador militar de Córdoba. Sin embargo, en julio de 1926, al evidenciarse que, junto con el general López Ochoa, había constituido la Asociación Militar Republicana, fue de nuevo cesado, quedando en situación de disponible forzoso en Madrid. Y en mayo de 1928, al depurarse las responsabilidades del frustrado golpe de Estado encabezado por Aguilera, el general Martínez Anido, vicepresidente del Gobierno, previo informe de la Junta Clasificadora para el Ascenso de los Generales, decretó su pase a la primera reserva, lo que en la práctica suponía su baja en el ejército.

Sus actividades sediciosas se incrementaron a partir de ese momento. En enero de 1929, se implicó en la intentona golpista encabezada por el expresidente Sánchez Guerra, con el apoyo de Lerroux y del general López Ochoa, quedando encargado de declarar el estado de guerra en Murcia y en Albacete. En agosto de 1930 se firmó el llamado Pacto de San Sebastián, promovido por Alianza Republicana, y en su seno se formó un comité revolucionario para derrocar la Monarquía, en el que, entre otros militares, se integró Queipo de Llano, acordando alzarse en armas para proclamar la República el 15 de diciembre. Anticipándose tres días a esa fecha, los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández la proclamaron en Jaca, alzamiento que el gobierno de Berenguer sofocó contundentemente, fusilando a los dos capitanes y encarcelando a los principales miembros del comité: Alcalá-Zamora, Casares Quiroga y Miguel Maura. No obstante, el día 15, en Madrid, el general Queipo y el comandante Ramón Franco se atuvieron a lo pactado y se apoderaron del aeródromo de Cuatro Vientos. Queipo leyó por la radio un manifiesto declarando que se había proclamado la República en toda España y Franco se apropió de un avión para bombardear el Palacio Real e inundar la capital de octavillas, pero al observar que, en contra de lo planeado, las centrales sindicales no habían declarado la huelga general revolucionaria, regresó a Cuatro Vientos y, junto con Queipo, Hidalgo de Cisneros y otros aviadores, volaron hacia Portugal, de donde se trasladaron a Francia.

Durante los primeros meses de 1931, Queipo se limitó a frecuentar las reuniones que en París mantenían los exiliados: Marcelino Domingo, Diego Martínez Barrio, Indalecio Prieto y algunos políticos vascos y catalanes. El 24 de febrero, el general Berenguer, presidente del Consejo de Ministros, dispuso que causara baja definitivamente en el ejército por llevar dos meses en ignorado paradero. El 14 de abril, nada más conocerse la proclamación de la República, regresó a España e inmediatamente Azaña decretó su vuelta al servicio activo, su ascenso a general de división y su nombramiento como jefe de la 1.ª División Orgánica, con cabecera en Madrid. El 25 de abril, prometió por su honor ser leal a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas, promesa que vulneraría en 1936. En julio, Azaña le confió la recién creada Inspección General del Ejército, un puesto tal vez de mayor relumbrón, pero sin demasiada importancia real, y en diciembre, al ser elegido Niceto Alcalá-Zamora presidente de la República, este le nombró jefe de su Cuarto Militar.

En marzo de 1933 se decretó su cese en aquel puesto y pasó a la situación de disponible forzoso, y en septiembre, nada más ganar las elecciones la derecha y hacerse cargo Lerroux del gobierno, fue nombrado inspector general de Carabineros, cargo del que fue cesado a los ocho meses al ser sustituido Antonio de Lara por Manuel Marraco en la cartera de Hacienda. El matrimonio de su hija Ernestina con el hijo mayor del presidente de la República el 29 de diciembre de 1934 le volvió a sacar de la situación de ostracismo en la que se encontraba y, de nuevo con Lerroux al frente del gobierno, fue por segunda vez nombrado inspector general de Carabineros en febrero de 1935, puesto que conservaría cuando la coalición electoral del Frente Popular ganó las elecciones en febrero de 1936.

A partir de ese momento, se pusieron en marcha varios procesos insurreccionales: el organizado por la llamada Junta de Generales, encabezada por el general Rodríguez del Barrio, que terminaría bajo la dirección de Mola; el elaborado por la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista, que ofreció a Sanjurjo la jefatura del Requeté, y el que preparaba por libre Queipo de Llano, enfrentado con el gobierno por haber depuesto a su juicio irregularmente a su consuegro. A finales de abril, Mola decidió integrar a Queipo en la trama golpista, pese a las muchas reticencias que despertaba su figura, tanto por su parentesco con Alcalá-Zamora, como por su pasado republicano y por su implicación en los movimientos sediciosos en contra de la Dictadura: Ambos se entrevistaron cerca de Pamplona y acordaron que Queipo hablara con el general Miguel Cabanellas, jefe de la 5.ª División Orgánica, con quien le unía cierta amistad, y le propusiera unirse al golpe.

