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Prisciliano

Biografía

Prisciliano. ?, p. m. s. IV – Tréveris (Alemania), 385. Obispo de Ávila y heresiarca.

Prisciliano nació probablemente en la provincia romana de Gallaecia. Pertenecía a una familia noble y pagana y como tal fue educado en los contenidos de la cultura clásica. Desde temprano dio muestras de poseer una inteligencia singular, un carácter austero y grandes dotes para la persuasión. Ya en edad adulta se convirtió al cristianismo y fue captado por un grupo ascético que operaba en Lusitania y Bética, integrado por laicos de ambos sexos y clérigos, algunos de rango episcopal como Instancio y Salviano, que compartían un mismo propósito de perfección espiritual.

Según el historiador aquitano Sulpicio Severo, biógrafo de Martín de Tours y autor de una Chronica cristiana en torno al 404, fueron dos laicos, Ágape y el retor Helpidio, ambos discípulos del gnóstico Marco de Menfis, los que contribuyeron con su enseñanza a la configuración del pensamiento y las prácticas religiosas de Prisciliano que se conocen a través de los Tractatus de Würzburg, así llamados por el lugar en cuya biblioteca unversitaria se hallaron, y el Prólogo y los Canones in Pauli apostoli epistolas. En estas obras Prisciliano expone su teología, pone de manifiesto sus opiniones sobre el origen del alma, la Creación, el dualismo Luz-Tinieblas y la escatología, defiende la prolongación en su tiempo del don divino de la profecía y, en consecuencia, el carácter abierto de la Revelación, reivindica la dirección espiritual para ascetas instruidos y escogidos mediante el don de la santidad, y describe el modo de vida ascético que propugna para los cristianos. Su ideal de perfección cristiana incluía el celibato, la virginidad, el encratismo matrimonial, el ayuno, la renuncia a las riquezas, el retiro espiritual durante la Cuaresma y la Navidad, y la lectura de los libros sagrados, incluidos los apócrifos que el canon eclesiástico de las Escrituras había dejado fuera. Prisciliano propugnaba así otro modo de entender el cristianismo, con formas de enseñanza y afiliación diferentes a las compartidas por la mayoría de los obispos.

Aunque Prisciliano no pretendía apartar a sus seguidores de la liturgia eclesiástica y sus modelos eran los ejemplos de ascetismo y profetismo recogidos en el Antiguo Testamento, su ideario y sus prácticas —en particular, la costumbre de celebrar reuniones en casas privadas, bajo la dirección de laicos, con asistencia de mujeres, para ejercitarse en la exégesis de las Escrituras y los apócrifos, al margen de la jerarquía episcopal—, despertaron las sospechas de Higinio de Córdoba. El obispo bético denunció al asceta y a los obispos Instancio y Salviano ante Hidacio de Mérida bajo la acusación de heréticos. Para entonces el movimiento rigorista ya había ganado numerosos adeptos en todas las provincias hispanas y, al otro lado de los Pirineos, en la vecina Aquitania. Con él se habían comprometido no sólo aristócratas y humildes laicos, también miembros del episcopado, lo que había provocado división y enfrentamiento en el seno de las iglesias.