Ante el buen resultado de su gestión en Zaragoza, le encomendó sublevar Sevilla, ciudad donde apenas había esperanzas de éxito, debido a que los generales y coroneles, escarmentados por las consecuencias de la Sanjurjada de 1932 para muchos de sus compañeros, no estaban dispuestos a involucrarse en otra intentona que les pudiera costar la carrera, y le instó a viajar a la capital andaluza para conocer la situación en directo y entrar contacto con su representante, el comandante Cuesta Monereo, uno de los principales protagonistas del golpe de 1932. Visitó por primera vez Sevilla en el mes de mayo y constató que los planes estaban bastante avanzados, por lo que regresó a Madrid confiado en llevar a buen término la empresa encomendada.

A primeros de julio, con la excusa de revistar las unidades de Carabineros andaluzas y acompañado por su mujer y sus dos hijos solteros, inició el periplo que le conduciría a Sevilla. Primero recaló en Granada para intentar ganarse al comandante militar, general Manuel Llanos, al que el gobierno destituyó nada más conocer el encuentro y lo sustituyó por el general Miguel Campins. Después pasó por Málaga para dejar a su familia en casa de su hija Mercedes, convencido de que el general Francisco Patxot lograría hacerse con la ciudad al ser el punto previsto en los planes de Mola para que desembarcaran las tropas de Melilla. Finalmente, el día 11 llegó a Sevilla y comenzó a sondear la actitud de los jefes de cuerpo. Ni siquiera su compañero de promoción, el coronel Santiago Mateo, jefe del Regimiento de Caballería n.º 7, quiso comprometerse y únicamente se le unió el jefe del Batallón de Zapadores y muy dubitativamente el coronel de la Guardia Civil. Al día siguiente se trasladó a Huelva, donde se encontraba el general José Fernández de Villa-Abrille, jefe de la 2.ª División Orgánica, quien se negó a recibirle y aconsejó a Cuesta que le instase a volver a Madrid si no quería que diese cuenta de sus andanzas al gobierno.

El día 18 por la mañana partió de Huelva y, algo pasado el mediodía, acompañado únicamente por un capitán, se presentó en el palacio de Capitanía, entonces en la plaza de la Gavidia, y exigió al general Villa-Abrille que declarara el estado de guerra. Ante su firme negativa, le arrestó, se autoproclamó jefe de la División y se dirigió con su ayudante al cercano Regimiento de Infantería n.º 6, donde se identificó como jefe de la División. Al no reconocer el coronel Manuel Allanegui su autoridad, apeló a sus subordinados y logró que uno de los comandantes y todos los capitanes y tenientes se mostraran dispuestos a sublevarse. A continuación, formó en el patio al centenar de soldados presentes aquel domingo en el cuartel, les arengó y organizó con ellos dos secciones para que leyeran por la ciudad el bando declarando el estado de guerra, pero se vieron obligadas a replegarse al ser tiroteadas por la Guardia de Asalto al aproximarse al Ayuntamiento.

De vuelta en Capitanía, Queipo telefoneó al coronel Mateo, jefe del Regimiento de Caballería, quien volvió a rechazar sublevarse. Al igual que Allanegui, fue arrestado y conducido a Capitanía, tomando el mando de la unidad un comandante. Después llamó al del Regimiento de Artillería Ligera n.º 3, que se puso a sus órdenes. Y, por último, a los comandantes militares de todas las provincias andaluzas, con desigual resultado: solo los de Cádiz y Córdoba le obedecieron; el de Málaga se mostró dubitativo, y los demás se negaron. Probablemente todos conocían ya que el gobierno acababa de destituirle de todos sus cargos.

A continuación, se inició una cruenta lucha por el dominio del centro de la ciudad. El principal enfrentamiento con la Guardia de Asalto, que acató sin fisuras las órdenes impartidas por el gobernador civil, José María Varela Rendueles, tuvo lugar en los alrededores del Ayuntamiento, donde se libró el primer combate de la Guerra Civil y se escucharon los primeros cañonazos. Las ametralladoras y las dos baterías emplazadas por los rebeldes solventaron pronto la lucha a su favor, logrando al caer la tarde hacerse con el Gobierno Civil y con los barrios más céntricos de la capital.

Llegada la noche, Queipo pronunció la primera de sus charlas radiofónicas a través de la emisora Unión Radio. Tras unos vivas a España y a la República, informó a los sevillanos de que se había hecho cargo del mando y había encarcelado a las autoridades civiles y militares, les anunció la inmediata llegada de legionarios y regulares desde Marruecos, les garantizó que el golpe había triunfado en Navarra y en Castilla y León, y que sus tropas estaban a punto de entrar en Madrid. Es decir, daba como seguro que se habían cumplido los planes de Mola, lo cual no era cierto, pero el efecto propagandístico fue muy considerable, tanto en Sevilla como en el resto de España. Las charlas radiofónicas se repitieron día a día hasta que Franco formó su primer gobierno en enero de 1938, utilizando de forma muy efectiva aquel novedoso medio de comunicación para intentar desmoralizar al enemigo, sirviéndose a menudo de términos y expresiones realmente injuriosas y vejatorias, y levantar la moral de su retaguardia.

El foco de atención se trasladó el día 19 al aeródromo de Tablada, en cuyas pistas despegaban y aterrizaban los aviones encargados de bombardear los acuartelamientos sublevados en el Protectorado. Aunque su jefe inicialmente se mostró leal a la República y arrestó a los oficiales que le instaban a unirse a Queipo, a medianoche se plegó a sus requerimientos y puso aquella trascendental instalación al servicio de los rebeldes. Ello permitió que, en la mañana del día 20, aterrizasen los tres Fokker que transportaban a un comandante, un teniente, un sargento y 39 legionarios procedentes de Tetuán. Queipo se apresuró a anunciar por la radio que ya estaba en Sevilla el ejército de África y los embarcó en cinco camiones que recorrieron una y otra vez las calles del centro de la ciudad para dar la sensación de que contaba con gran número de tropas legionarias.

La situación en Triana y en los barrios humildes de la zona norte de la ciudad era abiertamente revolucionaria desde el día 18. Al objeto de neutralizarla, Queipo formó tres columnas, mandadas por los dos oficiales y el sargento de la Legión e integradas cada una de ellas por unos 100 soldados, secundados por medio centenar de falangistas y requetés, que entraron a sangre y fuego en Triana en la tarde del mismo día 20. Durante aquella noche y la jornada siguiente la represión fue terrible. El día 22, las mismas tres columnas desplegaron ante las murallas de la Macarena y se dispusieron a sofocar los focos de resistencia que continuaban activos al norte de la ciudad. Las barricadas y los edificios donde se localizaban francotiradores fueron demolidos por la artillería y, al caer la tarde, las populares barriadas del Pumarejo, de San Julián y de San Luis habían caído en manos de los sublevados, iniciándose de nuevo una oleada de homicidios y detenciones.

Nada más dominar Sevilla, Queipo puso en marcha varias columnas, formadas por las tropas de regulares y legionarios que iban llegando de Marruecos, para someter esta provincia y la de Huelva, y enlazar con los núcleos rebeldes de Córdoba y Granada. La operación se culminó a primeros de septiembre, formándose desde entonces una larguísima línea de frente que no experimentaría grandes modificaciones hasta el final de la guerra, excepto en la parte sur, con la ocupación de la provincia de Málaga mediante una operación conjunta hispano-italiana en enero-febrero de 1937, y en la occidental, con el cierre de la llamada bolsa de La Serena de junio a agosto de 1938 mediante otra operación conjunta del Ejército del Centro, mandado por el general Saliquet, y el del Sur, mandado por Queipo.

El 12 de agosto de 1936, el general Cabanellas, presidente de la denominada Junta de Defensa Nacional, le había confirmado en el cargo de inspector general de Carabineros y nombrado jefe de la 2.ª División Orgánica y de las fuerzas que operaban en Andalucía, a los que añadió el de vocal de la citada Junta el 17 de septiembre. El 12 de diciembre, a los dos meses de ser designado generalísimo y jefe del Estado, Franco articuló sus tropas en tres grandes unidades tipo ejército: el del Norte, mandado por Mola; el del Sur, por Queipo, y el de Marruecos, por Orgaz. El Ejército del Norte protagonizaría, desde ese momento y hasta febrero de 1939, las campañas de Vizcaya, Santander y Asturias, la de Teruel y Aragón, y la de Cataluña. El de Marruecos fue meramente el vivero que nutría al anterior. Y el del Sur se limitó a mantener el prolongado e inactivo frente al que antes se hizo referencia, por lo que Queipo se dedicó esencialmente a gobernar a su libre albedrío las provincias andaluzas que dominaba, lo que dio origen a diversos enfrentamientos con Franco y a numerosos conflictos de competencia con las autoridades burgalesas.