El obispo de Mérida promovió la celebración de un concilio para restablecer la unidad y poner fin a los desórdenes. Tuvo lugar en Zaragoza en una fecha incierta hacia 379 o 380 y a él acudieron doce obispos, ocho en representación de las sedes hispanas y cuatro de las galas. La asamblea terminó con el dictado de ocho cánones disciplinares en los cuales resultaban prohibidas las prácticas priscilianistas, pero no se pronunciaron sentencias nominales contra sus líderes por defecto de procedimiento. En efecto, Prisciliano, Instancio y Salviano, tras consultar a Dámaso de Roma y dictaminar éste que los obispos no podían condenar a los inculpados sin escucharlos previamente, habían decidido no presentarse. Con su ausencia pretendían evitar ser declarados maniqueos por el concilio y sometidos después a la dura legislación contra esta desviación religiosa, asociada con la magia nociva (maleficium) desde Diocleciano (c. 297), pues antes de iniciarse las sesiones el obispo Itacio de Ossonoba (Estoi, al sur de Protugal) había lanzado esta grave acusación contra ellos. No obstante, ante la posibilidad de que la ley pudiera aplicarse al laico Prisciliano, los obispos Instancio y Salviano decidieron protegerlo con el estatuto episcopal y lo ordenaron obispo de Ávila. Desde entonces el objeto de litigio fue el derecho excluyente de Prisciliano y sus seguidores o de Itacio e Hidacio a la dignidad episcopal, y aunque la disputa mantuvo la apariencia de una lucha entre ortodoxia y heterodoxia, en realidad se enfrentaban los defensores de dos concepciones irreconciliables del modo de vida cristiano y dos eclesiologías: unos se mostraban partidarios del modelo de Iglesia jerárquica, bajo el episcopado monárquico, que había sancionado el Concilio de Nicea (325); otros, los llamados después priscilianistas, eran más fieles al ejemplo apostólico de comunidad encabezada por un guía carismático. Las dos partes enfrentadas se esforzaron por eliminar al contrario mediante condena judicial, trasladando así la resolución del conflicto al ámbito de la jurisdicción civil.

El primero en recurrir a la autoridad imperial fue Hidacio de Mérida. Ante los nulos efectos de las disposiciones conciliares y la irregular consagración de Prisciliano, solicitó y obtuvo del emperador Graciano, gracias a la intervención de Ambrosio de Milán y a la ocultación del nombre de Prisciliano, Instancio y Salviano, un rescripto específico contra “falsos obispos y maniqueos”, en virtud del cual los tres fueron expulsados de sus iglesias y ciudades.

Prisciliano, Instancio y Salviano se dirigieron entonces a Italia con el propósito de obtener del obispo de Roma, Dámaso, una declaración de inocencia respecto de la imputación de herejía y la anulación del rescripto dirigido contra ellos. A su paso por Milán, presentaron su petición ante el cuestor de palacio, que aunque estimó justas sus preces, demoró la respuesta.

También su tentativa fracasó en Roma, donde el Papa se negó a recibirlos, como antes había hecho Delfino de Burdeos. Tampoco Ambrosio de Milán se avino a entrevistarse con ellos. A la vista de estos resultados, Prisciliano e Instancio —Salviano había muerto en Roma— cambiaron de estrategia y mediante soborno consiguieron que el jefe de los oficios de la Corte de Milán, Macedonio, con el consentimiento de Graciano, revocase el rescripto anterior y dispusiese que les fueran restituidas sus iglesias (382).

Ya en Hispania Prisciliano y los suyos, después de recuperar sus sedes y su influencia social, decidieron imitar los métodos de sus enemigos. Acusaron a Itacio de perturbador de las iglesias, un delito duramente castigado por la legislación imperial, y convencieron al procónsul de Lusitania, Volvencio, para que dictara una orden de detención contra él. El obispo de Ossonoba, temeroso de verse incurso en una causa criminal huyó a la Galia. Allí buscó el amparo de quien, con probabilidad y en cumplimiento de sus cometidos como cuestor de palacio, había redactado el rescripto contra los falsos obispos y maniqueos, se había negado después a abrogarlo y entonces, en el 383, se encontraba al frente de la prefectura gala en Téveris, Gregorio. Su apoyo se plasmó en la orden de traslado de los supuestos heréticos a Tréveris para su enjuiciamiento como causantes de tumultos ante el tribunal prefectural, pero antes de que se cumpliera, los priscilianistas, otra vez mediante el soborno del jefe de la burocracia imperial Macedonio, ya habían conseguido que Graciano transfiriese el juicio al vicario de las Españas Mariniano, que reclamó también la comparecencia de Itacio.