Aunque continúa siendo muy complejo contabilizar con precisión el número de las personas asesinadas o ejecutadas en el territorio dominado por Queipo, las estimaciones más fiables lo cifran en alrededor de 40.000. Solo en la ciudad de Sevilla se han contabilizado 4.200 ejecuciones, entre ellas la del general Campins, el comandante militar de Granada que le negó su apoyo el 18 de julio, y otras 9.000 en la provincia. A estas muertes habría que añadir decenas de miles de encarcelamientos y los padecimientos sufridos por la población malagueña durante su masiva huida en febrero de 1937, la llamada ‘Desbandá’, en la que, en los cálculos más optimistas, murieron unos 3.000 civiles.

El 15 de mayo de 1939, en vísperas del colosal Desfile de la Victoria que recorrió por primera vez el paseo de la Castellana, Franco ascendió a Queipo a teniente general. Al no considerarse suficientemente recompensado, este le solicitó la gran cruz laureada de San Fernando, petición desatendida que ahondó la brecha que se había abierto entre ambos. Un mes más tarde, el 20 de julio, sus críticas hacia el Caudillo, que no tenía empacho en propalar públicamente, acarrearon su destitución de los cargos de inspector general de Carabineros y jefe de la 2.ª División Orgánica, acuartelando simultáneamente las unidades andaluzas para prevenir posibles movimientos de adhesión al cesado. Queipo debió de advertir que enemistarse con su antiguo colega en la Revista de Tropas Coloniales no le reportaba ningún beneficio y, a través de la agencia EFE, manifestó su admiración y fidelidad hacia el Caudillo. Este respondió quitándose de en medio a un personaje tan incómodo como popular y le nombró presidente de un etéreo ente denominado Misión Militar Especial en Italia y su Imperio.

El 17 de diciembre se instaló en Roma e inmediatamente se percató de que su cargo carecía en absoluto de contenido, reanudando sus críticas y lamentos, y entreteniéndose en escribir sus memorias. En marzo de 1940, el general Varela, que había sido nombrado ministro del Ejército, creyó poder apaciguarle con la concesión de la Medalla Militar individual en recompensa por los méritos contraídos a todo lo largo de la guerra. Queipo no se conformó y volvió a solicitar la laureada en tono más intempestivo. Al dársele la callada por respuesta, volvió a insistir en ello y, al seguir siendo ignorado, solicitó ser relevado de su cargo, justificando la petición en que la humedad de Roma quebrantaba su salud.

En octubre de 1941, solicitó permiso para desplazarse a España durante dos meses al objeto de despedirse de su hija Ernestina que estaba a punto de trasladarse a Argentina para reunirse con su marido, el hijo del expresidente Alcalá-Zamora. Varela respondió que la situación bélica en Europa desaconsejaba conceder permisos al personal destacado en el extranjero, aunque ante su insistencia le autorizó a venir por quince días.

En enero de 1942 volvió a solicitar otros dos meses de licencia para someterse a una revisión médica en Madrid. Varela se los concedió y Queipo aprovechó la ocasión para darse un baño de masas en Sevilla. Aparte de ser vigilado en todo momento por un comandante, la policía seguía estrechamente sus pasos, informando puntualmente de todos sus encuentros y conversaciones, en las que prodigaba sus críticas a Franco y a la Falange, y censurando su correspondencia. Al cumplirse los dos meses, Varela le ordenó regresar inmediatamente a Italia. La respuesta fue un certificado médico acreditativo de su mal estado de salud, por lo que, finalmente, el 18 de junio Franco decretó que quedara en situación de disponible forzoso en Málaga.

En febrero de 1943, al cumplir sesenta y ocho años, se decretó su pase a la situación de reserva y Franco volvió a hacer patente su inquina al no nombrarle procurador de las recién creadas Cortes Españolas, tal como había hecho con casi todos los generales que combatieron a su lado. Sin embargo, en septiembre de ese mismo año, Queipo fue uno de escasos tenientes generales que se resistieron a firmar el escrito promovido por Aranda y Kindelán exigiendo la restauración de la monarquía. Tal vez por ello, al año siguiente le concedió la ansiada laureada, precisando que se recompensaba únicamente su actuación en Sevilla durante los días 18 al 26 de julio de 1936, es decir, no su comportamiento a lo largo de toda la guerra, como él deseaba.

Y en abril de 1950, al conmemorarse el XI aniversario de la victoria, le concedió el título de marqués de Queipo de Llano, una vez más exclusivamente por haber logrado que triunfase el golpe de Estado en Sevilla. En su protocolaria carta de agradecimiento, el flamante marqués aprovechó para lanzar un último dardo contra el Caudillo, diciéndole que, pasado el tiempo, sus sucesores serían vistos como cualquier otro marqués de pacotilla. Las camarillas franquistas adujeron que el exabrupto obedecía a su enojo por no habérsele concedido un ducado, tal como se había hecho con Mola en 1948. Franco se irritó, pero poco podía hacer ya con aquel inveterado lenguaraz.

En el invierno de 1951, al agravarse su estado de salud, pidió ser trasladado en ambulancia a Sevilla, donde falleció el 9 de marzo, recién cumplidos los ochenta y seis años, en su cortijo de Gambogaz, en el término municipal de Camas. La capilla ardiente se instaló en el Ayuntamiento de Sevilla y sus restos fueron inhumados en la basílica de la Macarena, en la capilla donde entonces se veneraba al Cristo de la Salvación. Además, en reconocimiento a la labor desempeñada para promover la construcción de la basílica durante la posguerra, la hermandad de la Esperanza Macarena le nombró hermano mayor honorario a título póstumo.

En 2008, el Juzgado Central de Instrucción n.º 5 de la Audiencia Nacional, que presidía Baltasar Garzón, le imputó los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad, declarándose extinta su presunta responsabilidad al constatarse su fallecimiento.

En 2009, a raíz del debate surgido en torno a la permanencia de sus restos mortales en la basílica de la Macarena, esta hermandad decidió eliminar de su lápida las referencias al 18 de julio de 1936 y reemplazó su título de capitán general por el de hermano mayor honorario. Finalmente, el 3 de noviembre de 2022, en aplicación de lo establecido en los artículos 35.5 y 38.3 de la Ley 20/2022 de Memoria Democrática, la hermandad de la Macarena procedió a exhumar sus restos, así como los de su esposa, enterrada en la misma capilla tras su fallecimiento en 1967, disponiendo sus descendientes que fueran incinerados en el tanatorio de Alcalá de Guadaira.

 

Obras de ~: “Recompensas en campaña: al señor don Joaquín Llorens”, en La Correspondencia Militar, 31 de diciembre de 1909, pág. 1; “Recompensas en campaña: al señor don Joaquín Llorens”, en La Correspondencia Militar, 1 de enero de 1910, pág. 1; “Recompensas en campaña: para El Ejército Español”, en La Correspondencia Militar, 5 de enero de 1910, pág. 1; “Recompensas en campaña: al señor don Joaquín Llorens”, en La Correspondencia Militar, 11 de enero de 1910, pág. 1; “Nuestro propósito”, en Revista de Tropas Coloniales, 1 (1924), págs.1-2; “El problema de Marruecos”, en Revista de Tropas Coloniales, 2 (1924), págs. 1-2; “Hablemos de recompensas”, en Revista de Tropas Coloniales, 3 (1924), págs. 1-3; “Hablemos de recompensas: insistiendo”, en Revista de Tropas Coloniales, 4 (1924), págs. 1-3; “Apuntes para la historia de nuestra acción protectora en Marruecos: el puerto de Larache”, en Revista de Tropas Coloniales, 8 (1924), págs. 1-2; El general Queipo de Llano: perseguido por la Dictadura, Madrid, Javier Morata, 1930; El movimiento reivindicativo de Cuatro Vientos, Madrid, s. n., 1933; Bandos y órdenes dictados por D Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, general jefe de la Segunda División Orgánica y del Ejército del Sur, desde la declaración del estado de guerra, 18 de julio de 1936, hasta fin de febrero de 1937, Sevilla, s. n., 1937; “Prólogo”, en G. de Alfarache [seudónimo de E. Vila Muñoz], ¡18 de Julio!: historia del alzamiento glorioso de Sevilla, Sevilla, Falange Española, 1937; Perseguido pela Ditadura, Río de Janeiro, Cultura Brasileira, 1942.

 

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Fernando Puell de la Villa

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