En suma, unos y otros consiguieron implicar en su justa personal a las más altas autoridades civiles, en una clara maniobra de instrumentalización del orden judicial con el propósito, en todos los casos, de obtener sentencias condenatorias e inapelables contra el enemigo. Y de no haberse producido un hecho inesperado y fortuito, como fue la usurpación de Máximo en 383, Prisciliano hubiera visto triunfar sus posiciones frente a sus adversarios. Pero el alzamiento militar de Máximo cambió su suerte de modo irreversible.

Máximo era hispano, antiguo compañero de armas de Teodosio, y tal vez, como él originario de Gallaecia.

Mandaba las tropas de Britania cuando se rebeló contra Graciano en 383. Tras su entrada en Tréveris, vio requerida su intervención en el conflicto por Itacio y no desaprovechó la oportunidad que se le presentaba para legitimar su posición política por vía religiosa. Desde el principio quiso aparecer como el defensor de la ortodoxia frente a la herejía y atendió la denuncia de Itacio contra Priscliano y sus prosélitos.

Convocó un sínodo imperial en Burdeos (c. 384) y mandó conducir a los acusados de maniqueos a la ciudad para someterlos al juicio episcopal. Sin embargo Prisciliano, después de que Instancio fuese declarado indigno del episcopado, rechazó al tribunal conciliar aduciendo que estaba compuesto por jueces sospechosos, entre ellos Hidacio e Itacio, y apeló al príncipe. Máximo hizo trasladar a todos los acusados a Tréveris, incluidos los que habían sido juzgados y sentenciados en Burdeos, y mandó proveer la apertura de un juicio civil.

Tras un aplazamiento debido a la intervención de Martín de Tours, que increpaba a Itacio para que retirase las acusaciones y rogaba a Máximo que evitase el derramamiento de sangre absteniéndose de juzgar en una causa eclesiástica, el proceso por maleficio y maniqueísmo se desarrolló ante el prefecto del pretorio Evodio, en dos fases, en 385. El obispo Itacio actuó como acusador en la primera, para ser sustituido por el abogado del fisco Patricio en la segunda.

Previa tortura, Prisciliano confesó la culpa del crimen de maleficio, entendido como magia nociva al admitir el conocimiento y enseñanza de doctrinas obscenas, asociadas con el mal augurio. Reconoció que celebraba reuniones secretas, agravadas por la nocturnidad y la asistencia de mujeres depravadas. Y declaró que había practicado el desnudismo ritual al rezar, lo que equivalía a confesar que había recitado fórmulas imprecatorias dirigidas a poderes demoníacos.

Fue declarado culpable y condenado a muerte, con la conformidad explícita de Máximo, junto a destacados miembros de su grupo, entre ellos la aristócrata gala Eucrocia.

Después de su decapitación, los restos de Prisciliano fueron trasladados a Hispania, probablemente a Gallaecia, donde fue venerado como un mártir y donde el priscilianismo perduró hasta el siglo vi.

 

Obras de ~: Priscilliani Tractatus undecim (Tractatus de Würzburg): (I) Liber Apologeticus; (II) Liber ad Damasum episcopum; (III) Liber de fide et de apocryphis; (IV) Tractatus Paschae; (V) Tractatus Genesis; (VI) Tractatus exodi; (VII) Tractatus primi salmi; (VIII) Tractatus psalmi tertii; (IX) Tractatus ad populum; (X) Tractatus ad populum; (XI) Benedictio super fideles. Canones in Pauli apostoli epistulas a Peregrino episcopo emendati (ed. G. Schepss, “Priscilliani quae supersunt. maximam partem nuper detexit adiectisque commentariis criticis et indicibus primus edidit Georgius Schepss. Accedit Orosii commonitorium de errore Priscillianistarum et Origenistarum”, en Corpus Scriptorum Ecclesiaticorum Latinorum, 18 [Vindobonnae, 1889], págs. 1-106 y 107-147).

 

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María Victoria Escribano Paño

 

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